*Volvieron los grillos con la ciudad silenciada. Una vecina me pide que los saque del umbral de su casa. Son docenas y están cobijados bajo un manto de hojas de plátano que nadie barre. Han hecho su Woodstock allí debajo. "¡Me dan asco y además por la noche se ponen a cantar todos juntos que parece una orquesta!", gime. Le pido una caja de cartón y elijo al azar algunos. Son negros como de laca y se tornan violáceos al sol. Al resto los aproximo al pie del árbol para que se guarezcan.

--Usted sí que es raro --me dice ella encasquetada en el barbijo artesanal. 

--Esta noche tocarán para mí. 

Hace un gesto de desconfianza. 

*Es hora de repensar la vida. Peinado cero, maquillaje nada, tacones desaparecidos. ¿Si la vida fuese esta? Cierta vez fue a Córdoba y pasando Unquillo se adentró en una zona de quintas salvajes a la busca de un terrenito con serias ganas de adquirir uno para fin de semana. Estuvo unos días alojada en un hostal. Todas las mujeres carecían de pintura sobre sus rostros y andaban sino descalzas, con alpargatas y vestidos vaporosos, a pie o en bicicletas sin necesidad de mostrarse. Al aire, en el paraíso alimentadas imaginariamente con frutos, berro de los arroyos y purificadas en manantiales. Las manos, ah las manos: todas las que había apretado para saludar eran rústicas que denotaban el contacto con la tierra. Se propuso cuando terminase esta peste vivir allí y evitar que la única tierra posible sea la de las paladas que le habrían de echar sobre la sepultura. La encerrona de dos de meses había dado sus frutos. Se sintió renacer y abrió las cortinas a la luz del mediodía. 

*El panda come 12 kilos de alimentos diarios. Se mira al espejo, su panza velluda que le ha crecido y las canas que lo asemejan a un oso-Panda viene de pandemia, con razón, se dice acariciándose la busarda. 

*Siempre es de noche cuando algo lo urge y se escapa al parque en su autito gris. Allí, junto a esos arbolones que parecen manglares sumergidos espía la ciudad desierta por la peste. Se ha puesto a pensar en Paulita. Ella le había abierto una buena brecha en su selva para que caminasen juntos pero él la desechó por otra mujer, una que lo llamaba mientras estaba con ella.

"Te va a volver loco esa mina", dijo esa noche fumando y tirando el humo al techo. El perfil era de fina indiecita plebeya que le estaba advirtiendo algo y que, tras comprobar que la iba abandonar, le dijo mientras iban en un remís: "No te conviene esa mina, te va a enloquecer. ¿Y me vas a dejar por ella? Sos un pelotudo". No dijo más nada, descendió del auto y saludó con los deditos sabiendo que estaba todo dicho.

--Ah, si la hubiese escuchado. Pero bueno, hoy no tendría el hijo que amo con la otra, esa que llamaba y llamaba en la noche desesperada de empastillamientos y suicidios nocturnos. 

Paulita vio el futuro y él no lo pudo reconocer como a la salvación. "Dios, que es grande --le escribió por correo unos años mas adelante-- nos va a mandar una plaga para que aprendamos". Antes que advirtiera con todo el cuerpo el escalofrío ya se estaba persignando. Ella sabía, ella sabía todo. 

*Hace mucho, antes de dormirse, en vez de contar ovejas repasaba gloriosas jugadas o señoritas con las cuales se imaginaba el sexo. Con el advenimiento del sida nunca más pudo ni siquiera evocarlas: el uso del preservativo se le metía en las ensoñaciones. Y lo distorsionaba todo. Ahora sucede lo mismo y lo que le aparecen están desnudas, anhelantes por él pero con tapabocas y riesgosas de contagio. O jugadas añejas de pasados resplandores. Ya no puede ser feliz ni con la imaginación. 

*Memes que harán historia cuando los que sobrevivan puedan contarlos. La preciosidad del ingenio arjo, la suculenta fortuna de poder reírnos de la desgracia nos hace fuertes aún si muriésemos. 

