Pedro Saborido no cree que el humor, en medio de la pandemia, tenga una nueva o especial función. "Siempre digo que acompaña. No soluciona nada. Es un analgésico. El que puede usarlo lo usará. Pero con humor no esquivás la terapia intensiva. Y si te morís no hay humor que valga", define en diálogo con Página/12. "El humor se aplica por la impotencia. Hacemos chistes porque no podemos salir, no porque podemos", añade el autor de Instrucciones para volver a la fase 1 , desopilante listado que recientemente compartió en sus redes y causó furor.

Estos días lo encuentran aggiornándose: fue justo poco antes del decreto del aislamiento social y obligatorio que se hizo una cuenta de Twitter, en la que comparte videos como "Zoom de especialistas debaten las medidas de distanciamiento social", alguna foto con un comentario, links de artículos que va publicando en diversos espacios. También usa Facebook e Instagram. "No me cambia hacer humor a través de las redes. Puedo pensar alguna duración, algún formato técnico, pero lo hago, lo difundo y se encontrará quien se tenga que encontrar. No especulo porque no conozco las redes. Gente amiga me ayuda", cuenta el guionista de Peter Capusotto y sus videos y autor de libros como Una historia del peronismo.

Atraviesa la cuarentena en su hogar de Colegiales junto a su mujer y sus dos hijes, una "mini comunidad organizada con un contrato social interno". Mientras Diego Capusotto contó en una entrevista que en el encierro se había volcado a la poesía, Saborido revela que su nueva atracción fue "limpiar cosas que antes no limpiaba" y que descubrió "qué hay detrás del inodoro donde pasa el Procenex". En esta nota da su mirada acerca del humor en tiempos de crisis, el papel del Gobierno en la pandemia, la militancia anticuarentena y el exceso de virtualidad.

-La típica pregunta: ¿cómo la venís llevando?
-Es la pregunta clásica. Nadie te dice cómo estás. No me quejo. Buscando un equilibrio, un resumen. En mi posición estoy más para darle una mano a alguien que para victimizarme. No lo digo en plan simplemente de pulsión solidaria, sino en una de supervivencia.  Cuando tenés otras cosas de las que agarrarte alcanza para no enloquecerte. Como cualquiera puedo pasar por un momento de angustia por esta cosa de tener una vida que no es la habitual, pero soy un privilegiado. No quiero ser una molestia en este momento. Trato de no contagiarme, de no traer trabajo. El tema de (Juan José) Sebreli es ése: el tipo quiere salir. Pero si se contamina no llega a la tercera tos, con la edad que tiene y cómo está. Va a haber que ocuparse de él gratuitamente. Mucha gente no puede ver esa situación. Es la contradicción más grande que hay: no poder proyectar que quedándote no sos una molestia, más allá de lo que te pase a vos. En el lamentable ranking de prioridad de contagiados tenés que poner a los médicos, los enfermeros, los que laburan... Contagiarse sería una especie de lujo. Difícil ponerlo en esos términos. Pero no podés permitir que cualquiera se contagie porque nos matamos todos. A partir de razonar podés ubicarte. Un lujo es el cuestionamiento existencial. Cuando parás ves la vida porque te pudiste poner al costado. Es como cuando alguien está internado o como la lucidez de velorio. Podés ver la vida desde otro lugar. Después volvés a ser un pelotudo.

