Nada más escribir en la barra de búsqueda de Google “granjas de engorde”, aparecen distintas opciones para autocompletar la frase: “de cerdos”, “de pollos”, “de terneros”, “de caracoles”; también, por insólito que suene, “de mujeres”. Efectivamente, hay sitios en ciertas regiones de África donde larga es la tradición de alimentar a las niñas a la fuerza desde que tienen 5 años, en sus hogares o inclusive en las mentadas granjitas, donde son enviadas en épocas de lluvias o de vacaciones escolares (si tienen la suerte de ir a la escuela, claro está…). La dieta, un latigazo: en promedio 15 mil calorías al día, según detallaba años atrás revista Marie Claire, que visitó uno de estos centros y vio cómo atiborraban a chicas de 7 a 12 años. Entre los platos favoritos, litros y litros de leche de camello o cabra, mijo con abundante mantequilla, cuscús aceitoso, carne de cordero (cuanto más grasienta, mejor). Y si vomitan por el exceso, son duramente castigadas. 

La inhumana práctica persiste, recuerda un reciente artículo de la BBC del Reino Unido. Y aunque destaca que ya no es tan común como en décadas pasadas mandar a chicas a lugares donde las fuercen a engullir día, tarde y noche, midiendo cada avance, impartiendo escarmientos a quienes se rehúsan simplemente por no poder ingerir esas cantidades, anota que “ahora es habitual que las familias con recursos hagan venir a sus casas a mujeres que tienen como tarea obligar a las nenas a comer y engordar”.

Palabras dichas al medio brit por Ngossé Diop, coordinadora de la Asociación de Mujeres Cabezas de Familia de Mauritania (AFCF, por sus siglas en francés), que milita por abolir esta costumbre ancestral. Una costumbre que responde a motivos ligados a los cánones machistas de esos territorios: que las jovencitas sean más bellas, más deseables para la mirada masculina y así puedan concretar “un buen matrimonio”, en tanto se entiende “el sobrepeso como sinónimo de buena salud, fertilidad y riqueza”…

La bruja de Hänsel und Gretel, una carmelita descalza en comparación a quienes mantienen viva la práctica del leblouh, como se le conoce al engorde forzado, moneda corriente en distintas regiones rurales de Argelia, Burkina Faso, Níger, Mali, principalmente de la República Islámica de Mauritania. Un país donde, no está de más recordar, casi el 70 por ciento de las mujeres ha sufrido alguna forma de mutilación genital femenina; donde el matrimonio infantil está normalizado; donde tan preciada es la virginidad que, en ocasiones, se obliga a víctimas de violación a casarse con sus agresores.

Según la realizadora italiana Michela Occhipinti, “el leblouh está extendido, no se trata de casos aislados”. Sabe de la materia: el pasado año, de hecho, lanzó el celebrado film Il corpo della sposa (en festivales del mundo se estrenó como Flesh Out), acerca del suplicio de una joven mauritana a punto de casarse, forzada a sumar 20 kilos en apenas tres meses a través de diez supercalóricas comidas diarias, para así ajustarse a absurdos estándares de belleza. Fiscalizada la balanza por madre, abuela y el futuro marido. Consorte elegido por los padres, vale mencionar. “Al final, sigue siendo el sistema patriarcal el que impone un modelo antinatural de belleza sobre el cuerpo de la mujer. Lo cual de ningún modo significa que debamos creernos más libres en Occidente, donde la sociedad mantiene su obsesión por la delgadez de la mujer, que vista talle small y lo luzca por Instagram”, dice la directora tana. Por lo demás, a partir de empaparse del tema, advierte que “el leblouh afecta al 40 por ciento de las niñas en el Sahel africano”.

Algo que corrobora la activista Aminetou Mint El-Moctar, primera mauritana en ser considerada para el Nobel de la Paz. Ella describe al siniestro ritual como “particularmente doloroso”, subrayando que socava “la integridad física de niñas y adolescentes por el mero hecho de complacer a un hombre”. Va inclusive más lejos, acentúa la denuncia: “Existen métodos nuevos y más peligrosos que se usan en zonas urbanas, donde mujeres toman hormonas de crecimiento para animales, además de remedios para el asma o el reumatismo que las hinchan y dan la ilusión de haber aumentado de peso”. Un tema que excede, por mucho, lo meramente estético, en tanto “ha habido muchas muertes a causa del leblouh, cuando el cuerpo no resiste un tratamiento tan brutal, tan inhumano, y las consecuencias no tardan en llegar: presión arterial alta, trastornos digestivos, enfermedades cardiovasculares, malformaciones óseas…”. Esto sin mencionar otra práctica abominable, a la que está vinculada: el matrimonio infantil. “El aumento del tamaño de una niña crea la ilusión de que es físicamente madura, de que está lista para un marido, para parir”, señala Aminetou, que lucha porque las leyes acompañen su cruzada contra lo que, subraya, es una grave violación a los derechos humanos.