Tiempo, fraseo, tensiones, intensidades y el swing que se prolonga en la escritura. Es el arrebato del jazz que traspasa los sentidos para que los códigos confabulen. A veces sucede. Entonces el relato, dicho con el swing de Giuseppe Ungaretti, se “ilumina de inmenso”. Cuando se escribe de jazz –sobre, desde o por el jazz– conviene que sea con swing. Para escribir sobre economía la avaricia no es determinante, del mismo modo que el sentido cívico no define la redacción de un artículo sobre actualidad política. Para escribir de jazz, el swing es imprescindible.

Cuando se escribe de jazz se escucha lo que se escribe, sabiendo que debe sonar mientras se lee. Hay una tradición al respecto, desperdigada en libros, diarios, revistas, sitios web y servilletas de papel de bares que ya cerraron. Lo intuyó Horacio Vargas, cuando en 2018 publicó Gente con Swing, un libro en el que reunió textos de jazz de escritores, periodistas y músicos de la Argentina y España. Lo confirma ahora con Gente con Swing II, otra vuelta del chorus para que más textos sobre el jazz toquen sus solos.

Gente con Swing II es otra apuesta arriesgada de Vargas, periodista de Rosario/12, escritor y director artístico del sello BlueArt, además de “arqueólogo detrás de restos de textos sobre jazz escritos en español”, como se define en el prólogo. Articulado en cuatro partes y dos bonus tracks, el volumen publicado por Homo Sapiens y UNR Editora incluye textos de autores de distintas generaciones y latitudes, ordenados con buen sentido del pulso. Por la emergencia de la pandemia, el libro se editó por lo pronto en formato PDF y audiolibro, que se puede adquirir a través del sitio web digitalwww.homosapiens.com.ar. Se espera que antes de fin de año esté disponible la edición impresa.

El libro comienza con una notable pieza de Carlos María Domínguez, que traza un circuito de afinidades entre jazz y literatura en “Variaciones sobre el bebop”. “El mensaje del jazz para la literatura corre por puentes virtuosos”, escribe el autor de Construcción de la noche –una biografía de Juan Carlos Onetti– antes de componercon fraseo ejemplar una trama afectuosa de nombres y memorias. En busca del tiempo perdido van también Alberto Giordano, que pone sus discos como unidad de tiempo de su vida; Pablo Bagnato, que mide el paso y el peso del tiempo en Chet Baker; Miguel García Urbani, que a través del recuerdo de un amigo habla de Michel Petrucciani, y Néstor Tkaczek, que evoca a “El perseguidor”, de Julio Cortázar.

La segunda parte de la compilación reúne poemas en los que el jazz es una forma de epifanía. Entre Raúl González Tuñón y Paco Urondo, Sun Ra y Jack Kerouac, Daniel Salzano imagina a sus hijos trompetistas, Mario Trejohace noche en Coltrane y Raúl Gustavo Aguirre aclama el sonido sin fin de Charlie Parker, “para que nadie nunca más esté solo”. En la tercera parte, Federico Monjeau y Adrián Iaies se acercan a Bill Evans. El periodista y musicólogo en función de lo que el pianista significó para la historia de la música, y el músico argentino desde lo que significó para él mismo. La desopilante historia del concierto de Evans en San Nicolás en 1979 la cuenta muy bien Joaquín Sánchez Mariño.

Evans se filtra también en el texto de Horacio Verbitsky, a través de los dos discos que grabó con Tony Benett, que es en realidad a quien consagra en su “Un rollito en la fila cuatro”. Miles Davis por Eduardo De Simone, Clifford Brown por Paul Citrato y el Jerry González por Pere Pons, componen una óptima fila de trompetas, antes de la extensa y jugosa entrevista de Claudio Kleiman al mítico guitarrista Joe Pass.

Después del texto en el que la etnomusicóloga Berenice Corti analiza las posibilidades de negritud en el jazz argentino, la cuarte parte del libro continua con otras entrevistas: Mariano del Mazo a Dino Saluzzi, Raquel Roberti a Luis Salinas y Leandro Arteaga a Ernesto Jodos,además de una conversación entre Marta Lambertini y Gerardo Gandini. Con las herramientas del reportaje, Teodelina Basavibaso  se acercaal Gato Barbieri en 2015, entre su departamento y un concierto en el Blue Note de Nueva York. También de Barbieri, pero del regreso a su Rosario natal en 1999, se ocupa Fernando Helio Abaca. Hacia el final del capítulo, Fernando Ríos indaga las marcas del jazz en la música de Luis Alberto Spinetta y Adrián Baigorria elabora un retrato del trompetista cordobés Mariano Loiácono.

El libro concluye con dos textos que condensan las afinidades entre jazz y escritura –y todo lo que hay en el medio–. Uno es de Boris Vian, sobre Duke Ellington en París en 1950, y el otro es el maravilloso cuento de Cortázar sobre un concierto de Thelonious Monk en Ginebra en 1966. Así la lectura llega a un puerto seguro, final y principio de ese planeta de aventuras escritas, donde los recuerdos retumban con swing.