-¿El trabajo cómo te trata?
-Cosas sueltas aquí y allá. Estoy más dedicado a las redes y escribí algunos artículos. La posibilidad de hacer televisión está lejana; radio hago un poco. Vamos a arrancar un programa con Daniel Miguez y Rodolfo García (ver recuadro). Tampoco estoy desesperado. Tengo unos libros, cosas para hacer y que hice. La pandemia es como un látigo que dividió entre oficios presenciales y no presenciales, entre el tipo que tenía un mango ahorrado y el que no tenía un sope. Entre el psicólogo que puede atender por Zoom y el traumatólogo que no. Entre el tipo que te puede mandar un artículo por correo y el peluquero que no te puede cortar la cabeza por Zoom. Algo que no pensamos que podía dividirse de alguna manera. Incluso dentro del rubro alimentación: hay heladerías a las que les está yendo bárbaro porque la gente no puede hacerse helado generalmente. La cuarentena dividió al mundo en "cosas que se pueden hacer por Zoom" de "cosas que no se pueden hacer por Zoom". Si mañana tenés un dolor de muelas no vas a ir tan rápido al dentista. Te vas a cagar a calmantes, seguro. Aparecen otros miedos. Miedo a entrar a lugares. Sabés que entrar a un cajero es un peligro hoy. Pero igual tenés que ir al supermercado. Se te arma un fantasma todo el tiempo. Vas por la calle y sentís la coreografía de esquives.

-¿En tu caso, cómo repercute el contexto en la creatividad? ¿Para bien o para mal?
-Hice artículos que tienen que ver con la pandemia y otros que no, para Página/12, el sitio del CCK y la web del Ministerio de Cultura. Logro abstraerme, sabiendo que es muy difícil. No solamente no podés salir de tu casa, tampoco podés salir de hablar de la cuarentena. A cada rato volvés al pasado, a cómo eran las cosas. Tenemos miedo de que esto siga así para siempre. La calle es un museo de cómo se vivía: pasás por un bar y es algo que se usaba antes. Entrás a una verdulería y no podés entrar de a cuatro. Y cómo va a ser lo estamos viendo. En la parte de la Argentina que está en fase 5, te sentás en los bares mesa de por medio. En Rosario vienen la moza o el mozo y te piden el número de documento, porque en caso de que alguien se contagie tienen rastreados a quiénes estuvieron ese día ahí. Andá a pedirle el DNI a Fernando Iglesias: "Ehhh, la república". Nos enfermamos, Fernando. Qué sé yo. Es un tema.

-En base a todo lo que venís leyendo, analizando, percibiendo en la calle... ¿qué idea te armaste sobre la pandemia? ¿Qué es la pandemia?
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Lo que más me llama la atención es la forma en que se encuentra con la tecnología. La lucha para seguir siendo normales. Todo se debe parecer a lo anterior, como se pueda. 

-“Como un pan esperando un chorizo, la tecnología y la enfermedad se encontrarán para ser el choripán de una nueva cotidianidad”, dice uno de tus últimos cuentos .
-Me encanta esa frase. Es notorio lo que crecí, o no, en ese territorio. Aprendí a usar un poco las redes. Debo haber probado alrededor de siete formas de Jitsi, Zoom, Google Meets. Casi casi que hablo enchufado. La conversación telefónica tenía un rito hace muchos años que consistía en estar sentado en un lugar atado a un cable que iba a la pared. En la cuarentena incorporé los auriculares al celular. Camino y hago otras cosas mientras hablo por teléfono. La casa parece un grupo de gente de call center. Tengo con los que a la noche lavamos los platos juntos. Hubo una corrida de datos en mi casa: el servicio no estaba preparado para que lo usáramos todo el tiempo. Tuvimos que cambiarlo. Lo tecnológico tuvo una irrupción violenta en la pandemia. Uso más datos de la misma manera que hace tres meses que no me subo a un tren. De alguna manera me tengo que mover. Me muevo a través del cable. En vez de ir en tren voy en cable. Reemplacé el Roca por Telecentro. Estoy en manos de (Alberto) Pierri. Me teletransporto. Hace tres meses que no salgo de 20 cuadras a la redonda.

