Murió Julio Maier, un gran jurista que presidió el Supremo Tribunal porteño, cuando que se respiraba en la Cciudad de Buenos Aires un aire de reformas y expansión de derechos, en la segunda mitad de los años 90. 

Era un liberal, porque entendía que eso significaba la defensa a ultranza de las libertades y por ser consecuente con esa idea se vinculó con la lucha social y salió decididamente en defensa de Milagro Sala. Porque así entendía el liberalismo, consideraba que éste nada tenía que ver con la ola neoliberal que nos intoxicó en los últimos cuatro años. 

A su juicio, el engendro implicaba una modificación abrupta del liberalismo político, puesto que –decía uno de sus últimos trabajos– otorga a la defensa de la propiedad privada un valor absoluto, despreciando los otros valores si éstos no resultan útiles para afirmar el predominio de la propiedad. 

Llevó en los últimos años una lucha desgarrada contra la desnaturalización de la democracia, con un tono muy personal que reflejaba, sin embargo, el pensamiento de muchísimos argentinos. 

Alcanzó a celebrar el fin de lo que vivía como una pesadilla y, aunque se lo va a extrañar mucho, el ejemplo de este maestro del Derecho aportará en estos tiempos difíciles una profunda inspiración.