La periodista Ana Basualdo (Buenos Aires, 1945) se fue de la Argentina en noviembre de 1975, una semana después de haber sido secuestrada por un grupo parapolicial al servicio de la Triple A. En esas veinticuatro horas la interrogaron por una nota publicada años atrás en la revista "Panorama" y fue sometida a un simulacro de fusilamiento. Tuvo mejor suerte que otros compañeros de redacción, si se puede llamar suerte a una asechanza que no terminó con la muerte violenta. Exiliada en España, comenzó a colaborar para medios gráficos de izquierda y aquellos otros que cubrían el “destape” de la transición democrática. Su único (hasta ahora) libro de cuentos, el elogiado Oldsmobile 1962, se publicó en 1985 y fue reeditado en la colección que Ricardo Piglia dirigía para el Fondo de Cultura Económica. “Tendemos a recordar más los cuentos aislados que los libros de cuentos, pero cuando sucede lo contrario es que estamos ante un acontecimiento literario”, escribió Piglia.

Basualdo editó el volumen Autobiografía y diarios, de José Luis Cerveto, y Crónicas ejemplares. Diez años de periodismo antes del horror (1965-1975), de Enrique Raab, secuestrado y desaparecido por la dictadura militar en 1977. En 2015, publicó su ensayo Paseos por Barcelona fugitiva. Rastros de la ciudad ácrata, donde se sumerge en la tradición libertaria de esa ciudad española. Y ahora, en plena pandemia, la editorial Sigilo recupera para los lectores una selección de sus crónicas y perfiles de figuras como Leonardo Favio, Blackie y Ada Falcón, escritos y publicados en la Argentina hace más de treinta años, y textos firmados en Barcelona sobre un grupo de inmigrantes ecuatorianos, Julio Cortázar, el poeta chileno Enrique Lihn y el Parque de la Memoria. “Me hice periodista en Buenos Aires, en tiempos de ebullición política y de redacciones con máquinas de escribir Remington y copias (imposible añorar aquello) en papel carbónico, pero no de artículos en primera persona”, escribe Basualdo en un esbozo del perfil de Amy Winehouse, escrito cinco años después de la muerte de la artista. Invitada por los editores porteños, ella misma seleccionó las crónicas que componen El presente.

“A los más antiguos, escritos en el semanario "Panorama", entre 1971 y 1975 y que integran el primer bloque de la antología, los elegí porque me gustan, obviamente, y también porque me parecieron los más capaces de soportar el paso del tiempo –dice Basualdo desde el verano barcelonés-. El segundo bloque abarca un período muy largo, de 1976 a 2020, y prevalecen los temas argentinos, (Julio Cortázar, Adolfo Bioy Casares, Antonio Di Benedeto, Enrique Raab, Palermo Viejo, el Parque de la Memoria) pero incluí también algunas crónicas en que el escenario es la ciudad de Barcelona. Conviene aclarar que los primeros textos aparecieron en el suplemento cultural del diario La Vanguardia, donde trabajé unos seis años. El resto se publicó en una revista cultural bimensual, "La Maleta de Portobou", y no tienen nada que ver con la dinámica de una redacción sino con las ganas o la necesidad que tuve, en ciertos momentos, de explorar algunos temas”.

¿Cuánto cambió tu trabajo como cronista en Barcelona?

--En Buenos Aires, la calle como fuente, escenario, contexto, y también como cosa concreta diaria y marco mental, estaba en la masa que horneábamos todas las semanas. En Barcelona, se fue convirtiendo en motivo específico para la indagación, para el rastreo de huellas (anarquistas, sobre todo) y de registro de cambios que sólo se captan haciendo calle a pie. El redactor atado a las pantallas o el reportero a pie. La pantalla es ineludible y adictiva; la calle, productiva.

¿Qué aprendiste del ejercicio periodístico en tus dos ciudades?

