Fernando von Reichenbach fue un inventor, investigador y docente argentino. Su nombre destaca por estar ligado a la creación de tecnologías aplicadas a las artes y, en sus últimos años, a la divulgación y el estímulo de jóvenes estudiantes de Composición con Medios Electroacústicos en la Universidad de Quilmes, donde dio clases hasta su fallecimiento en 2005, a los 73 años. Su pasión por registrar cuanto le fuera posible, ya sea conciertos, charlas y presentaciones, en todo tipo de formatos, le valió cierta fama.

Entre las personas atravesadas por su labor están su compañera Mary Mac Donagh, su nieta Rocío von Reichenbach y la compositora Cecilia Castro. Las tres comparten sus ideas divulgativas, la necesidad de visibilizar la historia, el Instituto Torcuato Di Tella, la industria local, nuestros métodos de producir y cómo nos relacionamos con los documentos pasados. Y se han visto ligadas a la conformación del Archivo de Música y Arte Sonoro Fernando von Reichenbach, de la Universidad de Quilmes.

Inventando von Reichenbach

“Desde chico se sintió inventor”, cuenta Mary Mac Donagh a través de un audio de WhatsApp. Como pareja y compañera, Mary vivió de primera mano todo el trabajo de Fernando. “Inventó una serie de cosas, algunas domésticas, otras aplicadas a la industria. Muchas tenían algo que ver con la música. En 1957, con un socio fabricaron equipos de alta fidelidad que eran notables”, recuerda de una época en la que la gente apenas sabía qué quería decir alta fidelidad. Pero ellos ya lo producían.

“Hizo una planta de revelado automático de fotografía. Y también fabricaron una valija audiovisual portátil que reproducía imagen y sonido sincronizados. Era una valija de tamaño común que se ponía en una mesa, se enchufaba, se abría y funcionaba un pequeño audiovisual”, resume. ”Como lo que hoy vemos en un PowerPoint.”

En 1960, para el espectáculo multimedia Stand Shell, Fernando construyó la unidad electrónica de coordinación del equipo audiovisual, comandado y activado por 28 tonos distintos. Esos equipos fueron donados e instalados por Fernando en la nueva sala audiovisualal del Museo Nacional de Bellas Artes. De allí pasó al Instituto Torcuato Di Tella y estuvo a cargo del Laboratorio de Música Electrónica, que dependía del Centro Latinoamericano de Altos Estudios Musicales, dedicado a la composición musical, donde dictaban clases profesores locales destacados y visitantes extranjeros de renombre.

Uno de sus inventos más recordados es el convertidor gráfico analógico nombrado Catalina, en honor a unos aviones hidrantes gigantescos, ya que era enorme y súper pesado. Esta creación de vanguardia permitía generar música a partir de un dibujo.

El living de los sueños

Entre los materiales entregados al Archivo de Música y Arte Sonoro había muchísimas grabaciones de camcorders digitales, analógicas, apuntes, fotocopias, libros, cintas magnéticas. Y los casetes donde estaba filmado todo lo que se hizo en el Centro Cultural Recoleta dentro del Laboratorio de Investigación y Producción Musical (LIPM), heredero del Di Tella en ese aspecto.

“El living de casa había pasado a ser un depósito de zip disks, casetes, cds, dvds... estaban acá con cierto desorden, aunque no total ya que tenía un orden interno que solo Fernando conocía. Y pensamos que todo ese material podría ser aprovechado por alguien. Entonces Cecilia Castro, que es muy valiente, decidida e inteligente, pensó que ella podría ordenarlo y ponerlo a disposición de la gente.” Castro pasó muchos días rotulando, etiquetando y ordenando las cosas, mientras buscaba quién podría auspiciar y hacerse cargo del archivo.

”Creo que fue Martín Liut (compositor, investigador y docente) el que le dio la idea de que la Universidad de Quilmes podría recibir el archivo, ya que Fernando fue profesor allí”, dice Mary. La UNQ había sido el lugar donde él ”volcaba sus conocimientos, se sentía reconocido y podía devolver todo lo que había recibido”. Y a la vez fue una usina donde pudo ”dejarles esas inquietudes a los jóvenes que prosiguieran estas tareas.

