El turismo científico, la tendencia que busca involucrar a la comunidad de forma directa y entretenida en procesos históricos, científicos y tecnológicos, enfrenta el desafío de mostrar datos concretos de modo atractivo. A la par de los museos tradicionales, que optan especialmente por la exhibición de obras de arte, su propuesta apunta a poner en juego los cinco sentidos para comprometer al espectador de modo didáctico con los grandes eventos científicos de todos los tiempos. Apto para curiosos e inquietos, el turismo científico se postula como una combinación de recreación y educación. Europa es una de las regiones del mundo a la vanguardia en la combinación de ciencia y museos: bastan tres de ellos –el Galilei de Florencia; el Spy Museum de Berlín; el Nemo de Amsterdam– como muestra de esta nueva tendencia mundial.

Jimena Naser
Instrumentos de todo tipo para la medición del tiempo y el espacio en el museo Galilei.

MUSEO GALILEI Se encuentra en el centro histórico florentino, a pocos pasos del conocido Ponte Vecchio y la Plazza della Signoria. También conocido como Museo de Historia de la Ciencia, recoge múltiples herramientas e instrumentos usados desde el Renacimiento hasta el siglo XX y conserva aquellos inventados y construidos por Galileo Galilei, los únicos que sobrevivieron hasta la actualidad. En torno a la figura emblemática del científico pisano, reconstruye la historia de las iniciativas científicas de Florencia y la Toscana, que ponen de manifiesto sus vínculos con las más avanzadas actividades de investigación a escala internacional. 

Los objetos más antiguos provienen de los Medici y los Lorraine, dos familias poderosas e influyentes del Renacimiento en Florencia. Entre ellos hay artilugios matemáticos, ópticos, astronómicos, quirúrgicos, químicos y de navegación; también una pequeña colección de relojes de bolsillo de finales del siglo XVI. Entre los más valiosos se destaca el telescopio con el que en 1609 Galileo descubrió los montes de la Luna y los satélites de Júpiter. Como curiosidad, también alberga –a modo de reliquia– el dedo corazón de Galileo, separado del cuerpo en  el año 1737, cuando se trasladaban sus restos a la cripta familiar.  Además cuenta con el primer barómetro de mercurio, que data del año 1634. Todos los objetos pueden verse en pantallas 3D, donde también se dan las explicaciones y datos técnicos para cada caso. 

En principio es aquí donde se se conservan todas las herramientas abocadas al desarrollo de la astronomía, desde que el hombre comenzó a hacer sus primeros cálculos. Desde tiempos inmemoriales la humanidad estuvo fascinada por el tiempo, tanto desde una perspectiva científica como filosófica. Mientras se intentaba definir qué era exactamente, la astronomía ayudó a fijar límites como los que hoy se conocen dando origen a las horas, días, meses y años. La necesidad de controlarlo se ve reflejada en las metas que se propusieron los astrónomos hasta el siglo XVII: hicieron calendarios para establecer el orden correcto de las festividades religiosas y civiles, además de determinar la posición de estrellas y planetas. Después del advenimiento del telescopio fue mucho más fácil poder desarrollar artilugios más precisos de medición. 

El museo cuenta asimismo con una sala exclusiva donde el tema principal es la representación del mundo. Allí se encuentran los primeros globos fabricados por el inventor, geógrafo y cartógrafo Vincenzo Coronelli, quizá uno de los más destacados del siglo XVII. Los instrumentos científicos y sus globos, por lo general en parejas, adornaban las bibliotecas de los monasterios, los académicos, los príncipes y reyes europeos. Los globos pertenecen a la serie realizada por Coronelli en la Academia Cosmográfica degli Argonauti, fundada por él mismo en Venecia en 1684. Sus diámetros, en el caso de la serie expuesta, son de pequeñas y medianas dimensiones. El propio Coronelli describió en su Epítome cosmográfica las técnicas con las que fueron construidos.

La habitación contigua está dedicada a herramientas relacionadas con la ciencia náutica. No es azaroso, sino que tras haber consolidado su poder en la Toscana los Medici concentraron buena parte de sus ambiciones en el mundo marítimo, intentando conquistar un espacio en la navegación oceánica para fomentar el tráfico comercial con las Indias orientales y occidentales. Estas aspiraciones estimularon el desarrollo de la ciencia del mar, haciendo de Livorno uno de los centros más importantes del Mediterráneo, sede de los arsenales, canteras navales, escuelas náuticas y cartas geográficas destinadas principalmente a los capitanes de la flota medicea. En 1606, la entrada del almirante inglés Robert Dudley al servicio de Fernando I marcó la consolidación de la ciencia náutica en la corte de los Medici. Fue Dudley quien publicó en Florencia un imponente tratado sobre el arte de la navegación, Dell’arcano del mare, y tras su muerte su importante colección de instrumentos náuticos entró a formar parte de la colección. Entretanto, la difusión de las armas de fuego había transformado los campos de batalla en teatro de los estudios geométricos: la potencia de los morteros había obligado a modificar la geometría de las fortalezas y requería, además, un adecuado conocimiento de la relación entre peso y alcance de los proyectiles, imponiendo la máxima precisión en las operaciones de medida y cálculo. A partir de entonces el hombre de guerra se vio obligado a adquirir los conocimientos matemáticos necesarios para gestionar con éxito las operaciones militares. 

