"Mi jefa me está llamando para hacer una reproyección”. Son las 21.30 hs y Lili sigue trabajando. Por la ley de teletrabajo (o trabajo remoto) la jefa de Lili estaría obligada a respetar el derecho a la desconexión fuera de los límites de su horario laboral habitual, que terminó hace más de cuatro horas. La obligación tendría lugar recién tres meses después de terminado el Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio, momento en el que entraría en vigor la norma.El proyecto tuvo media sanción en la Cámara de Diputados y al cierre de esta edición estaba a punto de tratarse en el Senado. El debate alrededor del articulado, sus alances y su futura reglamentación convoca a empresarixs, sindicatos, militantes feministas, trabajadorxs de distintas áreas.

Para variar, la pulseada tiene de un lado a lxs empleadorxs que ya sacan cuentas sobre la reducción de costos y que buscan reducir al mínimo la legislación y del otro a lxs trabajadorxs, que tendrán que esperar a las negociaciones colectivas para que se escriba la letra chica en la que se juega el futuro de sus derechos. En sus exposiciones en las comisiones, las cámaras empresarias se opusieron con especial énfasis a dos de los puntos que más defienden los sindicatos: la reversibilidad y el derecho a la desconexión.

Para quienes no tienen personas a cargo y para lxs pocxs que practican una responsabilidad compartida de manera equitativa, las perspectivas sobre el trabajo remoto muestran algunas ventajas como la reducción de horas de traslado o de tiempo ocioso que se recupera. En cambio, para quienes conviven con personas que necesitan cuidados y ya sufrían la sobrecarga, la modalidad implica rutinas interminables a pesar de que el lenguaje empresarial haga gala de que habilita “una mejor conciliación entre vida familiar y trabajo”. Desde las organizaciones feministas se encienden alertas. Estos cambios en las formas del trabajo no deberían implicar una mayor privatización de los cuidados. Que la casa se convierta en oficina no significa que tenga que ser también guardería, jardín maternal ni escuela.

Desde el Ministerio de Mujeres, Género y Diversidad, expresaron la necesidad de que el proyecto incorpore el término “corresponsabilidad”. Sin embargo, la letra final sólo menciona el derecho a horarios compatibles con tareas de cuidado para quienes “acrediten tener a cargo a personas menores de 13 años, personas con discapacidad o adultas mayores que convivan con la persona trabajadora y que requieran asistencia específica”.

Como expuso Lucía Cirmi Obon, Directora Nacional de Cuidados frente a lxs diputadxs, sin una promoción activa para que el reparto de tareas sea más equitativo, se corre el riesgo de profundizar el estereotipo de que son las mujeres quienes, por naturaleza, debemos tomar la tarea.

Si el teletrabajo llegó para quedarse, se torna más urgente que nunca la discusión sobre un Sistema Nacional de Cuidados que evite la sobrecarga puertas adentro de las casas. En pleno siglo XXI, las mujeres y sobre todo quienes son madres, todavía dedican el doble de horas que sus pares varones a las tareas de cuidado.

Quiénes, cuándo, cómo

Según una estimación del Centro de Estudios para la Producción, del Ministerio de Producción, el 24,4 por ciento de lxs trabajadorxs en aglomerados urbanos se desenvuelve en ocupaciones que requieren operar con equipos o sistemas informatizados de manera constante y son, por ende, potenciales trabajadorxs remotos. El uso de este tipo de herramientas es más frecuente en las mujeres que en los hombres (29,2 por ciento y 20,8 por ciento respectivamente). Se calcula que antes de la pandemia, menos de un 10 por ciento trabajaba en modalidad remota. A futuro, los más conservadores hablan de un 20 por ciento y los más arriesgados de un 30 por ciento del total del empleo. Se trata, en general, de los sectores de ingresos y calificaciones más altas. En promedio, el salario de quienes operan con equipos informáticos duplica al de las ocupaciones que no utilizan.

La ley, al ser una modificación sobre la ley de contrato de trabajo, no regula a trabajadorxs por cuenta propia ni a quienes tienen contratos informales. Más allá de los promedios, la situación es muy diferente entre sectores y según la configuración de cada hogar.

Tiempos modernos

Martina (29) trabaja hace más de un año para la empresa Accenture, que se dedica a tareas de consultoría. Es una de las más antiguas en aplicar la modalidad home office. “Ya nos avisaron que se deshicieron de dos edificios porque no podían adaptarlos a los nuevos protocolos. Son espacios muy chicos, claustrofóbicos. Por mi antigüedad ya me corresponden dos días de home office pero si pudiera elegir no volvería más a la oficina”. A Martina el sueldo se le redujo porque ya no le pagan los almuerzos ni los cafés en el recreo. Dice que aunque haya perdido beneficios, la deprime pensar en volver a ese lugar. “Los pisos son como panópticos. Hay detectores de ruido que encienden una luz roja si la gente habla mucho o se ríe. Es un dispositivo que tiene una base con un palito y una orejita. Cuando está verde, es que el sonido está bien. Cuando se pone amarilla es que está elevándose y en rojo es que está muy alto”.

