Hace unas semanas, uno de los intelectuales de la carta titulada “la democracia está en peligro” reveló que el término “infectadura” había sido un recurso estilístico que buscaba “llamar la atención” de la ciudadanía. Sus palabras dejaron en descubierto que en la creación del concepto había un propósito más vinculado al marketing que a la rigurosidad científica.

Ubicándose por fuera de lo que Aristóteles podría caracterizar como un discurso lógico, que se basa en un razonamiento que intenta justificar una idea, lo expresado por este grupo se sumergió ante todo en el plano de lo retórico, donde la forma se impuso sobre el contenido. No se buscaba la reflexión ni la teoría, sino que el horizonte estaba puesto en la polémica y en el impacto. Por ende, la necesidad de utilizar recursos estilísticos se volvió imperiosa: se usó la (lamentable) comparación, para alinear lo que estaba ocurriendo con una dictadura, predominaron las elipsis, para no ahondar en por qué se implementó una cuarentena, y por último, la lógica de la metonimia apareció para hablar de libertad cuando en realidad se hacía alusión a otras ideas.

Más allá de las estrategias discursivas, de lo que no caben dudas es de la intencionalidad política de disputar la significación de esta pandemia por parte de este sector. O mejor dicho, de hacer lo posible para blindar el viejo sentido conservador, con el objetivo de que no sea alterado por la apertura de apreciaciones emergentes que se abrieron con este escenario. Porque, en un momento donde la realidad nos estalla en la cara, donde se produce un colapso de lo instituido y en donde las lógicas del sistema quedan al descubierto, resulta difícil para la narrativa neoliberal plantar bandera y discutir los hechos de la realidad.

Sin embargo, lo establecido pone trabas a lo novedoso y por eso, estos sectores, que no están sólo en Argentina, llegan a lo absurdo: “el origen está en el 5G”, “es un virus comunista”, “está fabricado por Soros”, etc. Así y todo, saben que producen efecto en parte de la sociedad: más de 100 estadounidenses se intoxicaron luego que Trump haya dicho que había que tomar detergente; o logran que un grupo marche al Obelisco y ocupe un lugar en la agenda pública, sacándole espacios a otras discusiones. Dice Ignacio Ramonet que una noticia tapa otra: “la información se oculta porque hay demasiada para consumir y, por lo tanto, no se percibe la que falta”. Llevar la discusión al plano de lo irracional hace que con tanta confusión y que “con tanto humo, el bello fiero fuego no se ve”.

La reciente era de la posverdad languidece en tiempos donde el discurso lógico y empírico impera en la vida social. Momentos difíciles para aquellos que con discursos emotivos buscan establecer una mirada cuando por sí solos los hechos objetivos ya son movilizantes. El contexto permite rediscutir el rol del Estado, lo público y las políticas sociales. No obstante, no hay un sentido cerrado sobre estas realidades y abundan los ejemplos en la historia de sucesos de profunda conmoción social que no hicieron un mundo mejor, sino, que al contrario, fortalecieron al statu quo.

Por lo tanto, se vuelve necesario politizar y darle un sentido de horizonte a las prácticas actuales que se implementan para combatir al coronavirus, enmarcándolas bajo un profundo sentimiento solidario, guiados por la justicia y la igualdad social. La nueva normalidad que pueda surgir o no, depende de la acción política. Si no, también quedará como un simple “recurso estilista”.

* Licenciado en Comunicación UBA