"Bello como el encuentro fortuito de una máquina de coser y un paraguas sobre una mesa de disección": esta frase de Lautréamont (que los surrealistas tomaron como divisa) explicaría, según Max Cachimba, "el núcleo del mecanismo de la gracia" de sus números circenses con objetos encontrados. Pero también sirve para describir la Breve antología polimorfa de su obra que con curaduría de Rafael Cippolini se expone en el Centro Cultural Parque de España (Sarmiento y el río, Rosario) y que estará abierta hasta el 30 de abril (de martes a domingos de 15 a 20, con entrada gratis los miércoles).

Literalmente, "polimorfo" significa "de múltiples formas". "Lo que en esta exposición se verá son historietas, ilustraciones, pinturas, animaciones, poesía, objetos", anuncia el curador. Munífico Institutor del Longevo Instituto de Altos Estudios Patafísicos de Buenos Aires y compilador de un Manual de Patafísica ilustrado por Max Cachimba, Cippolini era la persona indicada para reunir y ordenar estas piezas tan diversas en formato como cohesivas en su incoherencia calculada.

De Max Cachimba, nacido en 1968, se exponen incluso dibujos fechados en 1972 y 1974, guardados por su madre artista, y que prefiguran su obra actual. También se hacen presentes (en pedestales y en rincones de las galerías del CCPE) los objetos encontrados que él retrata en sus pinturas y dibujos, como la gallina de cemento para jardín que dio origen al personaje de Olga Gina para el programa televisivo local de animaciones Cabeza de Ratón.

En una Argentina paralela, la revista Fierro no se fundió, Juan Pablo González sigue firmando con sus iniciales las historietas que desde mediados de los '80 y hasta comienzos de los '90 dibujó para su suplemento Oxido con guión de Pablo de Santis, y nada de esto existe. Pero por suerte sí, pese al costo y al riesgo de incursionar en muy diversas ramas del arte (animación, pintura al óleo, collage y hasta varieté) para un artista que desde los 15 tenía su futuro bocetado.

Esta muestra antológica es una oportunidad única de disfrutar sus historietas artísticas publicadas en medios extranjeros, como la revista Qué suerte; o extintos, como la Fierro o el diario Perfil (donde publicó su tira Humor idiota) o la franquicia de la revista Inrockuptibles. Todo eso, en contrapunto con su arte historietístico, como el de sus ilustraciones para libros de Roberta Iannamico o de César Aira o un álbum de la banda Una Cimarrona (cuyo arreglador y trompetista Eduardo Vignoli también compuso la pegadiza fanfarria de uno de los videos de la muestra, La Tourneé du Monde, con dibujos de Cachimba animados por Pablo Rodríguez Jáuregui). Hasta hubo en la inauguración un número vivo de La dimensión descocada, su proyecto performático con el actor Rodolfo Marusich, donde se invocó a un tal "Ernesto" que algún conocedor no dejó de asociar con la bizarra banda Ernesto y su conjunto, formada alrededor del 2000 por Cachimba, Marusich, David Nahón y una cambiante serie de músicos invitados.

Si bien el curador lo vincula a dibujantes como Landrú, las influencias de Max Cachimba conjugan los tópicos del humor gráfico (cierto humor gráfico, entre lo tierno y lo siniestro, como el de la saga The Far Side, de Gary Larson) con el alto arte medieval del poeta Dante Alighieri y del pintor Hieronymus Bosch. Ellos en su época difícilmente se hubieran encontrado, pero se dan cita en esta obra.

Lo infernal medieval es un tópico que Max Cachimba aborda sin solemnidad, mientras se apropia de la síntesis formal de ciertos modernismos periféricos, citando los retratos de Augusto Schiavoni (hay un homenaje a su Muchacho del porrón), un personaje de Lewis Carroll, o los bucólicos cipreses de Martínez Ramseyer. Hay un lado B del canon, y junto a ellos existe un tesoro de palabras y objetos caídos en desuso: los chistes de Jaimito, las jarras en forma de pingüino o términos como intríngulis o piscolabis, con cuyos efectos de comicidad Max Cachimba construye su propio "limbo acrónico".

Antes que de absurdo, habría que calificar su disparatado y tragicómico humor como nonsense: ese género victoriano que crea un mundo autónomo, regido por la lógica de lo gratuito y el sinsentido.

Aunque aluda a ciertos superhéroes o a un conocido animador de radio de otros tiempos, cada signo invocado ingresa en un sistema sui generis: es abducido por un universo singular que no es ni poesía ni bellas artes, ni teatro ni historieta, aunque tenga todo eso junto. Creador que desde el interior pudo inventarse un público al caerse las industrias gráficas que habían empezado a sostenerlo, Max Cachimba se inventó también su mundo y a sí mismo, de muchas formas posibles.