En el artículo 2, la ley estipula que quedarán alcanzados quienes trabajen fuera del domicilio del empleador total o parcialmente. Por eso aplicaría para empresas que ya empleaban esta modalidad entre sus empleadxs de forma rotativa.

Martina cuenta que en su computadora tiene instalado un software que mide los movimientos del mouse, el tiempo que pasa en una pestaña y sus clicks. Se llama FHINCK y en la página web lo promocionan como “inteligencia artificial para la productividad”, la última de las tecnologías, aunque se parezca demasiado a una versión digital del capataz de tiempos modernos.

En la ley hay un artículo confuso sobre derecho a la intimidad y seguridad informática. No prohíbe el uso de este tipo de aplicaciones pero establece que los “sistemas de control destinados a la protección de los bienes de propiedad del empleador” deberán contar con la participación sindical ¿Entrará, un software como FHINCK, dentro de esa categoría? Si así fuera, ¿quiere decir que la vigilancia de la productividad (el tiempo de trabajo) es considerada entre las propiedades del empleador?

Candelaria (27) trabaja hace cinco años en un call center. Cuenta que desde que empezó la pandemia las llamadas se duplicaron y el que el humor de la gente cambió. “En seis horas, tenemos sólo dos recreos de quince minutos. Sólo nos dieron auriculares. Ni internet, ni mouse. Aún así yo prefiero trabajar desde mi casa no sólo porque el trabajo es muy estresante sino también porque los jefes meten presión para llegar a las métricas. Prefiero tener una videollamada o que me manden un mail a tener que verlo cara a cara o tener reuniones “motivacionales” para vender más que son una pérdida de tiempo”. La compensación por mayores gastos de conectividad y/o consumo de servicios es otro de los temas que la ley menciona, aunque se definirá según cada negociación colectiva. Durante la pandemia, no hubo ninguna regulación al respecto. Lo que ahorraron en alquileres y pago de servicios las empresas que continuaron con su actividad de forma remota, no se vio reflejado en mejoras salariales ni en equipamiento para sus empleadxs. La gran mayoría tuvo que comprar de su bolsillo lo necesario para transformar algún ambiente de la casa en el nuevo lugar de trabajo.

Laura (43) también trabaja en un call center pero preferiría volver a la oficina. Vive sola con sus dos hijes en edad escolar. “Me es imposible atender llamadas con mis hijes que se pelean, caminan por encima mío, me preguntan qué vamos a comer. Me pasó que los clientes me corten y me desespero porque eso implica perder comisiones”, cuenta. El caso de Laura es uno de los tantos que muestran la importancia de la reversibilidad. Fue el punto más resistido por lxs empresarixs. Tal como quedó redactado, lxs empleadxs podrán elegir volver a la modalidad presencial aún cuando hayan prestado consentimiento para pasar a la modalidad teletrabajo.

Foto: Leandro Teysseire

La trampa doméstica

Si bien para empleadxs estatales el trabajo remoto es por el contexto de pandemia, no se sabe qué va a pasar cuando termine el ASPO. A pesar de que se establecieron licencias para quienes tienen personas a cargo, la mayoría no hizo uso del beneficio. Algunas no quisieron recargar a sus compañerxs, otras temieron represalias en términos de ascenso laboral o crecimiento profesional. También hay quienes no pudieron aceptarla porque necesitan cobrar las horas extras, componente central en su ingreso.

“Hay que tener en cuenta que había derechos que habíamos conquistado. En la Ley de Contrato de Trabajo hay un artículo que dice que en los lugares en los que hay más de 50 mujeres, tiene que haber un jardín. Eso no está reglamentado”, comenta Clarisa Gambera, secretaria de género de la CTA. “Nos deben. Nos deben licencias, nos deben jardines. No quisiera que nos canjeen jornadas acomodadas por el gasto que supone pagar el cuidado. Son alarmas que se me prenden. Nos costó años conquistar algunos espacios públicos, sabiendo que no todas salimos a trabajar de lo que nos gusta. Dejar el espacio doméstico tiene un componente emancipatorio. El reenvío a lo doméstico, quedar atrapadas en ese espacio es complejo”.

