Ya en la entrada del museo del Pacaembú, uno se siente como curas en el Vaticano, antropólogos en el DF de México, pintores en El Prado, pibes en Disneylandia. En el hall central se deben atravesar varios arcos (de fútbol, claro) que llevan escritos en los travesaños las referencias de todos los Mundiales. En el piso se explica, con humor y pluma con estilo, por qué ganaron o perdieron en cada caso.

Dicen por ejemplo que no pudieron en el '86 porque “infelizmente” Maradona no nació en el Mato Grosso; que en el '58 ganaron porque Pelé y Garrincha derrotaron a los vikingos, a los romanos, a las tropas de Napoleón y a todos los que se pusieron enfrente, y que vencieron en el '70 porque trataron a la pelota como Drummond a las palabras. Drummond es Drummond de Andrade, el genial poeta que le cantó como pocos al amor y que alguna vez se preguntó: “¿Se juega al fútbol en el estadio?”. Y se respondió: ”Al fútbol se juega en la playa, al fútbol se juega en la calle, al fútbol se juega en el alma”.

Hay fotos de crack en las paredes y tridimensionales que se perfilan y van cambiando en una sala casi a oscuras, con fondo musical afro de tambores, que marcan el paso del desfile de figuras: Pelé, Garrincha, Sócrates, Falcao, Carlos Alberto, Ronaldo, Zito, Zagalo, Tostao, Rivelino y muchos más.

Están todos los que tienen que estar. De ahí uno puede subir hasta la segunda planta atraído por el grito (volumen al mango, buena acústica) de las hinchadas. También están todas: las cariocas Flamengo, Fluminense, Botafogo, Vasco; las paulistas Palmeiras, San Pablo, Corinthians, Santos; las mineiras Atlético y Cruzeiro, las gaúchas Internacional y Gremio; las de primera, las de segunda. Imagen y sonido, banderas, serpentinas, cantos, gritos de gol. La piel de gallina de pensar esa sala en el gran museo argentino que nos falta.

Todo sorprende. Se pueden patear penales a un arquero virtual y te marcan la velocidad de la pelota; se puede hacer jueguito mano a mano con Neymar en la pantalla; se pueden ver las pelotas de todos los mundiales, botines de todas las épocas; la pelota de la final del '58 que se robó el masajista Mario Américo, que era un personaje muy pintoresco, después de gambetear al arbitro; se pueden mezclar, realidad y leyenda ,en las dosis que uno quiera.

Y más. Una sala dedicada al Maracanazo con un video que se cierra con una frase de Vinicius de Moraes: “De la muerte nacemos inmensamente”. Y un video en el que se combinan expresiones artísticas con el fútbol, y juegan en yunta con los grandes cracks Portinari, Chico Buarque, Di Cavalcanti, Jorge Amado, Carmen Miranda…

Y más. En una sala más ancha que larga, con capacidad para 50 personas sentadas se proyecta sobre una pantalla de unos 15 metros de largo el documental que explica con agudo humor como ganó Brasil las 20 Copas del Mundo que jugó.

Hablan periodistas, escritores, Beckenbauer, Pepe, Gerson, Paolo Rossi, todos se enganchan en el jueguito que incluyen acciones convenientemente alteradas para que entren pelotas que habían pegado en el palo rival, y reboten las que habían sido goles de los contrario. Fenomenal trabajo de edición en un deslumbrante video de 17 minutos.

No ganaron 20 copas, pero son campeones mundiales de la sensibilidad hecha museo.