Muerde es un texto que Francisco Lumerman escribió hace unos años, premiado por el Fondo Nacional de las Artes (FNA) en 2017. Lo retomó en medio de la pandemia con la intención de ponerlo en escena en algún momento futuro, junto al actor peruano Alfonso Dibos. No se esperaba la respuesta del intérprete, quien le propuso llevarlo a la virtualidad. No sin prejuicios al principio, Lumerman accedió. El director y autor de la notable El amor es un bien y dueño de la sala Moscú le da una carga emocional especial al trabajo, en plena parálisis de la actividad: “Me ayudó a pasar los primeros meses de la pandemia”, expresa.

La obra -que se puede ver este sábado y domingo, y luego recién en septiembre- es definida como un "thriller en solitario, casi policial". Con cámara fija, muestra un momento en la vida de René, un personaje que Dibos parece haber entendido muy bien. Un marginal, siempre a un costado de la sociedad y de su propia familia. René se presenta ante el espectador manchado de sangre y en un lugar inhóspito. No está acostumbrado al gesto de expresarse ni de ser escuchado. Ni siquiera de entenderse a sí mismo. Esta vez, ya en el límite, René intenta averiguar de dónde vienen las heridas y la sangre.

-¿Cómo surgió el proyecto?
-Escribí Muerde hace años como desafío personal. Quería escribir un monólogo. Le llevé el texto a (Mauricio) Kartun, me dio una devolución y lo reescribí. Lo presenté al concurso, ganó (obtuvo el segundo premio de dramaturgia del FNA). Siempre decía que lo iba a hacer y nunca lo hacía. Antes de la pandemia hice una residencia en Moscú con gente de Perú. Lo hago siempre con Alfonso (Dibos); lo conozco hace seis años. Fue alumno mío de un taller en Lima y empezamos a armar proyectos. Actuó en El amor es un bien en Perú. Yo estaba por viajar a Lima, íbamos a hacer algo juntos, y el viaje no se pudo concretar por la pandemia. De pronto me acordé del texto, le dije “leélo”, pensando que lo íbamos a hacer de modo presencial. Y él a la semana me contestó que le había encantado. Que lo quería hacer y que había armado una plataforma para hacerlo por streaming. Al principio yo le decía “vamos de a poco”. No entendía cómo podíamos hacer. Me parecía rarísimo, pero empezamos a ver que era posible. Avanzamos rápidamente, armamos el equipo técnico, fue angelado el proceso. Nos conocemos mucho y conocemos las miradas sobre el trabajo. Eso allanó el camino para trabajar por Zoom.

-¿Cuándo fue que escribiste este texto? ¿Qué lo motivó?
-Lo empecé a escribir en 2014 y lo desarrollé a la par de El amor es un bien. Lo estaba escribiendo cuando me fui de gira con Emilia, de Claudio Tolcachir (obra en la que actuaba). Fue un momento en que se habían puesto “de moda” los linchamientos. Hubo uno en Rosario, no me acuerdo el año. Un pibe había robado un celular, los vecinos lo cagaron a palos, no me acuerdo si murió. No es que me basé en eso, pero se me unió algo, se terminó a definir. El texto tiene el desafío de crear una voz potente. Es un unipersonal. René es un personaje que siempre estuvo al margen. No le habla al padre ni a la novia, con quien tiene una relación muy extraña. Me gustaba que el gesto del monólogo fuera darle voz a un ser que probablemente uno no escucharía. Era atractivo al momento de escribir. También lo era el juego de invitar a saber qué es lo que pasó. Un juego detectivesco. Cuando lo empezamos a ensayar me atraía que este personaje pudiera irrumpir ahora, en nuestro presente, a través de dispositivos tecnológicos. Es una resignificación positiva, porque algo de fantasma tiene. Cuando lo escribí era realista el espacio, ahora es irreconocible. A René nadie lo toma en cuenta hasta que lo necesitan. Lo mandan a robar, después lo acusan… nuestro comportamiento hipócrita como sociedad es una especie de tópico que voy repitiendo. 

