Una frase de Belgrano leída por casualidad en el gran parque de la ciudad de Mendoza me sigue rondando: “Cuando ya nada hubiere aún estarás tú bandera de mi Patria”. Grabada en la piedra bajo la rigidez del busto esas palabras levantan vuelo por su escritura poética.

El tiempo verbal elegido por Manuel Belgrano, “hubiera o hubiese”, abre otro tiempo de evocación más allá del futuro próximo que él vivía y establece un lazo, una especie de conexión entre “algo” que continúa en lo que “aún estará” y viniendo desde el pasado permanecerá cuando nada haya. Aunque Belgrano no lo escribe así; no concluye el pasado en el futuro; no da por cierto que no habrá nada sino que consigue que el pasado siga abierto y es por eso que logra abrir al futuro, en el aún. Pudo encontrar el desvío hacia la sobrevivencia del pasado en lo que vendrá a través de la creación de un símbolo en ese tránsito suyo, que es a la vez un otro al cual se dirige y lo nombra: “Tú”, bandera de su Patria.

Es como si hubiera generado en ese poema en el que le habla a su objeto creado algo así como un tiempo contemporáneo al que le estaba tocando realmente vivir, que habría perdurado a través de las épocas y que pediría un homenaje a través de las generaciones.

Pero: o se transmite lo vivo o se transmite lo muerto.

En el extremo de la nada, Belgrano crea un símbolo que lo sostiene. Me imagino que en principio a sí mismo. Lo imagino. Sintiendo esa nada ante el riesgo de declarar independizarse. La nada abierta en un espacio intermedio, entre separarse de un poder que lo somete y la angustia de ir quién sabe adónde, hacia un lugar aún inexistente y conmocionante por fuera de la sumisión: un delirio del deseo de independencia. Ese mismo delirio que nos empuja en algunos momentos claves de nuestra vida como siendo el único acto con el que podremos inventarnos un porvenir en el futuro y rescatarlo de extinguirse en nada.

Cuentan los historiadores que Belgrano rompió en llanto aquella reunión del 6 de Julio de 1816 en la Casita de Tucumán, casi desesperado por convencer a los congresales que firmaran el Acta de Independencia. Escribe recordando su emoción ante la incertidumbre de conseguir las firmas el 9 de Julio: “Yo hablé, me exalté, lloré e hice llorar a todos al considerar la triste situación del país. Les hablé de la monarquía constitucional con la representación soberana de la casa de los Incas y algunos comprendieron la idea de una monarquía atemperada, otros congresales no me entendieron. Les recordé que la mayoría de mis soldados eran originarios que amaban y defendían a su tierra; no sólo los vivos sino también los caídos en el campo de batalla. Los vivos verían con buenos ojos y respetarían a un jefe Inca (hijo del Sol) portando un pectoral dorado en forma de sol con la inscripción: No mentir; no robar; no holgazanear. Si así se hiciera veremos los resultados dentro de 200 años”.

 

Una madre me cuenta, esos 200 años después, que para el Día de la Bandera la maestra pidió que disfrace a su hijo con el traje de Belgrano, le saque una foto y se la envíe por whatsapp. Al aclararle no disponer de tiempo para coser ni hacerlo en cartulina, la maestra exige el cumplimiento de esa tarea y la mujer paga el alquiler de un traje en tiempos de recesión económica y educación online, en línea, lineal, ni en tridimensión ni menos aún en cuarta dimensión: el tiempo, rechazado por la instantaneidad de sacar y mandar la foto de un niño convertido en estatua en inhibido homenaje a Belgrano perpetuado inerte, una figurita a la que se viste y desviste en una pantalla sin cuerpo al alcance de la mano, sin emoción, sin acto, sin el temblor de querer convencer a otros de una actuación, sin transmitirle ni una palabra acerca de la jugada sobre el abismo que habrá de sentir para ganarse, cada hijo también, alguna independencia y animarse a la ilusión hacia el porvenir en su vida.