También le preocupa a Lili (59), vendedora de seguros de vida. “No me reconozco todo el día adentro de mi casa”, dice. “Mi trabajo consistía en estar en contacto con gente todo el tiempo, cuatro días a la semana trabajaba en la calle. Ahora me la paso haciendo trabajo administrativo, que encima implica un esfuerzo importante de adaptación a la tecnología. Quedo agotada. Veo que a lxs más jóvenes les va mejor que antes con las ventas porque usan las redes sociales. Llevo nueve años en la empresa y creo que esto llegó para quedarse”. Lili dice que extraña el contacto con la gente, los cafés, las charlas no virtuales, a sus compañeras de trabajo.

La pérdida de espacios colectivos preocupa también a los sindicatos. “Se desdibuja la representación y favorece la tercerización. Son temas complejos para pensar la gremialidad. Habrá que reinventar la gremialidad en contextos adversos”, agrega Gamberra. De todas formas, señala que “regular está muy bien. Es poner límites a la voracidad de la patronal. Lo que nos preguntamos es por qué tanto apuro”.

El lado B del teletrabajo

La falta de alternativas de cuidado, las malas condiciones del transporte público, la rigidez horaria y el maltrato son algunos de los motivos que hacen que, a pesar de las contras, las encuestas muestren que la mayoría prefiere mantener o aumentar su jornada remota.

Flora Partenio, docente, investigadora y parte de la Asamblea de Trabajadoras en tiempos de pandemia, advierte sobre el “lado B del teletrabajo”. Las tramas de negocios que se enconden detrás de las plataformas que hoy garantizan la logística, la infraestructura digital, que permiten ofrecer servicios, vender y comprar online deberían hacernos encender las alarmas sobre el intento de desdibujar la relación laboral. “No se trata sólo de pensar la virtualización o el empleo remoto en el contexto de un empleo registrado en una empresa o en el sector estatal. Hay que ver ahí la expansión de un modelo de negocios que ya no habla de trabajadores, sino de freelancers o emprendedores. Y esto sí me preocupa”.

Aún si se aprobara, la regulación de los artículos más importantes de la ley queda en manos de las negociaciones colectivas. En empresas donde los convenios son a medida del empleador o no hay sindicatos fuertes, como es el caso de prestadoras de servicios tercerizados, lxs trabajorxs enfrentarán una mayor desprotección. El riesgo es que en la letra chica se pierdan derechos y garantías.

Para que las promesas de mayor libertad no nos devuelvan a condiciones de trabajo ni a arreglos domésticos del siglo pasado, serán centrales el rol de los sindicatos, una presencia activa del Estado que impida la vulneración de derechos y una perspectiva feminista que ponga en el centro el reparto social de los cuidados.

Mis días sin mí
Por Alejandra Obermeier
La escena es caricaturesca. Como de un personaje burundareñano. O almodovariana. Pero sin carmín ni rimmel. Imaginar música suspense, pelos de punta y colores estridentes.
Responder, estar, parecer y semejar. ¿Se puede SER en este escenario?
Se puede funcionar hasta que salta la térmica.
Yo no nací para heroína. Que no me vengan a consagrar en el altar de la abnegación flexibilizada, ese dos por uno del teletrabajo que incluye a la madre y la trabajadora en un solo envase descartable. La romantización de la alienación y otras páginas.
NO es heroico tener tus teleconferencias laborales e intentar que al mismo tiempo tu hija desayune, llegue a tiempo a su clase virtual y cumpla con todos sus deberes, trabajo triplemente titánico considerando que de tal madre atribulada, tal hija lejísimo de la sobreadaptación (in your face, Hércules, ¡chupate este trabajito!).
NO es digna de admiración la hipertrofiada capacidad de estar en múltiples lugares al mismo tiempo.
NO es romántico tener que claudicar a la V Invasión Extraterrestre de dispositivos a toda hora para satisfacer las necesidades laborales (impostergables, a la postre, porque en esta era de superpoderosas además paramos la olla).
Es exterminio neuronal acelerado. Es anotar todo porque si no me lo olvido. Pero también olvidarse dónde tengo anotado lo que no debía olvidar. Es exponer menores a las redes sin red. Es instinto de supervivencia.
La mujer-madre-laburanta en los tiempos del Covid es habitada por roles en pugna permanente. La madre pierde por goleada. La ganadora absoluta en el juego pandémico es la culpa de madre, que pierde la paciencia y la coherencia, que pasa de “Dale, te lo presto, pero sólo un ratito, eh?” a “¿¿¡¡Cuántas horas más vas a estar jugando con ese telefonito!!??”
Las habrá más abnegadas, más sarmientinas, más victorianas, orgullosas de salir ilesas y triunfantes de esta clonación de funciones en simultáneo. Yo abdico de ese trono precarizado que se parece más a la silla eléctrica.