Si algo tiene de particular esta cuarentena, producto de la pandemia que el mundo padece, es que no se puede generalizar la forma en que cada persona la transita. Existen todas las maneras y grados posibles. Algunos la padecen, otros la disfrutan. Algunos la cumplen, otros se rebelan. Y como todo acto humano, está cruzado por una ideología que lo hace pasible de ser politizado.

Bien, pero algo de lo que se escucha bastante seguido como efecto de la misma es sobre la imposibilidad de concentrarse: como para leer, escribir, estudiar, etc. Es decir, cualquier actividad que requiera de una posición pasiva y de respuesta total hacia un objeto determinado, que necesite de concentración. O sea con-centrarse en algo sin dispersarse. Con esta última palabra encontramos una vía, entonces, como para definir la situación por su negativa: dispersión.

La dispersión es una característica central de la ansiedad, y la ansiedad uno de los nudos centrales de la cuarentena. Estado que padece el que está realmente aislado, y también aquel que por estar en una actividad esencial, debe lidiar con esa ansiedad fuera de la relativa contención que aportan las cuatro paredes del aislamiento.

Para ser bien gráficos en la explicación podríamos decir que la ansiedad es eso que nos hace levantarnos, cada cierta fracción de tiempo variable, de la silla donde intentamos concentrarnos para dedicarnos a cualquier otra actividad, casi siempre irrelevante. Y aquí ayuda recurrir a la etimología para llegar al origen. Ansiedad, palabra que se relaciona en su raíz latina con el verbo angere, que significa estrechar, oprimir. Y ¿acaso no nos sentimos oprimidos, encerrados estrechamente, al estar en cuarentena? Y si a eso le sumamos que no es una situación voluntaria, y que está teñida por la incertidumbre temporal de su final, la cuestión se complica.

Se podría describir la ansiedad como un estado de alerta continua que produce síntomas tales como inquietud, insomnio, taquicardia, distracciones, irritabilidad, aumento de la tensión interna. Estado de alerta que implica asumir conductas no habituales, (sin puntos de referencias que nos puedan hacer la situación un poco más predecible), frente a una amenaza invisible pero de efectos letales y comprobables. A esta descripción habría que agregar la afectación de la cuestión temporal propia, también, de esta situación de aislamiento.

¿Y por qué la ansiedad estaría directamente relacionada con la modificación del tiempo en estado de cuarentena? Una de las posibles respuestas es: porque el tiempo ha dejado de ser lineal para convertirse en circular. El tiempo se muerde la cola. Todo se repite. Los días han perdido sus nombres, las horas se desgranan sin poder definirlas, porque solo queda el día y la noche para diferenciarlas. Todo aquello que nos permitía marcar el paso del tiempo ha dejado de ser necesario: trabajo, escuela, almuerzo, descanso, fin de semana. Todo aquello también que nos permitía relacionarnos con los otros, llámense parientes, amigos, amantes, colegas, y todas sus variantes de carne y hueso que nos hacían posible dar un paseo fuera de nosotros mismos. Recreos: un mate, una cerveza, cine, cama, abrazos…, como para realizar una descarga a tierra de esa electricidad ansiosa. Para no pecar de ingenuos, sabemos que si bien esta distancia no se cumple al pie de la letra, que aunque existan escapadas a esas reglas impuestas y autoimpuestas de la cuarentena, esos saltos tienen el agravante de convertirse en riesgo, por sus posibles consecuencias, punitivas en caso de un contralor externo, o de potencial enfermedad en caso de contralor autoimpuesto.

Podrían agregarse otros detalles generadores de ese estado ansioso, por ejemplo la sensación de estar viviendo una película de ciencia ficción sin haber estudiado el libreto, la necesidad urgente de respirar aire directo, sin la mediación del tapabocas que nos devuelve el monóxido de carbono que nosotros mismos producimos, las colas interminables padecidas en la espera de la adquisición de artículos indispensables para la supervivencia, las calles cortadas, las plazas enrejadas, las ciudades fantasmas cuando anochece. Teniendo en cuenta todo esto podría pensarse que la ansiedad, ese estado de alerta que no nos permite concentrarnos, podría convertirse en una ventaja. Solo estaría marcando la respuesta mejor adaptada a una situación que necesita de nosotros un estado de atención continuo, sin concentraciones aleatorias, para descubrir que seguimos estando vivos, para mostrarnos la necesidad de cuidarnos.

Es extraño que a pesar de llevar más de 100 días de aislamiento se siga llamando a esa situación cuarentena. Sabemos que uno de los motivos de ese calificativo se originó en pandemias anteriores que necesitaban de ese lapso de tiempo para superar el posible contagio, sin embargo, si retrocedemos un poco más en el tiempo, ubicando el término en el contexto de nuestra cultura judeo-cristiana, descubrimos que el número 40 ha tenido una gran carga simbólica. Desde el Génesis esa cifra se ha interpretado como un plazo al término del cual se produce un cambio. Es de esperar entonces que estos más de 100 días que ya no son 40, nos conduzcan a un cambio que resulte auspicioso, y que ya resultaba urgente y necesario para toda la humanidad.

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