Hay un gusto por la intimidad, cierta situación propicia para la confesión en las nuevas formas teatrales a las que obliga la normalidad depuesta. El teatro se convierte en la posibilidad de entrar en la cabeza de los personajes, como en el fluir de la conciencia de una novela o como ese vértigo del inconsciente que a veces experimentamos en las redes sociales.

Puede ser una cruza entre esos dos registros tan disímiles, casi enfrentados, lo que construye hoy una puesta en escena de la proximidad a distancia donde la cara de un actor, como ocurre en este caso con Gastón Frías, es casi un paisaje.

En el fondo las lucecitas de una fiesta que se dejó abandonada en las estelas del balcón, como si la melancolía incesante de este enamorado le hubiera quitado las fuerzas para sacar el brillo tintineante de la Navidad. Pero no, es el reflejo de la calle, una escenografía incipiente que Ana Lucía Rodríguez captura para su dispositivo de dirección. Un trago de color pálido le devuelve pedacitos de vida y él habla como ante unx amigx, unx psicólogx, o frente a la escena difusa de la soledad.

El amor es un bateador de baseball canadiense es un texto que entiende el amor o más precisamente el desamor, como un golpe y una caída. La escritura de Agustina Gatto se vale del movimiento para describir el modo en que ese amante canadiense hizo trizas al protagonista. El tiempo del desamor es como una jauría. El personaje que interpreta Frías en un llanto que lo deshace, quiere una parte de ese cuerpo que se fue. El fetichismo de un duelo que no quiere consumarse porque el recuerdo es persistir en el amor. Frías vuelve a ese amor con su cuerpo, en él aparece la seducción ya casi como una derrota, sigilosa apenas en la imagen que no consigue tocar.

En la dramaturgia de Gatto, ese desastre majestuoso que el abandono provoca está contado desde lo concreto porque después de todo, el dolor es algo perfectamente localizable. No extraña, entonces, que el protagonista haya recurrido a un electroencefalograma para ver si una prueba médica podía explicar esa confusión que llega cuando repasamos los momentos en los que creímos que el otro se había mezclado en el mismo idioma amoroso.

Esta obra es una alianza para sostenerse en el desamor, el conflicto que impide huir y enamorarse de otra persona como una verdad apagada o un simulacro. Aquí el protagonista no logra reconstruirse y recurre a la palabra para que ese lazo roto exista con sus costuras y parches. El texto de Gatto va hacia una forma de amor que hoy resulta amenazante y se anima a pensarla como la experiencia más riesgosa. El amor es insoportable, el amor, cuando no quiere negociar ni acostumbrarse, es algo que nos pierde. Sobrevivir es imaginar que nunca más podremos aventurarnos a una situación donde los límites se desvanecen.

El amor sigue ocurriendo después del desamor, y en la dramaturgia de Gatto lo que alimenta la escena es el silencio del otro. El verdadero destinatario del parlamento es ese enamorado que ya no está y que no puede completar la escena. Lo inconcluso es lo que produce el monólogo.

En la escritura el cuerpo está disociado. La cabeza es la pelota de baseball que cayó al piso y los pies del hombre que se fue son la culminación del deseo.

Frías hace de su actuación serena una leve caricia que cada palabra le da a su cuerpo para no desmoronarse. Esa atracción por la aflicción, que tiene el placer de recuperar algo de esa vida anterior al abandono, es un territorio en el que el actor narra mientras lo singular, lo cotidiano se convierte en una pequeña pieza existencial donde olvidar es una tarea que se adivina imposible.

Esta obra puede verse en el Canal de Youtube: /Gastón Frías. Video: El amor es un bateador de baseball canadiense.