--Qué emoción salir a sacar la basura. No sabía que ponerme.

--¡Gel! Y la foto de los Beatles en lugar de su característico ¡Help!. 

--Cuando retomas tu vida normal pero te acostumbraste a la cuarentena: se ve a un gordito en calzoncillos frente a un cajero humano haciendo un trámite. 

--Contra el coronavirus compota de ciruela y mate. No te cura pero no te animarás a toser.

--De tanto lavarme las manos por Coronavirus apareció un examen que hice en 1981 y una palma con una prueba-machete escrita con birome. 

Y así hasta al infinito. Gracias a los que los fabrican: son como los músicos tocando mientras el Titanic se hunde en el agua helada. 

*Ve partidos de antes, de cuando era libre de ir al juego y gritar y mancillarse y putear y llorar de rabia o de alegría. Ahora se reclina en el sofá, fuma algo tropical que ha previsto como acopio en un frasquito y disfruta de dolce far niente, se amarga con las muertes anunciadas y suspira cuando ve un cuerpo haciendo gym en el canal de mujeres que dan clase junto al mar. Su vecina fiera le inspira deseos non sanctos. Su marido es pariente. Tanto es su desvarío que ha visto las dos finales contra Alemania y en la primera Sensini traba y le quita la pelota al atacante alemán: penales y triunfo nuestro. Y en la segunda no existe ese gol maldito faltando tan poco. Mira el join entre sus dedos y deduce que la mezcla del exangüe fumo con coliflor es lo que produce esta locura que lo aturde. 

*En New Orleans han cerrado los restaurantes y las ratas que antes se alimentaban con los cubos de basura han salido en patota a reclamar la ausencia de comida. Los habitantes se han provisto de armas portátiles, algunas AK47 y hay un gordito cuyo abuelo perteneciera al Ku Kux Klan que da clase de tiro en los fondos de su casa de madera. Cobra en cervezas que acumula en un balde gigantesco y luego revende por ahí en las cercanías. Ha hecho buenos dividendos y está pensando en ampliar el negocio. Propone excursiones de caza con ciervos que también se han ido acercando. Por un cupo mensual y un anticipo promete el trofeo de una cabeza para colgar sobre la chimenea cuando todo esto pase. Business are business. 

*Un cura violando la cuarentena en Nordelta sale a bordo de una 4x4 pidiendo óbolos con un megáfono: --Dejar donaciones por Cbu, advierte el papel que lleva pegado sobre las puertas. 

Otro pasea a la Virgen para que la gente salga de sus madrigueras a besarle el manto y dejar un regalo cash. Todos tocan la imagen y la besan, todos se manosean sin darse cuenta. --¡Dios es poderoso y va a combatir el virus! --grita destemplado un flaquito extraño con jopito a lo Beach Boy en la medianoche espectral de la pantalla. 

Mi vecino taxista que profesa un culto de esos de santos de no sé qué día, se franquea y putea abiertamente al Cielo por sus propios pecados pero con su barbijo de camiseta vieja y en su voz de curda no se entiende nada.

--Yo maté hace mucho --le confieso. 

--No sos vos. Por eso esta plaga. 

Me mira y me hace la señal de la cruz. 

--Todos pagaremos, incluso los impuestos. Es una maldición. 

*Los sorprendió la cuarentena a ambos y no tenían lugar donde establecerse. Él se encargaba de mostrar propiedades para venta o alquiler. Ella está desocupada. Se han ido a vivir a un mono ambiente semi amueblado que estaba listo para ser mostrado. Lo hacen en el mayor de los sigilos, apenas usan la luz quince minutos por la noche cuando comen una pizza sentados en el living sin muebles. Por suerte había un diván y allí se echan. Se han mirado en el entresueño y están comprendiendo que empiezan a ser felices si es que hay un adjetivo a eso que califican como El Diario de Ana Frank versión rosarina. Se ríen sin estruendo para no llamar la atención. El amor florece en la oscuridad y en la peste, ¿qué duda cabe? 

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