Y asimismo en la segunda mitad del siglo XVII se produjo un significativo desarrollo de la meteorología gracias al perfeccionamiento de los instrumentos para medir las variaciones termométricas, barométricas e higrométricas. Estos artefactos puede observarse según su evolución en las inmensas vitrinas que conforman los pasillos. 

Un dato curioso que hizo posible la disponibilidad de estos elementos es que en siglo XVIII la alta sociedad de la época, ávida de novedades y entretenimientos, se sentía fascinada por los fenómenos de la física experimental. En los salones y cortes, docentes itinerantes ilustraban las leyes de la naturaleza enseñando la ciencia por medio de demostraciones. Utilizando bombas neumáticas, planetarios, microscopios solares y máquinas para el estudio de los choques, ofrecían cursos de física sin recurrir al difícil lenguaje de las matemáticas. A lo largo del siglo XVIII,  la difusión de nuevas máquinas electrostáticas “de frotamiento”, muchas de las cuales pueden observarse en el museo, dieron origen a divertidas “veladas eléctricas” durante las cuales se realizaban performances a base de atracciones,  repulsiones, sacudidas y chispas que damas y caballeros podían experimentar sobre sus propio cuerpo.

Sala del museo Spy de Berlín, con toda la tecnología de la Guerra Fría.

UN MUSEO DE ESPÍAS La ciencia y la tecnología se codean en el Spy Museum de Berín, donde los visitantes pueden conocer mediante propuestas multimediales los astutos métodos de los agentes y servicios secretos del país en diferentes épocas. Sobre 3000 metros cuadrados se accede a más de mil objetos del pasado del espionaje. Un puente entre la tecnología de otras épocas combinada con exposiciones interactivas que permiten conocer desde una técnica de cifrado creada por Julio César a los métodos sofisticados al servicio de Napoleón, pasando por los sistemas de ambos bandos en las guerras mundiales y la Guerra Fría.

El museo se encuentra en la Leipziger Platz, que hace 25 años era un terreno baldío rodeado de alambres de púa, cámaras y sórdidas torres de vigilancia. El lugar no fue elegido al azar, ni tampoco la bienvenida que recibe el visitante: cámaras infrarrojas que graban la llegada del turista, cuyas imágenes son proyectadas en varios monitores. A lo largo de dos pisos van a apareciendo desde pequeños objetos relativamente inofensivos, como micrófonos, hasta otros listos para disparar balas o veneno. En las vidrieras se exhibe así una de las primeras grabadoras portables escondidas dentro de un maletín que se utilizó para monitorear conversaciones con diplomáticos soviéticos en los primeros años de la Guerra Fría. Una tecnología pequeña y prácticamente invisible, además de una novedad para la época. 

Alrededor de 1965, la KGB usaba lo que se conoce en la exposición como “El beso de la muerte”: se trata de una pistola-lápiz labial que contaba con un arma de un solo disparo. Otro objeto similar para estos fines eran pipas ordinarias que disparaban proyectiles pequeños capaces de matar en un rango corto. 

Durante todo el recorrido se destacan estrategias técnicas para disfrazar cámaras y micrófonos en objetos de uso cotidiano, que a primera vista no levantarían ninguna sospecha sobre sus verdaderos propósitos. Tal es el caso de una cámara Tessina oculta en un paquete de cigarrillos modificado con orificios minúsculos alineados con la lente. Este pequeño modelo contiene casi cuatrocientas piezas, incluyendo chips de rubí para reducir la fricción y el desgaste. Un espía podría agarrar un cigarrillo real, también almacenado en la misma caja, y en secreto fotografiar una oficina u otra área. Además estas cámaras diminutas también eran colocadas en cajitas de fósforos. 

Aprender los secretos del enemigo era vital para la supervivencia en el año 1939. La inteligencia británica  había reunido una ecléctica variedad de matemáticos, lingüistas, artistas y pensadores para tales fines. Su misión era simple: romper los códigos de Alemania. Pero con la máquina Enigma de los nazis, capaz de generar 150.000.000.000.000.000.000 de combinaciones, esta tarea era enormemente compleja. Originalmente diseñada para codificar las comunicaciones de negocios, fue adaptada para su uso en la Segunda Guerra Mundial. Su funcionamiento constaba de un teclado y una serie de rotores que utilizaban corriente eléctrica. Además estos mensajes  encriptados eran enviados por medio de calculadoras de bolsillo que trasmitían a una central en código Morse.