Foto: Jorge Larrosa

-En aquél cuento ("Cómo fue que nos convertimos en televisión"), otra frase grafica muy bien este aspecto de la cuarentena:  "No hace falta ya más que nos entretengan y empelotudicen… lo hacemos unos a otros". 
-En febrero yo no pensaba en hacer un vivo de Instagram. Todos hacemos mini programas de televisión desde nuestras casas, le programamos a otro, mandamos el video. Somos un Yankelevich, un Suar del otro. Tu entretenimiento pueden ser Netflix, la radio, medios tradicionales, y también lo que programó tu prima, que apareció haciendo un vivo, o hizo un meme y lo compartió. Hace años que miramos televisión; nos es natural estar produciendo entretenimiento. No nos es natural hacer operaciones para extraer cálculos renales. Estamos todo el tiempo mirando pelotudeces. Es increíble la facilidad con que la gente mira a una cámara. Hace 15 años aparecía una y bajabas la vista. O había un móvil de exteriores y un tipo ponía la jeta al costado para asomarse al lado de Santo Biasatti. Ahora son todos Tinellis. No estoy extrañando lo anterior. Estoy definiendo algo que estamos naturalizando y que es nuevo. Son destrezas que vamos adquiriendo. Si querés, si no querés no. Di una charla en Zoom, eran como 100, para Rosario, y veía todas las intimidades: este tiene un cuadro de Matisse, el otro un reloj de Cuba, el otro una biblioteca, aquél una hija... es un comercio de la intimidad en vivo. Antes decíamos "me comí una hamburguesa", "mirá el sifón que me compré". Ahora es en vivo. Te reclaman. Dale, aparecé.

-Y hay sobreoferta...
-También una oportunidad para la singularidad: quizás 15 personas eligen un vivo de Instagram antes que ver Netflix.

-Yendo al humor... otra pregunta típica: ¿qué lugar ocupa en un contexto así?
-El mismo de siempre. Siempre digo que acompaña, no soluciona nada. Es un analgésico. El que puede usarlo lo usará. Pero con humor no esquivás la terapia intensiva. En todo caso te acompaña en caso de seguir encerrado o de tener que aislarte. Te acompañará si en algún momento te pescás el virus. Pero si te morís no hay humor que valga. Si no hay vacunas tampoco. El humor se aplica por la impotencia. Es el síntoma de la impotencia en algunos casos. Te puede acompañar para solucionar o buscar una solución. Pero aparece porque no podés solucionar: si podés solucionar no hay humor. Hacemos chistes porque no podemos salir, no porque podemos. Se supone que el humor en la pandemia es importante. Sí, pero es como tomarte un rivotril. Te ayuda a encarar mejor; no soluciona.

-¿Qué opinás de los memes? ¿Te atraen?
-Son chistes, está bárbaro. Son formas de comunicarse. No dejan de ser lo que tenés a mano. Un chiste comentado, otro lenguaje. Es interesante la historia de la palabra "meme". Aunque parezca mentira es una cosa acuñada en el '76. Lo que más me interesa es que es informativo: me llega el meme antes que la noticia. De pronto me llega un meme de Majul con un sifón en la mano... uy, estoy con el sifón... ¿por qué está Majul parado en una motoneta en zunga? Hay un chiste, tengo que develarlo, me tengo que informar. Llega el eco. Cosas que son más fáciles de transmitir, o que la gente tiene más ganas de transmitir que de conocer la noticia en sí.

-¿Cómo ves la gestión del gobierno en torno a todo esto? ¿Y la figura del presidente?
-Muy bien. El peronismo con la unidad ha logrado salvar vidas. Estoy absolutamente seguro. Sin entrar en ninguna ucronía estoy seguro de que esto hubiera sido un desastre con Macri. No tengo más que celebrar la unidad del peronismo. Es una gestión hasta ahora muy buena con todos los errores que pueda haber, todo el tiempo corrigiéndose, a una velocidad alucinante, en una situación absolutamente nueva. Y Alberto es un padre, abogado, un tío doctor, el profesor que sabe que te lo va a resolver. No es el tipo que dice "confío en ustedes, arréglenselas, consíganse un respirador". Lamentablemente tenés que fijarte en otras experiencias y lugares para darte cuenta de que se están haciendo las cosas muy bien.