--Creo que en Buenos Aires aprendí todo lo que sé del oficio, porque tuve la edad adecuada en el lugar adecuado; aquella redacción, aquella ciudad, en una época de pasiones que terminó muy mal, pero eso no apaga lo que precedió al horror. En Barcelona aprendí cosas muy distintas: a ganarme la vida escribiendo sobre los temas más insólitos, a vivir durante mucho tiempo de colaboraciones erráticas en publicaciones improbables, hasta que tuve la oportunidad de volver a una redacción, el diario La Vanguardia, aunque fuera de modo marginal. Pero de esto hace ya mucho: fijate que ahí pasé de la máquina de escribir a la computadora.

¿Había una agenda feminista décadas atrás en las redacciones o eso no se consideraba?

--No recuerdo que hubiera nada parecido a una “agenda feminista”; en realidad, la palabra “agenda”, si la usamos en el sentido de programa o línea editorial o incluso si quisiéramos aludir así a un aire de época, no existía. En "Panorama" éramos tres redactoras y más o menos treinta redactores. No recuerdo episodios machistas, salvo uno, con un jefe, a quien no nombraré porque ya no vive. La lucha por los derechos de la mujer, que es insoslayable, tiene formas de expresión y persigue objetivos distintos, según el momento histórico. Si percibo como chirriantes algunas de esas formas, seguro que es por un motivo o tara generacional.

¿Por qué le pusiste ese título al libro?

--Le debo el título a Maximiliano Papandrea, el editor. Se refiere al presente en que se escribió cada crónica. El presente de la escritura, tanto en un semanario porteño en los años setenta como Palermo Viejo visitado durante quince días en 2001 o la descripción de un verano en la terraza de un bar de Barcelona tomado como ángulo de visión de un momento en la ciudad que, después de la pandemia, acaso no se repita, en un punto peculiar de su trazado urbanístico.

¿Cómo ves las narrativas que Internet sumó al periodismo?

--Evito criticar esos efectos porque, por la misma tara generacional, no los conozco lo suficiente, y en el periodismo argentino mucho menos que en el español. Son evidentes, de todos modos, el empobrecimiento del léxico, la desorientación en el uso del punto y coma y, al menos en España, del subjuntivo; la desaparición de oraciones subordinadas, y, en otro plano, el desuso del merodeo en el abordaje a un entrevistado, y todo ello (los recursos de la lengua y de la crónica como género periodístico narrativo) sobre la base de una investigación.

Nunca estudiaste periodismo, pero ¿qué les dirías a los jóvenes que pese a todo quieren ser periodistas y estudian carreras afines?

--Voy a contestar con dos citas de Jacobo Timerman y un libelo de Pierre Bourdieu. Un mediodía, creo que en los años noventa, en un restaurante de la Recoleta, Timerman comentó así la idea de Carlos Ulanovsky de fundar una escuela de periodistas (TEA). “Una fábrica de desocupados”, dijo, con su habitual mueca desdeñosa y muy amargada entonces. Años antes, le había dicho a Jorge Bernetti en un programa de radio: “El periodista es un enamorado de la realidad”. Por su parte, Bourdieu llamó a la rebelión: “Periodistas del mundo, ¡uníos!”. Habló contra la prensa, pero no contra los periodistas: “El periodismo es una profesión muy poderosa compuesta por individuos muy frágiles”. Y distinguió entre los recolectores de información y los escribas que la modelan a gusto de los amos. A los jóvenes que “pese a todo” quieren ser periodistas les diría que, si se reconocen en la definición de Timerman, sigan el llamado de Bourdieu.

¿Seguís escribiendo literatura?

--En la conversación que mantuvimos con mi amigo el poeta rosarino Edgardo Dobry, que sale como epílogo del libro, tocamos ese tema. Para mí, el periodismo es una artesanía y la literatura es o desea ser un arte. La crónica es la respuesta, todo lo profunda y elaborada que pueda resultar, a un estímulo del exterior; el cuento, en mi caso, es una formación o pulsión interior, que deviene una “forma” en diálogo con la literatura, no con la realidad. Es una elección personal, acaso a contracorriente.