La sociedad argentina conoce bastante sobre las Islas Malvinas, tal vez más que otra parte de nuestro territorio, y eso se sustenta en que la llamada Guerra del Atlántico Sur de 1982 señaló a ese archipiélago como una marca identitaria para la nacionalidad y la cuestión de la soberanía. Mucho se escribió a partir de la prensa y de ensayos y, en mayor medida desde el conflicto bélico que envolvió a nuestro país hasta el presente. Sin embargo, poco se conoce y poco se profundizó en el estudio de la historia que enlaza a las islas con la Argentina desde la época colonial hasta los primeros gobiernos criollos. En ese sentido, un grupo de investigadores del ámbito universitario se está acercando a esta cuestión. Este lunes comenzó el dictado del seminario “Malvinas como nudo histórico”, a cargo del doctor Darío Barriera (profesor de la UNR e investigador principal del Conicet) que se extenderá hasta el 2 de noviembre. Con este seminario, la Facultad de Humanidades y Artes incorpora a la enseñanza regular una asignatura sobre historia de nuestras Islas Malvinas y a través del campus virtual https://comunidades4.campusvirtualunr.edu.ar abre el mismo espacio académico al público. En una entrevista con Rosario/12, Barriera señaló algunos avances como los primeros contactos de la época colonial con las islas, sobre la existencia de gauchos en Malvinas y sobre la ampliación de análisis a partir de estudios de historia social y cultural con respecto al archipiélago.

—¿Qué relación tuvieron la gobernación de Buenos Aires y el Virreinato del Río de la Plata con las Islas Malvinas?

-El primero en advertir al rey sobre la importancia y la urgencia de ocupar las islas fue Manuel Amat y Junient. Lo hizo mientras fue gobernador de Chile (entre 1755 y 1761) y también como virrey del Perú, cargo que ocupó entre 1761 y 1776. Este catalán de Vacarisas vio con claridad el valor clave del archipiélago malvinense como llave de paso del estrecho de Magallanes. Desde su experiencia como gobernador chileno advirtió la manera en que marinos de varias naciones –pero sobre todo ingleses– trapicheaban con las poblaciones nativas del sur y, por supuesto, asolaban las costas del Pacífico tratando de provocar rebeliones locales con el propósito de debilitar el dominio español en América. La década de 1740 fue particularmente intensa en este sentido y todas las guerras que se libraron en el Caribe –por ejemplo la del Asiento (1739-1748) o la Guerra de los Siete años (1756-1763)– tuvieron su contrapartida en enfrentamientos armados en el Pacífico. Recordemos que después de los acuerdos de Utrecht (1713-1715), donde España y Francia cedieron territorios a los ingleses a cambio de terminar con guerras que ya no podían sostener, los ingleses descubrieron que la paz era un pésimo negocio, y provocaron varios incidentes hasta llegar a la Guerra del Asiento. Durante la misma, el cierre del paso interoceánico en América Central, los volvió decididamente agresivos en sus planes de asentarse en el Atlántico sur, algo que propuso George Anson, quien dirigió por ejemplo la captura del galeón de Manila en 1742 y alcanzó un puesto de comandante en el almirantazgo. Para resumirte: Amat tenía razón y los gobernadores de Buenos Aires, como Cevallos o Bucarelli, no tenían recursos suficientes para patrullar la zona. Por eso Carlos III, después de recibir las Islas de parte de Luis XV de Francia por los pactos de familia, mandó asentar un gobierno en las Islas. En 1767 Felipe Ruiz Puente, con muy pocos recursos –y dejando buena parte de su salud–, encabezó la gestión del primer gobierno español en el territorio, que capeó varias crisis provocadas por las dificultades que suponía la vida cotidiana en las islas tanto como por las incursiones británicas que desencadenaron el conflicto de 1770.

—¿Es posible pensar gauchos en las Malvinas? ¿Cómo y de qué vivieron sus habitantes a finales de la colonia y después de la Revolución de Mayo?

-Las condiciones de vida en las islas eran muy duras. Si como es obvio la pesca y la presencia de algunas especies animales podía proporcionar abundantes proteínas y grasas, la adaptación de otras especies de animales y vegetales, que europeos criollos pretendían imponer no resultaba sencilla. La población sufría vaivenes, en número y calidad, y las dificultades más grandes tenían que ver con la provisión de madera –que Ruiz Puente llegó a estabilizar con algunos viajes regulares al continente–. Carnes y harinas eran provistas desde Buenos Aires o Montevideo. La actividad ganadera ocupaba a poca gente pero en un terreno y clima tan complicados las proporciones entre hombres y ganado eran diferentes a las de la pampa. En 1808 el comandante Bernardo Bonavía ordenó un "censo ganadero" que arrojó 838 animales, la mayoría caballar. Después de 1810, cuando la guarnición fue abandonada por unos años –y se hablaba de 5000 animales en todas las islas– los caballos no sobrevivieron. Cuando en 1823 Pacheco y Vernet aceptaron repoblar y explotar económicamente las islas, no dejaron de incluir a los lobos marinos. Con esto quiero decirte que aunque pensaban formar una estancia para criar ovejas –y viajaron, efectivamente, con 26 gauchos y cinco caballos que llegaron muy flacos– la principal promesa de riqueza en las islas provenía de la depredación de los lobos marinos. Mientras, los norteamericanos se encargaban de la pesca de las ballenas. Los gauchos que llevó esta empresa debieron salir a enlazar o matar toros salvajes. Para los caballos, en cambio, el suelo era muy difícil y eso generaba problemas para su manutención. ¿Gauchos? Pocos, algunos renombrados. En 1833 los ingleses censaron a Antonio Rivero –llevado por Vernet para trabajar en las islas, rebelado contra sus jefes–. En 1841 el gobierno inglés obligó a algunos "gauchos" argentinos a prestar juramento a la Corona inglesa, la primera fue la "gaucha Antonina Roxa", de Buenos Aires, que tenía vacas, terneros, bueyes y una cabaña de piedra. En 1842 se registran unos 62 adultos, donde figuran como gauchos Andrez Pitaluga (de Gibraltar), Henry Mitchell (de Inglaterra), John Scully (de Irlanda) y Louis Despraise (de Francia).

—¿Qué permitirá analizar ampliar la temática de estudio sobre Malvinas en base a la historia social y cultural?

 

-Ampliar la temática depende de las perspectivas y de las preguntas. Tenemos que renovar las preguntas. Desde el punto de vista de nuestro trabajo lo más importante y urgente me parece que es colocar el tema en una trayectoria larga. Tratar de que la relación entre Malvinas y la Guerra de 1982 no sea tan automática. Para pensar Malvinas alrededor de otros ejes tenemos que inscribirla en otras historias, en la historia de la globalización, en la historia política colonial, en la larga historia colonial (a cuya agenda todavía pertenece), en las historias regionales, en la historia de una Argentina marítima. Esto va a permitir visibilizar regiones de conocimiento de las cuales podrá servirse la gestión diplomática para la negociación soberana. Pero así como el proceso de desmalvinización quitó a Malvinas de nuestras agendas profesionales y culturales, su vuelta al centro de la escena no puede ser de cualquier modo. Debe hacerse de acuerdo con logros consolidados en ciencia y tecnología. En este sentido soy muy optimista, es un muy buen momento para hacerlo. Malvinas ha vuelto a ser una política de Estado y esto exige replantear esfuerzos de investigación, enseñanza y divulgación con la mayor seriedad e inteligencia. Hay muchos y muchas colegas trabajando en universidades de todo el país y en el Conicet la situación es promisoria.