El disidente huraño y esquivo, que nunca se sintió cómodo en ese complejo papel que le asignaron, ha tenido una relación conflictiva con la Checoslavaquia comunista, un país que se escindió en dos partes. Milan Kundera, autor de la célebre novela La insoportable levedad del ser, decidió donar su biblioteca y su archivo a su ciudad natal, Brno, que a partir de ahora contará con las distintas ediciones en más de cuarenta idiomas de la obra del escritor checo, artículos escritos por el propio Kundera, textos que han escrito sobre él, críticas de sus libros, muchos recortes de periódicos, fotografías autorizadas y dibujos hechos por el escritor checo, entre otros materiales. La donación la anunció el ministro de Cultura de la República Checa, Lubomír Zaorálek, quien confirmó además que el trasladado a Brno –ciudad ubicada en el sureste del país- se realizará en unos meses. A los 91 años, el gesto de Kundera --que se exilió en París en 1975— podría ser el epílogo de un añejo desacuerdo, que empezó hace cuatro décadas, cuando el régimen comunista le retiró la nacionalidad, que recuperó recién en 2019.
“Si cuando era un muchacho alguien me hubiera dicho: ‘Un día verás desaparecer tu país de la faz de la tierra’, me habría parecido una tontería, algo inimaginable para mí”, confesó Kundera (Brno, 1 de abril de 1929) al escritor Philip Roth, en un diálogo que tuvieron en 1980. “Los hombres nos sabemos mortales, pero damos por sentado que nuestro país posee una especie de vida eterna. Pero, tras la invasión rusa de 1968, todos y cada uno de los checos hubieron de enfrentarse a la idea de que su país podía tranquilamente ser borrado de Europa, igual que durante los cinco últimos decenios hubo cuarenta millones de ucranianos obligados a ver cómo desaparecía del mundo su país, sin que el mundo prestara la más pequeña atención”, agregó el escritor checo, hijo del célebre pianista Ludvík Kundera.
Como muchos jóvenes de su tiempo, Kundera se afilió al Partido Comunista. La ilusión de esa militancia pronto se resquebrajó. La historia del desencanto la narró en su debut literario, en la novela La broma (Zert, 1967), un tratado cómico y desolador sobre la incompatibilidad manifiesta entre el totalitarismo estalinista y el sentido del humor. Ludvik Jahn, suerte de alter ego del escritor, se le ocurre enviar una postal a una compañera de clase, en la que se burla de la situación de Checoslavaquia. “¡El optimismo es el opio del pueblo!”, escribe el joven Ludvik. El resultado de ese “atrevimiento” peca por obvio: Jahn será expulsado de la universidad, sus compañeros del partido le retiran el saludo y termina trabajando en las minas; experiencia que padeció Kundera, que se transformó en un renegado del paraíso comunista.
Después de la Primavera de Praga en 1968, la primera revuelta contra el comunismo soviético, Kundera padeció el ostracismo interno de la prohibición de su obra y la sobrevivencia a duras penas como pianista de jazz, hasta que se fue a París, sin saber casi nada de francés. Sus novelas encontraron una recepción cada vez más favorable, a fines de la década del 70 y buena parte de los años 80, con La vida en otra parte (1972), La despedida (1973), El libro de la risa y el olvido (1979) y La insoportable levedad del ser (1984), novela que vendió millones de ejemplares en todo el mundo. El éxito de las peripecias de Tomás, Sabina, Teresa y Franz, los protagonistas de la novela, lo garantizó también en 1988 la película dirigida por Philip Kaufman, protagonizada por Daniel Day-Lewis, Juliette Binoche, Lena Olin y Erland Josephson.
“No me siento cómodo en el papel del disidente”, reconoció Kundera. “No me gusta reducir la literatura y el arte a una lectura política. La palabra disidente significa suponerle a uno una literatura de tesis, y si algo detesto es precisamente la literatura de tesis. Lo que me interesa es el valor estético. Para mí, la literatura procomunista o la anticomunista es, en ese sentido, lo mismo. Por eso no me gusta verme como un disidente”. En 2008 la revista checa Respekt lo acusó de haber delatado en su juventud, cuando tenía 21 años, a un compañero de la residencia universitaria Kolonka de Praga, Miroslav Dvorácek, que estuvo a punto de ser ejecutado y que cumplió 13 años de trabajos forzados en una mina de uranio. En el artículo, firmado por Petr Tresnak y Adam Hradilek, se informa que Dvorácek, que vivía entonces en Suecia, tuvo un derrame cerebral y perdió el habla poco después de enterarse de que un documento del ministerio del Interior señala a Kundera como el informante que lo denunció. Pero el acta que probaría su trabajo como delator no estaba firmada por el propio Kundera. “Son puras mentiras”, desestimó el escritor checo la información publicada por Respekt.
Donar su biblioteca y sus libros, las páginas de una larga vida como lector y escritor, es el modo de cauterizar las luces y sombras de una vieja herida.