A Febre      6 Puntos

(Brasil/2019) 

Dirección: Maya Da-Rin
Guion: Pedro Cesarino, Maya Da-Rin y Miguel Seabra Lopes
Duración: 98 minutos
Intérpretes: Regis Myrupu y Rosa Peixoto
Estreno en la plataforma Mubi

Una buena parte de las películas producidas en Brasil con circulación internacional tematizan las dificultades de los descendientes de las comunidades indígenas para insertarse en los grandes centros urbanos. Casi todas recurren a un entramado narrativo que pendula entre una suerte de realismo social con tintes fantásticos, como si a partir de esa mezcla quisieran ilustrar algo mayor: el choque entre modernidad y tradición, entre las nuevas costumbres adquiridas a fuerza de globalización y los valores adquiridos durante siglos en esas tierras a las que el Estado –por impericia o negligencia– no llega. Así ocurría, por ejemplo, en la reputada Chuva é cantoria na aldeia dos mortos, dirigida por Renée Nader Messora y João Salaviza y vista aquí en la Sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín. Y así ocurre ahora con A Febre, el debut en la ficción de la carioca Maya Da-Rin, que luego de haber circulado por varios festivales durante 2019 (Locarno, Biarritz, Mar del Plata y sigue la lista) desembarcó esta semana en la plataforma Mubi.

Si no se supiera que A Febre proviene de Brasil, y si en lugar de portugués se hablara español, podría pensarse que el primer tercio de metraje corresponde a alguna película de principios de los 2000 perteneciente a lo que alguna vez se llamó Nuevo Cine Argentino. De aquella corriente artística –y de casi todos los “nuevos cines” con que cada tanto se rotula una cinematografía emergente– toma la preferencia por los tiempos muertos y los planos fijos que registran acciones ínfimas y cotidianas, dando pie a un minimalismo que muchas veces deviene en languidez. Pero la acción no transcurre en estas tierras sino en Manaos. Allí vive Justino (Regis Myrupu), un hombre que enviudó hace poco y ahora se mueve como sonámbulo, en un estado febril casi constante, entre los containers portuarios donde trabaja como vigilante y que la realizadora filma mediante majestuosos planos generales.
Las cosas no son nada sencillas para Justino, quien a diario es víctima de un racismo perceptible en las sutiles aunque evidentes discriminaciones del compañero que lo releva en su puesto, un más que probable bolsonarista a ultranza convencido de su supremacía genética. Otras discriminaciones están enquistadas en lo más alto de la burocracia empresarial. Anoticiados de las involuntarias siestas de Justino, una atildada empleada de Recursos Humanos lo llama para, básicamente, apretarlo con que no tiene los aportes suficientes para jubilarse, para luego pedirle que mejore su rendimiento. Pero para eso primero debería saber qué causa su somnolencia. Difícil pensar en algún virus, en tanto la fiebre se desata justo antes de saber que su hija, una enfermera del hospital local, se irá durante cinco años a estudiar Medicina a Brasilia. La fiebre, entonces, como potencial síntoma de la soledad que lo invade.
A partir de ese duelo doble por una partida definitiva (su mujer) y otra temporal (su hija), la película enraizará a ese universo laboral y familiar algunos brotes de fantasía ilustrados en ese tigre que acecha a Justino. O al menos eso cree él. Da-Rin es una realizadora de mano segura y un sólido manejo de la puesta en escena, aunque por momentos se engolosina con algunos planos deliberadamente “bellos” que coquetean peligrosamente con esa estilización de la pobreza que tanto éxito tiene en los Festivales de elite de Europa. Pero también es cierto que A febre logra, a través de esa historia mínima, abordar un amplio abanico de temas: los conflictos raciales y sociales, las divergencias a la hora de pensar la relación del ser humano con la naturaleza, la brecha generacional con los jóvenes y los vínculos familiares. A esto ayuda la enorme humanidad de sus personajes, un padre y una hija que con solo mirarse se dicen todo aquello que no pueden con palabras.