Los dibujos de Krysthopher Woods circulan por las redes sociales como miniaturas bitonales: hay brujas buenas en escenas urbanas, hay muchachas punks, hay chicas con poderes sobrenaturales, criaturas silvestres antropomorfas, reflexiones cándidas sobre lo cotidiano y, claro, hay muchos tipos de gatos en muchos tipos de situaciones otoñales.
Su familia le cuenta que, cuando era un niño, sus primeros dibujos fueron felinos. Un catálogo de gatitos con pupilas brillantes y detalles demasiado complejos para un chico de esa edad, que en ese momento sorprendieron a los adultos, y que él adoptó como animales protectores. “Siempre estuve medio obsesionado con ellos”, reconoce Krysthopher Woods, seudónimo del artista de 30 años, que responde al teléfono desde su casa en el conurbano bonaerense donde vive solo con su gato Carl. También explica que la energía gatuna siempre ha sido parte de su imaginario y de sus ilustraciones --trabaja en diseño editorial, ilustración infantil y es profesor en la Universidad de Buenos Aires-- pero que se tomó un buen tiempo en decidirse a compartir su vida con un ejemplar. Ahora, Krysthopher Woods está de estreno. Producto de su primera incursión en la historieta y de su primera convivencia con un felino, acaba de lanzar Al Despertar, un pequeño y cálido librito sobre una chica y su gato, perfecto para quien sea que ame a estas criaturas anárquicas, aun cuando ellas miren de vuelta con recelo.
Los gatos según Krysthopher Woods dan consejos sentimentales, toman vino con sus dueños, usan Whatsapp y se preguntan qué es el trap mientras disfrutan canciones de Luis Miguel. Una hipérbole en plan comedia, aunque no tan lejos de la intimidad misteriosa con la que cualquiera que haya compartido la vida en soledad con un gato se podría identificar. El idilio con los felinos de este autor bonaerense terminó de cristalizarse hace dos años, cuando lo convocaron para ilustrar la edición local de El Tigre en la Casa. Un libro clásico del norteamericano Carl van Vechten
, muchas veces editado, aunque nunca en español, que en los años 20 exploró el culto a estos animales en diferentes periodos históricos y campos de la cultura, convirtiéndose en un objeto adorado y guía definitiva para los admiradores de los felinos. “Tenía mucho respeto por ese libro. Es increíble y no quería fallarle a Carl, pero tenía la idea de que en mi versión hubiese algo de humor, que las ilustraciones no fuesen solemnes”, explica el dibujante. Su reversión distendida del misticismo de ese clásico, en plan caricatura, con criaturas mucho más juguetonas y joviales que rotundas y ominosas, le dio un aire fresco a la versión local del libro, y lo presentó a él —que habitaba mucho más el universo de las ferias locales y la autoedición artesanal de objetos— a una serie de editoriales curiosas por su trabajo. También lo impulsó a tomar la decisión definitiva: adoptó a su primer gato, al que nombró Carl van Vechten.
“Mi gato no habla, lamentablemente, como el del cómic, que es muy jodón, toma vino y tiene su grupo de gatos con los que va de fiesta. Se parece un poco al mío en ese sentido. Carl no es tan cariñoso conmigo. Nos queremos así, con distancia social”, se ríe el historietista. Aunque siempre fue admirador de historietas como Calvin & Hobbes y Maus, reconoce que sus referencias en la práctica son mucho más contemporáneas; Power Paola, Flavita Banana y la californiana Tillie Walden a la cabeza. Además, cuenta que su devenir en historietista tiene mucho que ver con habitar el amplio medio de las ediciones pequeñas pero pujantes en Argentina, que tienen al frente a autoras tan movedizas y prolíficas cercanas a él como Camila Torre Notari, María Luque o La Watson, con quienes comparte las cotidianidades del oficio y de la edición. Muchos dibujantes de ese clan añoran por estos días reunirse en el Varela Varelita, clásico café de Palermo Viejo donde varios de ellos tienen por costumbre pasar horas trabajando, y donde han nacido muchas de las publicaciones contemporáneas del medio. “Aunque nuestro oficio puede ser muy solitario, eso es algo que se extraña mucho. La situación comunitaria de las ferias, o de las reuniones de dibujo, donde pasamos horas compartiendo nuestros trabajo, tomando cafés que se convierten en birras. Uno se pregunta cómo va a seguir todo eso”, se lamenta el autor.
Krysthopher Woods empezó a hacer las tiras de Al Despertar —que partió subiendo desinteresadamente a las redes sociales— inspirado en la nueva convivencia con su gato, aunque intentando desmarcarse un poco de las preocupaciones de la historieta actual, en general, siempre engolosinada con la primera persona y la autobiografía. “Tenía ganas de hacer una historieta que no fuera autobiográfica. El personaje de la historia es una chica que vive con su gato en un departamento pequeño, como yo, que vivo con mi gato en el conurbano. Eso tenemos en común los dos. Algunas vivencias se entremezclan, pero lo que quería en definitiva era hacer un proyecto donde no tuviera que estar todo el tiempo hablando de mi mismo”, explica.
Woods aclara que tampoco quisiera quedar ligado permanentemente a los felinos. Aunque los adora, su idilio también se extiende a otro tipo de criaturas, tan misteriosas como sus dibujos. Actualmente, trabaja en su primera novela gráfica, un libro sobre brujas, perros galgos y bandas de rock de culto, que dibuja lento mientras ilustra libros para niños en la Editorial Ralenti y, como muchos, se adapta al oficio de impartir clases prácticas vía Zoom. Una ciencia en sí misma. “Creo que entre todos los oficios, en la historieta encontré un medio para contar las historias que a mi me interesa contar. No busco que sean historias solemnes, o que tengan algún tipo de moraleja. Quisiera alejarme de eso. Son bastantes costumbristas, pensamientos míos encarnados en un puñado de personajes”, calcula Woods.
Por ahora, sin ferias y sin reuniones de dibujo a la vista, Krysthopher Woods se la pasa en su escritorio con sus libros y su gato Carl que, como muchos otros gatos junto a sus familias humanas en cuarentena, parece preguntarse si la extendida presencia de sus dueños en su territorio personal será permanente.“¡Mi gato me odia!”, se ríe el dibujante. “A veces me mira como diciendo: ¿Cuándo te vas a ir?. Lo quiero mucho pero pasa tanto tiempo afuera que sospecho que también tiene otra familia”.