Miembro del Frente de Liberación Homosexual (FLH), escritor, poeta, fotógrafo y activista, Néstor Latrónico habitó entre Buenos Aires, Córdoba y Nueva York durante los años de gestación y desarrollo de la dictadura cívico-militar en Argentina. Residente desde 1975 en Nueva York, en donde formó parte del Gay Liberation Front, estuvo siempre en contacto con la situación que se vivía en el país, al cual regresó por unos meses a finales del 78, escapando de la asfixia neoyorkina para reencontrarse con sus ex compañeros de militancia que aún no habían abandonado el territorio argentino. Ahora, a más de cuatro décadas del inicio del peor horror que se vivió en el país, Néstor compartió junto a Soy detalles y percepciones de la vida cotidiana y de los climas que se venían gestando desde antes el Golpe del 76, y que ya configuraban una era de represión y exterminio en la que ser homosexual era equivalente a jugarse la vida a diario.

¿Qué imágenes le vienen a la mente cuando recordás los años de la dictadura militar?

–No tengo imágenes personales de ese tiempo porque vivía afuera. La información me llegaba y sabía más estando en Nueva York que lo que mucha gente parecía saber acá. Yo el golpe lo venía sintiendo desde mucho antes de la fecha en que se dio. El 11 de septiembre de 1973, mientras me dirigía a los baños de Constitución, en la estación había un televisor que mostraba el golpe de estado en Chile. En ese momento pude imaginar lo que se venía, fue un momento clave, una bisagra.

¿Y qué se respiraba en los años anteriores al golpe?

–Eran momentos de extrema tensión, había asesinatos, amenazas. Nosotros en el FLH estábamos totalmente clandestinos, teníamos muchos temores, pero más tarde descubrimos que en realidad el gobierno no tenía ningún plan para nosotros. Algunos de los que quedaron acá, como Néstor Perlongher, se fueron. 

¿Cómo se vivía esa violencia y ese temor a diario?

–Te vas adaptando al silencio. No se podía hablar. Antes del golpe la situación deterioraba cada día más, cada día era más brutal y sobrepasaba la capacidad de asombro. Empezábamos a cuidarnos mucho más, y mismo en el FLH empezamos a desactivar actividades.

¿Cómo cuáles?

–Volantear, por ejemplo. La revista Somos continuaba, porque era nuestra manera de llegar a una comunidad, de existir y manifestar en palabras lo que estábamos viviendo, pero los planes de actividades en la calle quedaron postergados, aunque algunos continuaron. Se llegó a volantear en la entrada del subte para después meterse rápidamente en un vagón e irse. Tirábamos los volantes al aire y salíamos corriendo. Eso lo hacía yo en el hall de la estación Constitución, por ejemplo, y cosas así.

¿Y cómo se planeaba en ese contexto un encuentro con alguien?

–Los encuentros eran muy cuidados. Yo volví al país en diciembre del 79 y fue algo durísimo de tragar. Cuando llegué me encontré con el silencio. Un silencio infinito, incorporado. La gente vivía de esa manera y no había área que no estuviera cubierta por ese manto. 

¿Se podía andar por algún lugar sin correr riesgos?

–Andábamos por casas de amigos. Antes de venir para acá pasé un tiempo en Asunción y era todavía peor. Hay una imagen en El otoño del patriarca de Gabriel García Márquez que se me quedó grabada. Es cuando el patriarca se tira a dormir la siesta en una hamaca, que tiene unos cencerros que se mueven cuando él se mueve, y ese sonido se escucha en toda la nación, en el absoluto silencio de la nación. Acá podías disimular un poco más, pero siempre con riesgo. 

¿Qué hizo acá en esos seis meses?

–Lo vi a Perlongher varias veces, a Eduardo Todesca que después se fue a España y a Alejandro Jockl. Me encontraba con Sarita Torres, del grupo UFA (Unión Feminista Argentina), que fue una de las primeras feministas de acá.

¿Y del Grupo Safo de activistas lesbianas qué recuerda?

–Siempre se pregunta por ese grupo, pero eran pocas personas. El nombre del grupo perduró más que cualquier cosa que hubieran hecho. En cualquier caso se unieron a las feministas, que se movían y sacaban una revista con sus teorías y reclamos, pero que no se codeaban con el lesbianismo, por más que las lesbianas se integraran a ellas o intentaran hacerlo.

¿Cree que se pudo lograr algo en aquellos años de activismo?

–Aunque con el FLH no logramos terminar con el “Segundo Hache” ni nada de eso, sí logramos interiormente algo extraordinario, que fue la propia libertad, el sentirse libre. No buscábamos la aceptación de nadie, porque era desafiante. Al menos desde la letra y desde el interior de cada uno. Intentamos muchos cambios, sobre todo acercándonos a la izquierda, que pensábamos que era la única que nos podía dar bola, pero no nos dieron nunca bola. 

La izquierda siempre fue homofóbica...

–¡Todo el mundo era homofóbico! Todo se hacía cada vez más difícil. Durante el camporismo te vestías con pantalones acampanados, zapatos con tacones y llevabas el pelo largo, pero tiempo después la policía empezó a agarrar pibes por la calle, en general de clase obrera, y les cortaba el pelo, los pantalones y los tacos de los zapatos. 

¿Cómo se iba percibiendo esa represión creciente?

–Nosotros hacíamos fiestas. En la primera época, en el camporismo y algunos meses que siguieron eran muy buenas. Ya en marzo o abril del 74 la cosa había cambiado mucho, y llegó un momento que de tanta algarabía que había habido ahora solo había silencio. Tenías que ser cada vez más cuidadoso con lo que hacías, lo que decías o tenías en tu casa, o cómo te mostrabas en la calle.

Con una sociedad cómplice de la represión.

–Estaba todo el mundo muy aterrado, pero creo que la mayoría de la gente deseaba el golpe de Estado. Lo oías en la calle: “¿para cuándo el golpe?”. Tímidamente ahora se habla de golpe cívico-militar, pero en aquella época la mayoría era pro dictadura.

¿Percibía en aquel momento una persecución directa sobre las sexualidades no heterosexuales?

–Perlongher opinaba, y yo también, que la dictadura no tuvo una política directa sobre los homosexuales, o nunca nos consideró enemigos, como a otros grupos como Montoneros. Así, a nivel de desaparecerte por ser homosexual, no. Pero no lo puedo jurar tampoco.