¿Cómo resistir y enfrentar la desaparición de un mundo, cuando más de 200 obreras francesas se quedan sin trabajo en 2002 por el cierre de tres plantas de una fábrica surcoreana que ensamblaba televisores y microondas? “Vasto universo: eso significa el nombre Daewoo. Claro, no pensábamos que iba a ser toda la vida: atornillar puertas de microondas en Villers-la-Montagne. Ni una sola de las chicas creía que iba a seguir así hasta los 60 años. Quizá nuestros papás y mamás sí. Pero nosotras no, hoy no: el cuerpo de una mujer tiene una historia, y esa historia pasa por otros lugares que el trabajo y solamente el trabajo, sobre todo si lo que hacés es atornillar puertas de hornos microondas todo el día, todo el año. Querés ser vos misma en el ahora, los cambios los aceptás de antemano, los esperás. Lo que pasa es que cuando cierra una fábrica, lo que te están diciendo es esto: ya no va a haber cambios en tu vida”, cuenta una de las obreras despedidas en la excepcional novela anfibia Daewoo, del escritor francés François Bon, publicada por Milena Caserola en una traducción conjunta de Sol Gil y Nicolás Gómez. Marilina Winik, Walter Romero y Gómez, uno de los traductores, presentarán el libro hoy a las 20 en La Pajarera (Ángel Gallardo 789). Habrá lecturas obreras de Sol Fantin, Sasa Guadalupe, Lola Montalant, Aurélia Capello, Louise Maret, Soledad Stagnaro y Morgan Vicent.

El encanto de este texto consiste en el modo en que combina investigación, narración y fragmentos de una obra de teatro. Daewoo no es una novela ni un libro de no ficción en sentido estricto; pero está construida bajo una premisa: hacer ficción como si hiciera un documental; por eso, por ejemplo, apela a la “transcripción textual” de entrevistas: “¿Qué por qué la gente tiene miedo? Porque todo el mundo tiene historias como las de Daewoo a dos pasos de su casa, despidos y desocupación, o un hijo que no encuentra dónde hacer una pasantía”. Cualquier resonancia con la realidad argentina no es mera coincidencia. Bon (Luçon, Francia, 1953), autor también de Mecánica (primera novela traducida al castellano, publicada por Mardulce), aclara que el proyecto nació y se desarrolló en colaboración con Charles Tordjman, director del Théâtre de la Manufacture (Centro Dramático Nacional de Nancy), quien concibió y puso en escena la obra para el festival de Aviñón en julio de 2004. “Reconstruir la memoria de un lugar destruido es una responsabilidad colectiva”, plantea el narrador en una de sus recorridas por la fábrica vacía, junto a Tordjman, cuando descubre “una fascinación pura por el espacio cerrado que conserva las marcas y la memoria de cada gesto y cada voz, ocho años de vidas condensadas aquí, en el ruido de las máquinas y el aire acondicionado”. 

Un testimonio crucial es el de Isabelle Banny, responsable del sindicato local de Longwy, comprometida con los trabajadores de Mont Saint-Martin. “El poder nos dice: seamos prudentes, hay que esperar, veremos si existe una chance para que la cosa siga, y con ese tipo de mensajes engañan a los trabajadores. Los poderes públicos les pusieron la alfombra roja sin exigirles en lo más mínimo una garantía seria sobre la permanencia de los empleos y usaron la fábrica de Mont Saint-Martin para chuparse la guita del Estado”. El 17 de octubre de 2002, el tribunal de comercio de Briey le dio tres meses a la planta para demostrar una rentabilidad económica que Daewoo nunca buscó, mientras que por ahí pasaban todas las ayudas públicas. Se descubrió que la fábrica no pagaba ni tasas ni impuestos, y el fiscal miraba para otro lado mientras tenían 3,4 millones de euros en pagos atrasados por cargas sociales. Las subvenciones estatales que recibió Daewoo se estiman en 35 millones de euros. El 23 de enero de 2003, un incendio destruyó la planta de Mont Saint-Martin, en huelga desde el 19 de diciembre, ocupada el 20 de enero, día en el que había vuelto a trabajar. “Esa noche estaba como loca, porque obviamente cuando ves la fábrica hacerse humo pensás: se terminó la lucha. Porque con un golpe como ese, cuando la lucha ya está tan desgastada, obvio, todo se va al carajo. Te decís que luchaste no sé cuánto tiempo con tus compañeros para que no los echen como perros y paf, todo se hace humo. Se estaba quemando todo. Había algunos muchachos en el edificio, por suerte los fueron a buscar, si no se hubieran carbonizado ahí adentro”, recuerda Banny.

Nadia Nasseri describe cómo se extraña el trabajo en la fábrica. “Incluso ahora, que llevo cinco meses desempleada: entrás a la tintorería del barrio, o pasás a la parte de atrás de la oficina de correo porque tienen que entregarte un paquete, y te agarra nostalgia del trabajo. Esa sensación de aire que no cambia, una temperatura y un olor, el tiempo que se va descontando y tiene una duración asegurada. No es nostalgia de la fábrica: es nostalgia de lo que te protegía de la angustia”. En “Bon, peripecias de la desaparición”, Walter Romero reflexiona sobre Daewoo, en un dossier al final del libro que incluye una entrevista con el escritor francés. “Reconversión, reestructuración y relocalización son palabras sin aura; son los fríos y meros enunciados de un nuevo y viejo mal. Exclusión, paro y precarización podrían ser otras formas de nombrar lo mismo”, advierte el poeta, docente y traductor. “La historia industrial se fantasmiza. Los grandes flujos obreros se desacoplan de nuestra historia social o se reescriben –de manera tortuosa– en una producción de bienes de consumo cada vez más desechables o de una durabilidad corta”. El drama mayúsculo está condensado en una frase que dice una de las obreras: “Se da vuelta una página, pero en esa página estábamos nosotras”. Daewoo explora esa tensión entre las cosas que callan y las palabras que las buscan, esas fracturas que recorren la superficie del mundo real y la descascaran.