Que ante la muerte del empresario Sergio Nardelli, desafortunada como todas las muertes, el expresidente Mauricio Macri haya tenido la desfachatez de escribir desde su descanso francés una carta para insinuar que el deceso haya tenido alguna vinculación con lo que él entiende fueron "tantos obstáculos y especialmente tanta agresión", solo puede compararse con el insensato comunicado de Cambiemos arrojando sospechas políticas sobre el asesinato de Fabián Gutiérrez en El Calafate. No menos cierto es que lo señalado y otras manifestaciones del mismo tipo solo son posibles porque existe un sistema de medios de comunicación que auspicia y amplifica este tipo de manifestaciones.

Que la llamada "grieta" haya logrado naturalizarse en la vida cotidiana de argentinos y argentinas constituye un triunfo evidente de la antipolítica porque no es, ni más ni menos, que una estrategia desarrollada por las corporaciones mediáticas para sustraer a la política de su ámbito legítimo y natural, que es el diálogo ciudadano en la diversidad y en los ámbitos representativos. Ha sido una manera de secuestrar la política para usarla al servicio de los grandes grupos económicos y de sus intereses. Sobra decir que para ello se contó con la aquiescencia de un sector de la política -precisamente el aliado a esos mismos conglomerados económicos- que encontraron en esa dicotomía entre lo mío y lo tuyo, lo bueno y lo malo, lo falso y lo verdadero, el sustento discursivo del que han carecido por sí mismos.

Que "la grieta", tal como hoy la conocemos, se haya convertido en la principal forma de hacer política representa un enorme paso atrás en el intento de construir colectivamente, socialmente, comunitariamente. No solo porque inhabilita los grises imprescindibles en toda convivencia democrática en sociedad, sino porque empuja a todos los actores a posicionarse en uno u otro extremo de la disputa eliminando la posibilidad de analizar, de pensar distinto y de manera alternativa. Y no estamos hablando de posiciones intermedias que -no en todos los casos pero sí muchas veces- son una salida de compromiso o una manera de eludir responsabilidades. Se trata sí de advertir que la sociedad es diversa y compleja y en ella no solo caben multiplicidad de miradas y perspectivas, sino que éstas son imprescindibles para alcanzar la comprensión de los hechos que ciudadanos y ciudadanas protagonizamos en la sociedad.

Al margen de lo anterior es necesario asumir que en la raíz de lo que se denomina "la grieta" hay diferencias sustanciales en la forma de entender la convivencia humana, primero, pero también e inequívocamente, discrepancias profundas acerca de los proyectos políticos y, fundamentalmente, un abismo que separa condiciones de vida y diferencias económicas sobre las que construir un modelo de país.

La discusión de fondo -cuando la hay- es sobre distribución de la riqueza y maneras de ejercer el poder. La grieta no es entre "k" y "anti k", entre "libertad" y "cuarentena", entre "chavismo" y "democracia", aunque los discursos mediáticos insistan en bautizarlos de esa manera. Estos y muchos otros eslóganes no son más que un pretexto discursivo que mediante la simplificación de lo complejo y a través del uso de recursos legítimos e ilegítimos, transforman lo que podría ser un debate sano a partir de las diferencias, en violencia simbólica destinada a borrar los matices con la sola finalidad de que nada se discuta.

Frente a esto vale preguntarse si en estas circunstancias la pretensión política de la búsqueda de consensos a través del diálogo y la concertación no corre el riesgo de convertirse en una trampa para quienes honestamente lo proponen, facilitando a los amantes de "la grieta" un poder de veto ante cualquier iniciativa que ellos consideren que perjudica sus intereses, en primer lugar económicos, y luego políticos. La grieta es como una trampa cazabobos que, camuflada, está destinada a llamar la atención de inocentes y atraerlos con el único propósito de eliminarlos.

Reafirmando el diálogo como el único camino a transitar, bien intencionados y bien intencionadas de la política y de la comunicación requieren recuperar el sentido de lo complejo y lo diverso y las estrategias pertinentes para no perecer en el intento de encontrar el camino de salida a la encerrona que implica "la grieta" y que siempre termina favoreciendo a los más poderosos.

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