Desde España

Nació en Madrid, creció en Argentina -donde coincidió en el colegio Northlands con Máxima Zorreguieta- y se educó en la Universidad de Oxford, donde obtuvo un doctorado en Historia. El perfil biográfico de Cayetana Álvarez de Toledo Peralta Ramos, XIV marquesa de Casa Fuerte, no se parece en nada al de la mayoría de los políticos españoles. Sin embargo, su figura ha eclipsado a fuerza de provocaciones, declaraciones altisonantes y una inocultable soberbia intelectual a la mayoría de sus compañeros de la derecha. Ahora ha caído en desgracia.

Aunque nació en España, Cayetana sólo adquirió la nacionalidad de ese país en 2007 -hasta entonces tenía pasaportes francés y argentino- y al año siguiente fue diputada del Partido Popular (PP). “He elegido ser española”, dijo.

Participó con el expresidente José María Aznar en la puesta en marcha de FAES (el Think Tank de la derecha española) y poco después se alejó del PP con críticas a las políticas supuestamente blandas del entonces presidente Mariano Rajoy. Con el PP ya en la oposición regresó de la mano del nuevo líder de la derecha, Pablo Casado, quien la colocó como fichaje estrella a la cabeza de la lista al Congreso de los Diputados por la provincia de Barcelona, todo un desafío a los nacionalistas catalanes en pleno auge secesionista. Pese al magro resultado obtenido –el peor en la historia del PP en esa circunscripción– fue designada portavoz del grupo parlamentario.

Esta semana su estrella parece haberse apagado. El pasado lunes, el propio Casado la destituyó de manera fulminante, harto de las declaraciones y posicionamientos públicos que desmentían una y otra vez la nueva estrategia del Partido Popular de ofrecer algo parecido a un perfil moderado que le permita diferenciarse de Vox, disputarle al PSOE el centro político y tener de esa manera alguna posibilidad cuando se convoquen elecciones.

Cayetana Álvarez de Toledo parece haber completado a sus 45 años todo su recorrido político. Y eso, a pesar de que hasta bien poco era la estrella en ascenso de la derecha, desconcertada por la división electoral en tres formaciones –PP, Vox y Ciudadanos- y la imposibilidad de articular una alternativa al gobierno de coalición PSOE-Unidas Podemos, que no cae en las encuestas pese a la crisis motivada por la pandemia.

Después de coquetear con el discurso de la extrema derecha, Casado parece haber entendido que ese camino erosiona su imagen institucional y alimenta la huida de votos por su flanco más ultra. Necesita llegar a acuerdos con el PSOE -actualmente se debate una posible renovación de la cúpula judicial- que fortalezcan su perfil de partido de gobierno y corroan la relación de los socialistas con Podemos, sus socios de gobierno. Nada de eso era posible con la presencia de Cayetana como portavoz parlamentaria, un verso suelto incapaz de someterse a la disciplina y la estrategia partidaria.

Llegó a la política convencida de que la sociedad está dominada culturalmente por la izquierda y que ante el auge del feminismo o las preocupaciones por la ecología o las desigualdades sociales era necesario declarar la guerra ideológica. “Como los gobiernos de derecha son mejores gestores creen que no es necesario dar la batalla de las ideas, y eso es un error”, fue la crítica que lanzó una y otra vez hacia el interior de su espacio político.

Dicho y hecho, se entregó con furor a la causa en una escalada dialéctica que primero provocó reacciones airadas en sus adversarios pero acabó escandalizando a los propios por la repercusión negativa para el PP que sus intervenciones tenían en la opinión pública.

En la última campaña electoral, durante un debate donde las candidatas debatían propuestas frente a la violencia machista, se posicionó claramente contra una propuesta del PSOE que propugnaba un cambio legislativo para que el consentimiento previo a las relaciones sexuales tuviera que ser explícito. “¿De verdad van diciendo ustedes sí, sí, sí hasta el final?”, le preguntó a la candidata socialista tras negar la existencia de una ideología machista detrás de la violencia contra las mujeres y de asegurar que el feminismo "busca un enfrentamiento identitario entre mujeres y hombres".

Poco después, no dudó en calificar al movimiento separatista catalán como una amenaza contra la democracia española peor que el frustrado golpe de estado del coronel Tejero el 23 de febrero de 1981, y de considerar que el momento político actual, con supuestas concesiones al gobierno vasco, es peor que cuando ETA mataba policías y políticos. También criticó por “tibios” a los dirigentes del PP vasco, pese a que éstos estuvieron durante los años duros en primera línea de riesgo y sufrieron decenas de asesinatos en sus filas.

Llegó a despertar el entusiasmo entre sus filas al criticar a los padres de la joven activista noruega Greta Thumberg o cuando arremetió contra el Gobierno por haber autorizado la manifestación feminista unos días antes de declararse el estado de emergencia por el coronavirus. “El pecado original de esta pandemia es la obsesión ideológica del 8 de marzo”, afirmó. El entusiasmo que despertaba entre los sectores más ultras de la sociedad española hizo que las manifestaciones contra el confinamiento que se organizaron en el elegante barrio de Salamanca, en Madrid, fuera bautizado como ‘la rebelión de los cayetanos'.

Sin embargo, no supo medir los límites de sus declaraciones. Cuando sus propios compañeros entendieron que las provocaciones no sólo levantaban el entusiasmo de los más radicales sino que también facilitaban el trabajo parlamentario de la izquierda y desbarataban cualquier estrategia de su propio partido, empezaron a reclamar que se le pusieran coto.

Cayetana pareció haber llegado al límite cuando en un debate parlamentario se refirió al padre de Pablo Iglesias, que militó en una organización que luchaba con las armas contra la dictadura de Franco. “Usted es el hijo de un terrorista, pertenece a la aristocracia del crimen político”, le dijo al vicepresidente del Gobierno y líder de Podemos, que antes había aludido a su condición de marquesa.

En los últimos días traspasó todas las fronteras que se suelen admitir en los partidos políticos. En una entrevista concedida a El País criticó decisiones de la dirección de su partido y acusó a quienes la criticaban de “confundir discrepancia con disidencia y libertad con disciplina”. Era todo lo que Pablo Casado estaba dispuesto a tolerar. Al día siguiente la citó para informarle que la destituía. Cayetana tampoco se calló entonces. "El señor Casado considera que mi concepción de la libertad es incompatible con su autoridad", dijo para despedirse.