Otro de los elementos mortíferos que la KGB usó en 1978 fue un paraguas modificado para disparar una pequeña pastilla de veneno destinada a asesinar al disidente Georgi Markov en las calles de Londres. Sorprendente por la capacidad de emular un paraguas real, forma parte de la colección del museo. Existen además objetos curiosos, como conservas de olores, maletines de infrarrojos o cámaras colocadas en abrigos y ropa interior femenina. 

La interactividad forma parte central de la experiencia, ya que el visitante tiene la posibilidad de atravesar laberintos de detectores láser o participar en un juego donde se revela si se cuenta con el perfil psicológico para trabajar como espía. Además los monitores y pantallas táctiles invitan a descifrar o codificar mensajes y descubrir contraseñas.

Oficina de Turismo de Holanda
Museo Nemo, un innovador espacio interactivo para las ciencias en Amsterdam.

CIENCIA Y TECNOLOGÍA El Museo Nemo Amsterdam se encuentra en Oosterdok, o dique del Este, y consta de cinco plantas y una arquitectura peculiar. Diseñado por el arquitecto italiano Renzo Piano, parece un gran barco verde que puede verse  desde varios puntos de la ciudad. Sus dimensiones lo convierten en el museo de ciencia más grande y fascinante de los Países Bajos. Fue inaugurado en 1997 y en sus orígenes era conocido como New Metropolis, pero tiempo después se lo renombró Nemo, por hacer referencia al mundo entre la fantasía y la realidad. 

Se trata de un centro interactivo donde lo prohibido es justamente no tocar, ya que está pensado para que visitantes de todas las edades puedan descubrir y practicar experimentos y demostraciones en primera persona, sintiéndose como auténticos científicos. A través de diversas exposiciones, representaciones teatrales, películas, talleres y demostraciones, Nemo propone un mundo rico en conceptos y explicaciones. 

En las primeras salas se observan dispositivos de la colección histórica, que forman parte de La Galería de Innovación. Allí se ve uno de los primeros teléfonos móviles– que no era realmente muy portátil– y una gigantesca batería del siglo XVIII que solo fue capaz de encender una lámpara. Un pasillo largo conduce al salón llamado Code Name ADN, repleto de pantallas con animaciones donde es posible aprender sobre los avances de la genética desde 1869 hasta la actualidad, y descubrir cómo será la apariencia de cada persona dentro de treinta años en su “máquina de la edad”.

Una enorme sala en el primer piso dispone de distintos elementos para demostrar lo que se conoce como “causa y efecto”. Allí es posible rodar la silla de una oficina para que golpee una aguja que pinchará dos globos, que una vez desinflados desencadenaran un efecto cascada sobre una formación de fichas de dominó. Así el museo le da la bienvenida a sus visitantes al mundo de la energía potencial y la energía cinética en un espectacular montaje de reacciones en cadena. 

Luego se pasa al al laboratorio, con guardapolvo y lentes de seguridad para ponerse a trabajar con reacciones químicas y descubrir las propiedades ocultas de la levadura en polvo, el vinagre y tantos otros artículos que usualmente se utilizan en los hogares. Todo asistidos por científicos guias que acompañan a los visitantes.

El espacio Maker es un área especial donde dar rienda suelta a las  ideas: aquí se pueden diseñar estructuras con distintos fines, usando barras, sorbetes, esferas, puentes y diversas formas rígidas. Luego se propone el nombre de la marca del producto o máquina, y se prueba junto con expertos que aconsejan cómo mejorarlo. Recorriendo el museo, los visitantes descubren varios automóviles (incluido un colectivo) que funcionan con combustible de hidrógeno; suben a la terraza para jugar con las energías renovables; entran en contacto con todas las etapas de purificación de agua y cuentan con una máquina diseñada para dar a conocer son los picos y valles de consumo energético durante las 24 horas, con el fin de determinar cuándo es mejor cargar un coche eléctrico , lavar la ropa, activar paneles solares o turbinas de viento. 

La física está en todas partes: en los colores del arco iris, el crepitar de un suéter y la diferencia de tono de voz entre los hombres y las mujeres. En Sensacional Ciencia es posible recrear estos fenómenos para ver cómo funcionan. En una exposición contigua una pantalla gigante responde preguntas, desde qué tienen en común seres humanos y plantas hasta cuál es la probabilidad de que exista vida extraterrestre.

Una de las salas más concurridas es Viaje a través de la mente, que expone la última tecnología de escaneo para conocer más y mejor el cerebro humano, por lo que se cuenta con información, pruebas, experimentos y juegos de lógica que ayudan a entender lo que ocurre dentro de la cabeza. Aquí, gracias a un software desarrollado por la Universidad de Ámsterdam, se creó  una versión especial del clásico videojuego Pong, que los jugadores activan cambiando la expresión del rostro. Una perfecta síntesis de la fusión en primera persona entre juego y ciencia, abierta a todos los que deseen vivir la experiencia.

Oficina de Turismo de Holanda
Vista nocturna del puente y el Nemo con su silueta de barco.