Siempre fui fan de los refranes. En casa no había libros. Así que cuando era chica, los refranes fueron mi biblioteca. Más vale pájaro en mano, pensé.

Tres de las cuatro farmacias de La Banda eran mías. Me gustaba mi trabajo, pero no tanto como para pasarme el último año de la vida entregando pastillitas y remedios, que además iba a tener que regalar. Estaba recién divorciada y cuando escuché el Anuncio, me quedó resonando lo de Trenque Lauquen, Trenque Lauquen, Trenque Lauquen... ¿Decime si no parece que te estoy diciendo garchemos, en alemán?

Sin pausa pero sin prisa, me dije, y como esa noche mis hijos se quedaban con mi ex, me pasó a buscar mi novio en la moto y me contó que a la mañana siguiente saldrían los Trenes Rojos desde La Banda–Córdoba. Córdoba–Constitución. Constitución–Trenque Lauquen (destino final).

Sí, ya los llamábamos así, los Trenes Rojos. Esa noche, les escribí una carta a mis hijos diciéndoles que los iba a extrañar mucho pero que su mami se había perdido de tanta felicidad por complacer al machito argentino que era su papi, que ahora quería divertirse en su último año de vida.

Nos subimos a la moto de mi novio, era un pibe lindo, un morochote de esos que te agarran y te hacen sentir segura. Potra hermosa, me decía al oído, a pelo, a pelo, me pedía montar a pelo (risas).

Desde el tren ya fue una fiesta. Había de todo lo que te puedas imaginar. Yo había pasado por la farmacia y había llenado un bolso con mercadería. Fue lo mejor que pude haber hecho, porque la plata en Trenque no valía nada, pero las pastillas, eso sí que valía, y cuánto (risas).

¡Quién me quita lo bailado! Todos los placeres que te puedas imaginar cada día y cada noche gozada al máximo. Eso fue libertad, con D mayúscula, D de deseo. Eso fue. No te estoy hablando sólo de sexo, aunque hubo mucho, y además muy bueno (silencio) del mejor. Te estoy hablando de subir a los árboles y cantarle al sol, de bañarnos desnudas en el río a la luz de la luna, de dormir junto al fuego, como en la época de las cavernas, todos revoltosos. No sabés qué lindo, y despertar, y hacer el amor, y comer esa carne palpitante todavía. Tuve más sensaciones aquel año que en toda mi vida.

Sí claro.

No, no es que esté orgullosa (silencio). Eran mis semejantes, pero date cuenta que cuando se acabaron la provisiones (silencio)... y había hambre (silencio). Pero no te voy a mentir, somos ricos.

Si me preguntás cómo estoy acá te digo que estoy agotada. No es solo la oscuridad y el frío, es el aburrimiento sobre todo. Campeona continental de solitario, soy. Si por lo menos nos tuvieran haciendo algo, no sé, investigando como hace la gente de ciencia o contando pingüinos, qué se yo.

No me arrepiento para nada de haber ido a Trenque Lauquen, pero sí, de no haberme quedado ahí: y que los cuarenta millones de watts de mi alma encandilen por un instante a toda la plaza. Estaría muerta, sí, pero feliz.

Gracias. Me gustaría mandarles un abrazo y muchos besos. Su mamá les ama. Me gustaría si me escriben. Algún día me van a dejar volver al continente. Los quiero mucho. Los extraño horrores. Yo sé que van a entender que el mejor placer es hacer lo que la gente te dice que no podés hacer.

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Eu sabía que iba a ser un tiempo difícil, mas yo recordé que cuando vine a estudiar Medicina en la Universidad Nacional de Rosario, eu tenía un sueño, y acá pude vivirlo: mi sueño de ser médico en la ciudad del Che Guevara.

Por isso cuando el presidente anunció las medidas ese día, yo comprendí cuál era mi lugar y mi obligación. Por eso que opté nacionalidad inmediata en lugar de voltar a San Pablo.

Claro, claro que era peligroso, pero era tiempo de revolución, tiempo de milagros, y me quedé en la ciudad, en el hospital de Emergencia Clemente Álvarez. Poco a poco se fue vaciando todo, la gente de la ciudad fue trasladada al campo, y a las semanas vino mucho trabajo. Comenzaron los Trenes Blancos. Venía gente de todo el país. Asustados estaban.

Bueno, eu solo tomaba las pruebas, y lo enviaba al directorio, y ahí ellos veían los análisis y nos daban unos folios con aquellos que debían ficar aislados por el grado de avance de la peste.

Es muy difícil que haya acontecido eso que algunos insinúan, porque se trató de muchísima gente. Ahora, si usted me pregunta si hubo algo raro, debo decir que teníamos una cierta coincidencia en el perfil de los enfermos. Todos, o casi todos, eran gente muy poderosa con campo y todo eso.

El procedimiento era muy organizado: una vez hecho el diagnóstico, los enfermos eran re–ubicados en un sector aislado. Eu nunca estuve ahí, pero mis colegas de ese área, me dijeron que los infectados estaban muy bien atendidos, con dosis diarias de inyecciones, buena alimentación, y hasta televisión tenían. Pero nadie sobrevivía al estado crítico.

Vivir aquí, en la ciudad, fue muy raro. No tenías nadie en la calle, mucho perro callejero, mucha casa abandonada, y el personal de las Milicias Urbanas controlando el orden público el tiempo todo.

No, nunca pensé en volver a Brasil. Eu siento que mi país es este, sabe, después de haber lutado como uno más, eu quiero a esta terra más que a mi madre.

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