-Respecto del espacio, la sala es la casa de Dibos, ¿no?
-El espacio es el pasillo entre la habitación de él y sus hijas. Yo estaba obsesionado con que el espacio no fuera reconocible y con que no usáramos un plano que remitiera a un uso social del dispositivo. El plano hasta el pecho lo tenemos todos incorporado. David Algar (a cargo del diseño visual) es un escenógrafo que trabaja mucho en diseño virtual y nos ayudó a componer en ese pasillo. En el proceso fuimos entendiendo que el teatro tiene la presencia como hecho definitivo y una relación que ahora no está. Pensé en cómo trabajar con el actor para poder encontrar un recorrido sorpresivo, para que él pueda alimentarse como actor sabiendo que está jugando solo: no escucha risas, llantos ni respira al público. Algo interesante es el encuentro posterior. Hacemos un Zoom con la gente, nos vemos, nos cuenta qué le pasó, pregunta cosas. Termina de completar la experiencia. Es una manera de suplir el encuentro que no estamos pudiendo tener.

-¿Y la dirección a la distancia cómo te resultó?
-Fue desafiante. Una vez que entendí qué era lo que quería fue ir trabajando de una manera similar a la presencial. Descubrir capas, trabajar con el sentido. Pero en una obra me imagino adónde vamos a llegar. Acá había cosas que se me escapaban. Acepté que esto no iba a poder ser de otra manera. Tomé la posibilidad que teníamos ahora en vez de pelear con el dispositivo. Traté de encontrarle las potencias, como los primeros planos. Esa exploración me resultó divertida, era un juguete nuevo. Me ayudó a pasar los primeros meses de la pandemia. Y sin presión. Extrañaba lo físico, terminar el ensayo y dar un abrazo, el compartir. La experiencia de actuar en cine y tele me sirvió. Empecé con el prejuicio total, pero fui entendiendo que hay un montón de cosas que se pueden trabajar. Hay que sacarle la pretensión del teatro.

-¿Cuál es tu opinión sobre lo que está ocurriendo en torno al teatro y el aislamiento?
-Hay una discusión que dar sobre "lo esencial". Actividades como el teatro volverían hacia el final. El mío no es un mensaje anticuarentena. La cuarentena no está mal. Pero hay que pensar que el consumo de ficción salvó la cuarentena de mucha gente. Todos necesitamos consumir ficción para metabolizar la realidad. El Estado no está teniendo en cuenta que eso lo produce gente que vive de esto y necesita seguir trabajando. Si nuestra actividad es de riesgo y seremos de los últimos en volver, creo que habría que disponer medidas que permitan llegar al punto en que la actividad pueda volver. Lo digo como profesor de teatro independiente, actor, director, teniendo una sala… Las medidas no están siendo suficientes. Me llama la atención que puedan volver programas de televisión como el de Mirtha (Legrand) y Viviana Canosa y nosotros no.

-Moscú iba abrir su nueva sede cuando llegó la pandemia. ¿Cómo los afectó esa situación?
-Ibamos a hacer la primera función en la nueva sala tres días después de que se declaró el confinamiento. Era un crecimiento para nosotros y se vio interrumpido. Es una situación angustiante, no sabemos cómo se va a resolver, por el dinero y tiempo invertidos. El lugar era una fábrica de carteras; trabajamos ahí todo el verano. No tenemos medidas que nos aseguren la proyección. Somos inquilinos. Es un entuerto, estamos tratando de llevar negociaciones adelante, de mantener los puestos de trabajo y que el dueño perciba un ingreso. Generamos una membresía, ahora ciclos por Instagram. Hicimos un proyecto de relatos colectivos en cuarentena, con la idea de hacer una obra en la calle, que termine en el teatro, como catarsis colectiva. Tenemos proyectos y ganas. Por ahora estamos surfeando la ola. Nos quedamos con todo puesto para la fiesta.

*Las entradas para Muerde se consiguen a través de la página de Alternativa Teatral y se la puede ver a través de la plataforma www.tevi.live .