El Museo de Arte Moderno de Buenos Aires está presentando una muy bien montada y documentada antología retrospectiva de Margarita Paksa (1932), con curaduría y textos de Laura Buccellato, directora del Mamba, y Guadalupe Ramírez Oliberos. La selección de obras arranca a fines de la década del ’50 y llega hasta el presente.

Lo que el visitante puede ver en la gran sala de la primera planta tiene algo de laboratorio, porque Paksa es una artista múltiple que desde sus primeras obras y exposiciones recorrió todos los géneros y técnicas de las artes visuales: escultura, dibujo, diseño industrial, instalaciones, pintura, objetos, videoarte, etcétera.

Sus muebles y objetos de diseño, en complemento con obras más “tradicionales” y con instalaciones y backlights, generan una ambientación especial. Sobre aquellos objetos de diseño la artista recuerda: “Hay dos cosas que me interesa destacar –le dice Paksa a Buccellato en una entrevista de la que se incluyen fragmentos en el libro catálogo–. Una es la aproximación franca hacia el procedimiento industrial, que significa especialmente un rechazo drástico hacia las formas tradicionales de escultura y pintura. Eso ya venía gestándose, y cada vez lo concreto más directamente, como una manera de huir del objeto tradicional de la pintura y la escultura, y a su vez acercarse a una posición masiva. En aquel momento nuestras conversaciones de artistas estaban dirigidas a criticar profundamente al comprador o propietario único de la obra. Luchábamos contra eso...”

En los años ’60 impulsó el arte conceptual en la Argentina y formó parte de las experiencias del Instituto Di Tella. En 1968 integró el grupo que, como respuesta a la situación nacional, generó uno de los capítulos más citados del arte político argentino: “Tucumán arde”.

Ese carácter proteico de su producción resalta notoriamente en la exposición (“No me importa el estilo en sí mismo –dice la artista–, sino cuál es mi objetivo”), por eso en la exposición tanto se encuentra el visitante con tintas, grafismos, piezas conceptuales como con instalaciones que originalmente incluían una performance y una grabación discursiva.

Las esculturas de los años sesenta, varias de ellas aquí exhibidas, muestran la potencia poética de Paksa, como Caños en movimiento, de 1964, donde un gran marco de madera de dos metros por uno contiene un ensamble bello, urbano e industrial de cañerías plateadas con distintos recorridos e intersecciones, al modo de dibujos en el espacio. También se destaca Corrientes y Diagonal, donde coloca en tensión combinatoria materiales como el metal y la luz, para aludir al centro porteño en una síntesis perfecta.

También el visitante se encontrará con los dibujos hiperrealistas de los años ’60, una obra contra la dictadura, donde la artista utilizaba la metáfora de la comida, de los cerdos mutilados y con la boca cocida eran imágenes muy elocuentes.

“En realidad, yo quería representar La comida justamente a fines del ’76 –cuenta la artista en otro tramo de aquella entrevista–, en el momento álgido de la dictadura, donde había verdaderas matanzas. Yo quería representar un poco eso, no quería hacer bodegones, no tenía ningún interés, pero sentía que la gente era comida, digerida; era la fagocitación por los militares de todo el resto de la gente. Mi primera idea era hacerlo con la gente, como si estuvieran en grandes cajas de acrílico, encerrados o atados, amordazados, pero me pareció que era muy directo. No iba a hacer eso, además, era muy cruel. Entonces prefería hacerlo simbólicamente a través de los chanchos, que para mí representaban los seres humanos, ya naturalmente atados, amordazados, con la boca cosida. Esas bocas cosidas representaban la censura. Entonces elegí eso: no me interesaba la figuración, quería representar la muerte.”

Otra serie de 1976 es Escrituras secretas, que forman parte de una serie mayor de obras tipográficas. Por una parte, un conjunto de trabajos presentan un universo caótico de símbolos, letras y señales, como estallidos. Por la otra, obras entre objetuales y pictóricas (chapa, aluminio, perillas redondas, metálicas, pintadas) que detrás de una imagen rítmica y juguetona proponen una palabra (“NO”) o frase (“Es tarde”) que se lee a la distancia: “Me preguntaron por qué –dice la artista– y contesté que porque los Beatles habían impuesto decir que sí y en nuestra sociedad había que decir que no a muchas cosas. Eran cosas políticas, sociales, íntimas también”.

El matiz político de su obra brilló especialmente durante la década del ’90, cuando presentó, por ejemplo, El partido de tenis en este mismo museo en 1997. Se trata de una instalación en la que la artista presenta un court de tenis a escala reducida, con polvo de ladrillo, donde los flejes que indican los límites del campo del single –un campo de batalla– están señalados por luz de neón. La red se vuelve un obstáculo prácticamente insalvable, porque es exageradamente alta y sobre la pared un par de carteles luminosos, transparentes, ubicados en cada campo, se encienden alternativa y rítmicamente con las frases “tú eres ganador”, “tú eres perdedor”. La metáfora tenística resulta una fuente inagotable de actitudes, intereses, luchas y competencias individuales que, por analogía, son comparables con la lucha despiadada que generaba la “economía social de mercado”: es necesario imponerse. La obra ficcionaliza la competencia como clave de desempeño y el consiguiente darwinismo social del menemato, donde sobrevivía y “triunfaba” el más apto. El símil deportivo colocaba en escena los intereses desnudos, así como las intenciones transparentes de los contrincantes.

El itinerario de una artista compleja como Paksa también incluye períodos de crisis, en blanco, donde se aleja de la práctica artística y de las exhibiciones, pero no del arte. En este sentido, se dedicó también a la docencia. Ha sido rectora de la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón en los años ’80; dictó cursos de posgrado en universidades canadienses. Fue profesora en la Facultad de Bellas Artes de La Plata y en la Pueyrredón. Publicó ensayos sobre el test psicológico de Rorschach, sobre Marcel Duchamp y Macedonio Fernández. Entre otras distinciones, la artista recibió el Premio de Instalaciones, cuando representó a la Argentina en la Bienal Internacional de El Cairo, Egipto, en 1994. Y en 1996 ganó el Premio Leonardo a la trayectoria, otorgado por el Museo Nacional de Bellas Artes. En 2003 obtuvo el gran premio adquisición en el Salón Nacional de Artes Visuales. Al año siguiente ganó la Beca Guggenheim. (Reseña publicada en estas páginas el martes 12 de febrero de 2013).