A raíz de las preguntas que Mary iba contestando sobre los inventos de Fernando, comenzó a hacer un apunte que se convirtió en un pequeño texto y está tomando forma de libro con la ayuda de su hija, Cecilia von Reichenbach, y que esperan que antes de fin de año esté listo a través de un programa interuniversitario entre la UNA de Buenos Aires y la Universidad de Los Andes, de Colombia.

Trasvasamiento generacional

Desde chica, Rocío von Reichenbach iba con su abuelo al laboratorio del Centro Cultural Recoleta, al Museo Prohibido No Tocar (que también funcionaba ahí) y a la UNQ. “El primer recuerdo de haber participado activamente es cuando Fernando grabó mi voz en cinta abierta, después la pasó muy rápido y me escuchaba como una ardilla. Eso fue a mis cuatro años. A los siete aprendí a tocar la flauta en la escuela y me grabó tocando el Feliz cumpleaños”, cuenta Rocío, que acababa de cumplir 12 cuando Fernando falleció.

Rocío recuerda que él quería que las cosas se usen. Las visitas con su abuelo a laboratorios y estudios de grabación generaron aprensión en Rocío: “Siempre supe que me gustaban esos espacios de creación pero aún no sé bien cuál es mi lugar. ¿Quiero crear las máquinas? ¿Quiero tocarlas? ¿Quiero ser quien las haga sonar mejor en la sala?

Recién muchos años después de su muerte se fue dando cuenta de que tanto su abuelo como sus amigos eran personalidades reconocidas: “Francisco Kröpfl, Adrián Rocha Novoa, toda la gente de LIPM, Diego Losa, Gabriel Brncic, Fernando López Lescano. Creo que encontraron en él un estímulo para seguir desarrollando herramientas y sobrepasando los límites, en el sentido de construir más allá de lo que está hecho”.

Rocío reconoce que estas personas pasaron a ser parte de sus privilegios. “De repente tengo ganas de ir a un laboratorio y digo ‘ah, está fulano’. Ese privilegio es parte de lo que me permite hacer lo que hago.” También se relacionó con alumnes de Fernando: “Me llevo mucho con la camada de (les artistas sonoros) Mene Savasta y Hernán Kerlleñevich, personas de la UNQ o que compartieron espacios de trabajo”.

En cuarentena, Rocío von Reichenbach sigue investigando el legado de su abuelo | Foto: Cecilia Salas

Las máquinas maravillosas

Rocío destaca la inquietud de Fernando por inventar las herramientas que nos hagan falta para expresarnos a través de la música. “Tener herramientas customizadas me parece hermoso, pero además me surge la pregunta de dónde empieza la obra, ¿al grabar o cuando armás el instrumento con el que la vas a llevar a cabo?”, explica quien hasta diciembre era la persona que soldaba y ensamblaba en Yaeltex.

El año pasado, Rocío se incorporó al proyecto de Facundo Daguerre (Der Faq), creador de Rolling Shutter Displays. “Yo tenía un generador del ‘60 que produce una frecuencia cuadrada y otra sinusoidal. Él lo vio e hicimos un dispositivo para convertir en luz ese sonido, y que esos pulsos sean leídos por una cámara y vistos por el ojo humano. Esa idea me parece súper fiel a lo que aprendí de mi abuelo: ‘Esto nos interesa, ¿cómo podemos hacer de esto nuestro propio discurso visual o auditivo?’”.

Rocío se reconoce en la idea de Fernando de documentar todo para que quede accesible: “Tengo ese TOC de querer registrar todo, siempre un grabador en la mochila. Y también la idea de que todo lo que él dejó, archivo y herramientas, estén disponibles para todo el mundo y de esa manera dar acceso no solamente a los estudiante ni la elite sonora. La posibilidad de encontrarse con toda esta historia que es nuestra cultura”.

Muchas cosas que se usaron en su momento eran desarrollos locales: “Hubo una industria nacional. Habiendo pasado por Yaeltex y siendo parte de Rolling Shutter Displays puedo decir que hoy es complicado armar hardware en Argentina. Acá es donde se mete lo ‘fernandístico’ de preguntarse qué pasa si puedo armarme una herramienta y definir qué quiero que haga y cómo necesito que se mueva”.

