Los amantes de los felinos evangelizan a minorías intensas. Las personas que nunca han tenido animales en sus vidas no solo no comprenden sino que suelen plantear que es absurdo amar a esas criaturas indómitas, autosuficientes, de temperamento independiente, impermeables a las amenazas, desobedientes por naturaleza. El filólogo y periodista asturiano Pedro Zuazua Gil confiesa que nunca fue un gran animalista, hasta que apareció Mía, una gata blanca y marrón claro, y se convirtió en un apasionado padre primerizo hipocondríaco. 

“En una de las múltiples ocasiones en las que se subió a la mesa, no sé cómo intenté bajarla y se me resbaló de las manos, cayendo al suelo. No le dio tiempo a girarse antes del golpe y, al levantarse, cojeaba ostensiblemente (…) Mía iba caminando con la patina derecha en el aire y se notaba que le dolía mucho. Mi primer pensamiento fue que la había dejado coja para siempre. Por mi mente pasaron infinidad de gatos y perros a los que había visto con una pata en cabestrillo. Pobre Mía, había ido a parar a la casa de un tipo que a las dos semanas la había convertido en una gata lisiada”, recuerda el autor de En mi casa no entra un gato (Duomo), un libro delicioso, una bocanada de oxígeno y carcajadas en este mundo pandémico.

Desde Madrid, Zuazua Gil (Oviedo, 1981) cuenta a Página/12 que amplió su familia gatuna con la incorporación de Atún, que ya tiene un año. En mi casa no entra un gato es el primer libro que publica este licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Oviedo, que trabajó como director de comunicación de El País, cargo que ejerce actualmente en Prisa Noticias, y que escribe en el blog Animales y Cía.

-En el libro señalás que durante el primer día con un gato se aprende que “hacen lo que les da la gana, cuando les da la gana y de la forma que les da la gana”. ¿Por qué, entonces, tanta gente cae rendida a los pies de los gatos?

-Decía Stendhal que lo que engancha del amor es la incertidumbre y quizá sea eso lo que nos ata a ellos: que nunca sabemos cuándo van a hacernos caso y cuándo van a ignorarnos. Son elegantes, misteriosos, caprichosos, graciosos, cariñosos… tal vez sea también que se parecen mucho a los humanos. Pero ciertamente el amor y la pasión que algunos sentimos por los gatos es difícil de explicar ya que, objetivamente, no son muchos los motivos que nos dan. A ver, ¿cómo se explica la adoración por un ser que te araña los sofás, te despierta cada día a las 6 y media de la mañana, y ocupa el mejor lugar del sofá o de la cama? Eso solo puede ser amor. Amor verdadero.

-La principal virtud de la “masonería felina” es la de poner en funcionamiento la red de contactos cuando un cachorro abandonado necesita ser adoptado. ¿Qué otras virtudes te parecen importantes?

-Cuando la masonería felina pone a funcionar la maquinaria, es complicado escapar. Una vez que te empiezan a bombardear con fotos y con enlaces a noticias sobre felinos, estás perdido. Da igual lo que hagas. Las personas que luchan por encontrar un hogar a los gatos abandonados tienen una gran generosidad, primero, y una enorme sensibilidad, después. No quieren únicamente una casa para ese gato callejero, también quieren que sea un lugar en el que los quieran y los cuiden, y que el bienestar que se genere sea recíproco.

-Nunca imaginaste que escribirías un libro sobre gatos y lo hiciste. ¿Cómo empezó la escritura? ¿Como una suerte de “diario íntimo” de tu relación con Mía?

-Nunca imaginé tener un gato, así que mucho menos escribir un libro sobre gatos. Todo empezó porque cuando llegaba a la redacción de El País contaba mis desventuras de padre primerizo y mis compañeros se partían de risa... de mí, no conmigo. La compañera que coordina el blog de Animales y Cía me preguntó si quería escribirlo y le dije que sí. Tenía mis dudas sobre si mi torpeza felina le podía interesar a alguien, pero se situó entre lo más leído del periódico. Desde la editorial contactaron conmigo… y aquí estoy, compartiendo piso con una gata famosa.

-¿Por qué los gatos tienen peor prensa que los perros?

-Bueno, es que los gatos se la han ganado un poco, ¿no? Son muy puñeteros. Te miran por encima del hombro. Hay una tira cómica maravillosa en la que aparece un perro mirando a su dueño y pensando que, si ese señor le da de comer, le cuida y le da cobijo, es porque ese señor debe de ser un dios. Al lado, un gato piensa lo mismo, pero deduce que si el humano le ofrece todo eso es porque el gato es el dios. No sé si a estas alturas podemos modificar la mala prensa de los gatos. A ellos tampoco les interesa hacerlo. Por el momento no les ha ido mal: dominan Internet sin necesidad de tener ordenador y los humanos se arrodillan a limpiar sus areneros. No parece un mal arreglo.

-Además de narrar con mucho humor tu convivencia con Mía, también te gusta polemizar: “Los perros son los Beatles. Los gatos, los Rolling Stones”, afirmás en una parte del libro.

-No tengo nada en contra de los perros, ¿eh? Es un animal que me encanta. La comparación viene porque los perros son más nobles, más obedientes y un poco más naif, si se me permite la expresión. Los gatos son más largos, van dos jugadas por delante. Honestamente, veo más a un gato lanzando un televisor desde la ventana de un hotel que a un perro. Los gatos siempre están liando alguna trastada. Y lo hacen de forma consciente. Si quisieran, con lo ágiles que son, no tirarían nada, pero prefieren tirarte un plato o un vaso, para que no te olvides de que también dominan la ley de la gravedad.

-Si “En mi casa no entra un gato” es el libro de Mía, ¿cuál será el de Atún?

-La llegada de Atún fue un poco traumática. Mía, los primeros días, estaba que la llevaban los demonios. No entendía qué hacía ese gato enano en su territorio. Como es muy práctica, el enfado le duró dos días, aunque aún a día de hoy se pelean unas 500 veces por hora. Es probable que haya otro libro. El primero funcionó muy bien y la gente se rió. Decía Fontanarrosa que lo mejor que le pueden decir a uno es que un lector se había reído con su libro y es verdad: provocar la risa es una sensación fantástica. El título lógico sería En mi casa no entra otro gato, pero todavía tengo que sentarme a pensarlo con mis editoras. Seguramente Atún quiera algo más personalizado, para no crecer a la sombra de su hermana…