Desde Roma.

A doscientos metros de este Centro Stampa Gaetano Scirea, el Estadio Olímpico parece una enorme garganta, vacía e iluminada, en la prueba del sistema para la final de mañana que repetirán los mismos protagonistas del Azteca. Las últi­mas horas se consumen más lentamente que estos vertiginosos treinta días de Mundial. Los italianos pre­paran la última escena en el circo es­pecialmente diseñado. Los gla­diadores están en sus retiros, templando sus fuerzas. El león, afuera de su guarida. Allá, en la leja­na Bari, jugarán hoy por el tercer puesto con los ingleses. Italia prepa­ró su fiesta y se quedó afuera. La disfrutarán Alemania y Argentina.

El fin de semana iba a ser comple­to porque esta noche, en las Termas de Caracalla, se presenta un cuarteto difícil de reunir: Zubin Mehta, Lu­ciano Pavarotli, Plácido Domingo y José Carreras calentarán las gargan­tas en una velada lírica para los ro­manos y, a través de la RAI, para to­do el mundo. A la misma hora, Italia estará donde no quiso estar nunca.

Carlos Bilardo fue, en cierto mo­do, el "culpable" de todo esto como cabeza de un grupo que hizo mil tra­vesuras en el Mundial. Y si ahora Maradona se atreve a recordar aquello de que "para sacarnos la Co­pa van a tener que arrancárnosla del pecho", el técnico cumplió con su deseo: "Lo peor que podía pasarme es mirar la final sentado en el sillón del living de mi casa". Ayer cumplió con el rito previo de dar la formación titular: Goycochea, Simón, Ruggeri, Serrizuela; Basualdo, Troglio, Sensini, Lorenzo; Burruchaga, Ma­radona; Dezotti. La duda, todavía, es Lorenzo, con una pequeña moles­tia en un muslo. Si no puede ir entra­rá Calderón, quien si no irá al banco.

Franz Beckenbauer también tiene un par de interrogantes. No se sabe cómo llegará al domingo el lesiona­do Rudi Voeller. La otra duda es táctica: Berthold por derecha o Haessler se retrasa y deja su lugar al chi­quito Littbarski. Sí es así, el equipo que jugará su tercera final mundialista consecutiva irá con Illgner, Berthold o Haessler, Augenthaler, Kohler, Brehme; Littbarski o Ha­essler, Buchwald, Bein, Matthaeus; Voeller o Riedle, Klinsmann.

De la final del '86 quedan Ruggeri, Burruchaga, Maradona, por el la­do argentino. De los alemanes esta­rán Berthold, Brehme, Matthaeus y  Voeller, que hizo el gol del empate transitorio. Desde entonces, los antecedentes más cercanos están en aquel 1-0 en cancha de Vélez, y aquel partido de Berlín en el cuadrangular. 

En el campamento alemán, no to­do el clima se corresponde con la habitual parquedad teutona. Becken­bauer tuvo un segundo enfrenamiento con Klinsmann, a quien acuso de "jugar para él y no para el equipo". Cuando Voeller estuvo ausente un partido, el delantero de la Roma dijo que "se nota que yo le falto al equipo": ese partido con los checoslovacos fue uno de los mejo­res de Klinsmann, que se sintió toca­do por las palabras de su compañero y pidió explicaciones.

Para que los argentinos no tengan ninguna duda de cómo juega Alemania, ayer Carlos Bilardo sentó otra vez a los jugadores para ver nueva­mente el tape de Alemania-In­glaterra por la semifinal de Turín. El mayor temor en el equipo argenti­no son las subidas de Andreas Breh­me por el lateral izquierdo —sirvió dos goles, uno a Klinsmann, otro a Voeller— y convirtió uno contra Checoslovaquia. El otro, casi de ca­rambola, fue a los ingleses. Preocu­pa, también, la subida de Berthold por derecha, variante que puede ocasionar algún cambio en la forma­ción de Bilardo porque "por ahora vamos así como les digo, si juega Haessler a lo mejor es distinto". Ruggeri sobre Klinsmann, Serri­zuela encima de Voeller y después el reparto habitual en el medio.

Es de suponer que será un partido menos movido que el de México. Van a salir a esperarse y ver qué hace el otro para recién proponer lo pro­pio. Beckenbauer es un viejo respe­tuoso del fútbol argentino y sobre todo de Bilardo. El argentino no es novedad, gasta elogios en el futbol "táctico" de la escuela alemana. Es­ta vez, esos "panzer" disciplinados tienen demasiado talento en varios de sus hombres como para romper invidualmente cualquier esquema, recrear el propio, inventar uno nuevo sobre la marcha. Argentina tiene a Maradona, si aparece como con Italia a Burruchaga y el resto es una gran incógnita por las ausencias de Olarticoechea y Giusti —los que iniciaron la resurrección— y de Caniggia.

Habrá un Olímpico lleno pero sin fervor porque el amor latino de los italianos se dará en cuentagotas para los alemanes. De Buenos Aires llega­rán dos charters al mediodía del do­mingo y partirán en la madrugada del lunes. Muy poco para empar­darle al grito coral de los germanos que vienen en tropeles desde el Norte y ya andan por aquí, en los alrededores del coliseo futbolero, con las caras pintadas, banderas hasta en los bol­sillos y varios litros de cerveza enci­ma, macerando la sangre a la espera de la revancha del '86.

Los diarios, del mismo modo que alentaron un triunfalismo exacer­bado, también muestran los trozos de un blasón inservible. Publican la clasificación del Mundial coma sí fuera por puntos y ganan ellos, detrás está Alemania con 11 unida­des, uno menos, y allá en el séptimo lugar aparece Argentina con 7.

El Mundial espera la última fun­ción para dar su obra. No hubo un gran texto para recitar. Fue magra la dirección artística. Los actores no ganarán nunca un Oscar. Y sin embargo, como en el teatro, pese a lo poco que ofrecieron, el show debe continuar. Después de mañana habrá que esperar otros cuatro años para que la pelota convoque a multitudes en Estados Unidos. 

Alemania se juega el honor de reivindicarse tras dos finales fallidas. Argentina quiere gritar bingo en la lotería mundialista. Casi tiene el cartón lleno. Solo falta que le canten en números romanos.

* Nota publicada en Página/12 durante el Mundial de Italia 90.