Seis horas antes, los buscas hacían su negocio vendiendo a manos llenas "dos banderas por cinco mil". En la Plaza del Gol, a las tres y media de la tarde, la calzada de Balcarce estaba cubierta por el desfile de los fanáticos —mayoritariamente jóvenes— a la espera de sus ídolos, los jugadores de la selección argentina. Sobre el monumento un par de muchachos con el torso desnudo, pese a lo destemplado de la tarde, dirigían el coro de ángeles futboleros. A su lado, se destacaba una bandera de Nueva Chicago, que decía "gracias Argentina" y tenía pegada una ya añosa fotografía de Maradona. Banderas de Boca Juniors alteraban ínfimamente el panorama albiceleste. El comentario no pasaba por el fútbol.

"Nos robaron la Copa/ no vamos a llorar / Argentina / Argentina volverá" era uno de los estribillos predilectos. "Si nos ganaron bien" susurra un señor cuarentón. A nadie se le ocurre protestar por el resultado y apenas un cartelón recuerda al árbitro del partido. "Ese penal lo inventó él y sólo él" predica un exaltado, pero nadie le hace caso. El partido es historia, ahora sólo faltan los jugadores y mientras el cielo se va despejando, los gritos crecen con un único destinatario: la odiada Italia racista.

La multitud que esperó seis horas en Plaza de Mayo la llegada de los subcampeones.

Los dardos eran múltiples: "Nos chiflaron el himno / nos silbaron a Diego / les rompimos el culo / los dejamos terceros" en notorio tono belicoso dejaba paso cada tanto al tradicional "Italia, la puta que los parió", o los originales "La Ciccio dónde está / la busca Maradona para cojérsela" o "Hicieron el Mundial para salir terceros". No había rencor con acento alemán, las casi treinta mil personas que ocupaban media plaza se encargaron prolijamente de escarniar al país italiano y sus hijos, a título de réplica. ''Italia llora —comenta un adolescente con la cara pintada— quedaron atrás nuestro".

Al pobre diablo que enarboló una primorosa bandera azzurra lo amenazaron con quemársela a voz en cuello si no la arriaba.

Pero la selección no llegaba y el apretujamiento creciente junto a las vallas obligaba a buscar distracción y reparo. Algunos se dedicaron a hacer puntería con sus petardos sobre las palomas. Los rumores se esparcían velozmente como pequeños caniggiaslingüísticos. "Maradona rescindió contrato ayer a las cuatro de la mañana" dice un gordito con aire de serio. "Viene a Boca, hermano" le responde otro, que a su vez niega la versión. "Goycochea va a ser arquero do Racing" asegura un fanático. En el balcón había amagues de presencia que la muchedumbre se comía prolijamente, aumentando el volumen de la gritería pese a que las fuerzas menguaban. Supo asomarse Ornar Gómez Sánchez, uno de los conductores de ATC, basta que un petardo hábilmente dirigido al recinto lo dejó aturdido, mientras abajo se festejaba la puntería.

La noche serena y la espera que se prolongaba en demasía invitaban a la desconcentración. Mientras muchos caminaban ya por los paseos de la Plaza, agotando las existencias de garrapiñadas, otros tantos retomaban el camino a casa.

A las 9 y media de la noche, llegó finalmente el plantel. Diez minutos después asomó la cabeza en uno de los balcones Diego Maradona y detrás el resto. También Menem. La candía se venia abajo. "Argentina, Argentina", le dio paso al "Mardona, Maradona" y después "Borón bon bon, boron bon bon es el equipo del Narigón", y enseguida "Goycochea, Goycochea". En el reparto hubo para todos. Parecía que los jugadores se querían quedar a vivir. Cantaron, saltaron, se divirtieron con la gente. A esa hora la velada de gala del Colón ya había dado comienzo sin Menem. En la Plaza de Mayo el concierto continuaba. No lo querían terminar.

* Nota publicada en Página/12 durante el Mundial de Italia 90.