-¿Qué pensás del rol de la oposición y las marchas anticuarentena?
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Me genera una depresión absoluta. Lo entiendo, pero son jugadas demasiado fuertes. Mandar un montón de gente a molestar. Siempre es más fácil odiar que andar agradeciendo. En vez de aplaudir empiezan a putear. Y bueno, la gente necesita putear; está encerrada. El tema es cuando van y decís, "chicos se van a contagiar". Te traen problemas. Esas cosas sebrélicas tontas de infectadura, de arriesgar la vida, de suponer que te ves vos antes de ver el problema que podés traer. Se ordena a partir de números espantosos. Como si hubiera una búsqueda de eficiencia. "Bueno, no tenemos demasiados muertos, entonces salgamos igual". Ya estoy esperando las críticas: "¿para qué teníamos tantas camas si al final no hubo que usarlas? ¿Para qué le ponemos barandas a los balcones si no hay tanta gente que se asome? ¿Se tiene que agarrar porque alguien se tropezó en un cumpleaños llevando una Fanta?" Son unos niveles de imbecilidad importantes. Hacen las marchas a las seis de la tarde, horario estudiado seguramente, con tiempo para moverse. Todavía no se sentaron a mirar Netflix ni a comer, aparece una especie de vermut para hacer algo. El odio como actividad recreativa. ¿Qué podemos hacer en esta cuarentena? "Ya hicimos masa madre, miramos Netflix, bueno, vamos a odiar un rato, entreteniéndonos con la bandera." Un entretenimiento a partir de un objeto de odio. La actividad de odiar es placentera, catártica. Son necesarios los objetos de odio. Empezamos con el surfer: necesitábamos un chivo expiatorio, un pobre vago, bobo. Ahora es entre nosotros de nuevo. No puede ser que estemos todos de acuerdo en algo. Alguien puede estar perdiendo legitimidad política. Van cambiando los objetos de odio. El comunismo, la liberación de presos, la expropiación de Vicentin. De estos pequeños grupos han nacido monstruos: es para observarlos.

-¿Y qué te surge al observarlos?
-No hay que subestimar ni sobreestimar las marchas. No podés pasarte de paranoico ni negarlas, como pasa con la cuarentena. Encontrar un punto de cómo abordarlas es difícil. Si nos ponemos a boludear un día nos vamos a encontrar con que son un montón. Tampoco podemos vivir pensando que todo lo tenemos que hacer en función de 20 imbéciles. También es cierto que se te puede mezclar alguien que no lo es y que tiene una necesidad concreta, un tipo que está sin laburo, que no encuentra una respuesta. Tenemos que tener cuidado ak mirar esos fenómenos. Sino totalizamos: no son todos lo mismo. Y el que primero los escucha, mejor. Porque los escuchás vos o los escucha (Nicolás) Wiñazki. A alguien que está angustiado le pudo haber pasado eso: si no me interpreta el Estado me interpreta un periodista. Ahí empiezan los problemas.

-En tus instrucciones dijiste que en la vuelta a la fase 1 corresponde "circular textos que anuncian el derrumbe del capitalismo". ¿Qué sentido le das a esa idea?
-Estoy seguro de que algo va a cambiar. No tengo claro qué ni cuándo lo vamos a ver. No sé si será tan fuerte como para que tengamos un comunismo dentro de 20 minutos. Van a cambiar las relaciones, algunas cosas serán mejores, en otras habrá que estar atentos. Va a haber un cambio. No será automático ni tan previsible.

El programa que nunca termina

Este año hará 14 de la aparición de Peter Capusotto y sus videos. "El programa todavía no se terminó", asegura Saborido. La idea circula ya hace bastante. "Va a aparecer, todavía no lo tenemos muy claro. No tenemos claro nada. La idea de volver y hacer cosas juntos con Diego está. En medio de esta incertidumbre, qué vamos a hablar", agrega. Respecto del programa de radio que compartirá con Miguez y García, se trata de Mundo Disperso, que se emitía por la AM 750 y ahora se traslada a Radio Nacional, los domingos a las 11. Aún no está confirmada la fecha del lanzamiento. El guionista y productor se encuentra, además, escribiendo en torno al conurbano y al capitalismo.