El Superagente 86 trabajaba para CONTROL, una agencia de seguridad estatal, con su compañera, la Agente 99 (Jaqueline Kennedy style), y se arreglaba con poca tecnología. Solo existían teléfonos fijos. El secreto residía en uno de sus pies. Podía discar y comunicarse con su zapatófono. Esta serie sesentista tomaba en solfa películas de espías, como James Bond, que además ficcionaban el hormigueo de soplones que pululaban durante la guerra fría.

Pero el espionaje anticonstitucional de Estado viene de lejos. Modernidad, liberalismo. Con el capitalismo, comenzó el acopio de mercancías en almacenes y barracas. Se desencadenaron pillajes y robos. Los burgueses, preocupados siempre por la seguridad, reinventaron la policía. ¿Su obligación? Vigilar la seguridad y controlar la moral.

La sospecha se expandió y -con el tiempo- llegó al sur argentino. En 2016 unos servicios anacrónicos -en plena era del dinero virtual y la finanza inmaterial- removieron tierra desértica con topadoras buscando barriles con dinero. Así como el nazismo fue la apoteosis del control y manipulación de los procesos vitales; el megaespionaje es el paroxismo del control sobre las vidas de los demás (extrañas obsesiones de adinerades). Principios liberales impuestos para proteger la acumulación material de ayer, que la neoderecha recicla para fortalecer la seguridad de la economía privada de hoy.

Vigilancia y control pueden considerarse sinónimos, pero se diferencian técnicamente. La vigilancia se produce de modo local y bajo techo. El control en cambio es global, traspasa edificios, se expande desde la más secreta intimidad a cielo abierto. Cámaras en shoppings, bancos, aeropuertos, pero también en veredas, estadios, autopistas. Redes sociales, localización de teléfonos, GPS, grabaciones remotas, copias de claves electrónicas, tarjera SUBE, registros de datos personales, hábitos, conductas, deudas. El dispositivo de espionaje neocapitalista superó en mucho a las técnicas fisgonas de antaño. Ya no nos “plantan” detectores, adquirimos con nuestro dinero artefactos que nos espían. Las apps para circular controlan todos nuestros movimientos.

Deleuze, a comienzos de 1990, señaló que con las nuevas tecnologías y el poder convertido en empresa llegan las sociedades de control, que difieren e intensifican a las disciplinarias analizadas por Foucault. En aquellas regían mecanismos de vigilancia y encierro-panóptico. Cárceles, hospitales, escuelas, fábricas. En las actuales el control es continuo e instantáneo. Lo llevamos en nuestro propio cuerpo de manera voluntaria y lo pagamos. Nuestro espía privado, el teléfono inteligente.

Mientras Deleuze pensaba el pasaje de la vigilancia al control, Julián Assange demostraba la vulnerabilidad de la seguridad informática. Años después, el consultor tecnológico y agente de inteligencia CIA y NSA, Edward Snowden, desertó y reveló documentos de espionaje estatal masivo que su país aplicaba no solo en territorio estadounidense, también a nivel mundial. Tres años más tarde, Werner Herzog registró los orígenes, el presente y el posible futuro de las tecnologías en su documental Lo and Behold: Reveries of the Connected World. Un testimonio de genialidades y delirios virtuales imperiales. Se ven, por ejemplo, edificios faraónicos de almacenamiento de información que -según explican los expertos- suelen ser inútiles en la mayoría de los conflictos geopolíticos e incluso nacionales. Irrumpen acontecimientos que no pudieron deducirse de la catarata de información acumulada.

Como en otro tiempo la mercancía, la información también es objeto de rapiña. Pero se sigue almacenando porque “nunca se sabe”. Herzog le pregunta a un especialista en robótica acerca de la habilidad de sus homúnculos, pongamos por caso, para jugar al futbol, y la conclusión es que ningún robot podría superar una gambeteada de Messi.

Pero salgamos del cine. ¿Los tanques de la industria digital se benefician con la pandemia? Absolutamente. Mientras robustecen el espionaje en favor de una economía selectiva, van dejando en el camino a quienes no pueden acceder al país de los algoritmos. Los gigantes informáticos venden sus pesquisas para fecundizar el consumo y brindan armas inmateriales para la sociedad, la política y el mercado. Hemos penetrado en el cibercapitalismo.

Los controles contemporáneos se modulan según los movimientos y ubicación de las personas. La arquitectura carcelaria de Betham, extendida a todas las instituciones, era una cueva de topo. Cada estudiante, obrera o prisionero ocupaba una “celda” determinada. El control total, por el contrario, es el viboreo de un reptil. Persigue a sol y sombra. Los anillos ofídicos son aún más incisivos que las cuevas toperas de la sociedad disciplinaria.

El estreno de La conversación, de Coppola, coincidió con el escándalo de las escuchas del Watergate. En el film los fisgones repiten que no existe privacidad “te siguen donde quiera que vayas”. Sin embargo, otra vez la realidad superó a la ficción. Ya no se trataba de un detective privado, sino del presidente de EEUU que operaba desde la oficina oval con tecnología de espionaje para perjudicar al partido opositor. Quedó al desnudo asimismo el precio que se puede pagar por transgredir la privacidad ajena. En La conversación el espía es espiado y destruido. En la realidad, Nixon debió entregar las pruebas de sus escuchas y renunciar a la presidencia. Por el momento solo pagaron con el ridículo los picapiedras patagónicos.

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Capitalismo y liberalismo -clásico o neo- son carne y uña. Su fobia al Estado protector es directamente proporcional a su ansiedad por transferir dinero del pueblo a las grandes empresas. ¿Su compulsión? Espiar. En la versión doméstica no sólo se controlaba al opositor. “No podemos espiar a los jerarcas del partido”, dice un fisgón estatal en la película La vida de los otros. El protagonista –después de la caída de los represores- se encuentra con quien había violado y arrojado a la muerte a su novia, además de destruir a sus amigos. El ex jerarca se jacta de sus antiguas escuchas. El protagonista (un poeta que sufrió el espionaje de la ex RDA) le dice: “Pensar que gente como usted gobernó este país”. En la Argentina podemos decir algo similar, con la salvedad de que sus servicios de inteligencia más que a la STASI se parecen al Superagente 86 y la Agente 99. Solo les falta el zapatófono.