La parte menos contada

Fernando fue el primer docente que Cecilia Castro vio al empezar Composición con Medios Electroacústicos en la Universidad de Quilmes. “Siempre venía con su valija llena de cosas extrañas con las que daba sus clases, y experimentos para explicar cosas.”

Fernando llegaba con su cámara a los conciertos y registraba todo, incluso en clase. “Por alguna razón, al terminar la carrera empecé a preguntarme si esas filmaciones estarían guardadas. No había mucho interés en su trabajo en aquella época, o al menos no lo vi. Me pareció alguien dejado de lado. Me da la sensación de que no se le dió la importancia que debería haber tenido. Aunque eso lo descubrí más tarde.”

Sin saber bien qué quería hacer, se le ocurrió buscar en internet y consiguió el mail de Mary: “Habrá sido en 2008; le escribí y le conté que había sido alumna de Fernando”. Rápidamente tuvo una respuesta re cariñosa. “Fui, entablamos una relación re linda y a partir de ahí fue un re trabajo.” El Fondo Documental de von Reichenbach se donó a la biblioteca de la UNQ en 2012, cuatro años después de ese primer contacto.

A medida que iba descubriendo los documentos y charlando con el musicólogo Miguel Garutti, que la acompañó en la descripción de los documentos, se dieron cuenta de una historia que no estaba contada. “Siempre se contó la parte del Di Tella, y quizás el aspecto musical un poco menos. Pero todo lo que hubo antes y después siempre fue medio flojo. Era importante que se supiera y que la gente tuviera acceso.“

Cecilia también entrevistó a Mary para su programa Camaradas del tiempo, que va por Radio Caso. Y este jueves 2/7 a las 20 se la podrá escuchar hablando en detalle de los inventos de Fernando.

Cecilia Castro fue la impulsora del Fondo Documental von Reichenbach | Foto: Cecilia Salas

Una historia colectiva

El Archivo de Música y Arte Sonoro FvR no habla sólo de Fernando sino de todas las personas con las que se fue cruzando en su trabajo e historia. “Lo que vivieron también tenía que ver con los inconvenientes del país en el que producían. Por ahí cerraba una institución y tenían que llevar todo a otra, o no tenían fondos para ciertos proyectos. Iban inventando como podían. En especial Fernando, que lo que hacía era mitad con fondos y mitad con inventos y reciclaje de cosas. Esa historia tenía tanto que ver con la forma en que nosotros producimos que era importante que todo eso se conociera.”

De hecho, el Archivo FvR lleva el nombre de von Reichenbach porque fue la primera donación pero hoy incluye otros fondos documentales: “Está el Fondo Buenos Aires Sonora, el Eduardo Cusnir, el Luis Arias y hay otros dos más por concretarse”, cuenta Cecilia. “Mi intención es juntar información y documentación para que otres puedan escribir y contar, y que aprendamos de estos personajes que hicieron cosas increíbles”.

También hay una diferencia generacional respecto de cómo se utiliza la información, cómo se distribuye y se comparte. “Habitualmente, a las personas mayores les da miedo que las cosas estén en Internet, que cualquiera las agarre. Como la universidad también quiere resguardarse, trabajamos con un abogado para conseguir los derechos de reproducción e incluso hablé con los autores para tener permisos de reutilización para proyectos particulares, como lo que hizo Aylu para la presentación del Archivo en el CCK: le di un montón de audios del Fondo para que ella arme algo nuevo”.

Cecilia destaca esa manera de poder pensar, reutilizar y reapropiarse del archivo. “Hay una frase de Boris Groys, de su libro Volverse público (Caja Negra 2014), que dice que el archivo no es tanto un lugar que traslada el pasado hacia el presente sino máquinas de transportar el presente hacia el futuro. Me resonó mucho esa frase, porque finalmente lo que estamos haciendo es poner en el presente toda esa información; y desde este presente, y el contexto que ahora envuelve a estos documentos, proyectar nuevas historias, obras, producciones, ya sean teóricas o artísticas, hacia el futuro”.