Podemos leer el sintagma “La interpretación del sueño” como respuesta a la pregunta ¿qué quiere decir este sueño?, donde el desciframiento del relato –dado que del sueño real no sabemos nada– consistiría en recorrer el camino inverso al trabajo de ciframiento llevado a cabo para producirlo.

Los parlêtres (seres hablantes) siempre se han interesado por buscar el sentido de sus sueños, son unos apasionados del sentido: requieren del sentido de la vida y del de montones de otras cosas, por ejemplo, sus sueños. Pero esa ansia no es fruto del capricho sino pura consecuencia de un hecho determinante: el hábitat natural de los parlêtres es el lenguaje, y por tanto --dado que solo dentro de ese hábitat es posible el sentido-- tienen cierta aversión por lo real, por lo que está fuera de sentido. Podríamos decir que viven entre dos realidades, la del mundo y la de las palabras -que Freud llamaba realidad material y realidad psíquica respectivamente- con la particularidad de que de ninguna de las dos alcanzan a atrapar lo real que está en juego, porque también eso que llamamos “mundo”, eso que existe por fuera de lo simbólico, solo entra en escena en la vida de cada cual según las leyes del significante, que no son en absoluto leyes para lo real. Una frase del texto freudiano “La interpretación del sueño” llamó mi atención: “Lo inconsciente es lo psíquico verdaderamente real, nos es tan desconocido en su naturaleza interna como lo real del mundo exterior, y nos es dado por los datos de la conciencia de manera tan incompleta como lo es el mundo exterior por las indicaciones de nuestros órganos sensoriales”.

Conciencia y percepción son, pues, inútiles para lo real. Quisiera detenerme especialmente en la primera parte de la frase, “lo inconsciente es lo psíquico verdaderamente real”, porque eso establece la diferencia entre el sueño -y toda otra formación del inconsciente– del inconsciente mismo. Las formaciones del inconsciente son fruto de un trabajo de articulación entre significantes con el que se produce saber --saber inconsciente-- y sentido, mientras que el inconsciente tomado como lo “psíquico verdaderamente real” son significantes aislados, por tanto, fuera de sentido, lo que permite pensarlos como “letras”, pasando así al registro de lo real. Esas letras son los significantes que de manera contingente percutieron un cuerpo, haciendo surgir un parlêtre; ellas son Uno por uno, cada una es S1 (S1: significante maestro, en el sentido de llave maestra), y al tiempo son un enjambre sometido a la estructura de lenguaje del inconsciente. ¿Están esos S1 tal cual en los sueños? Freud insistía en que las palabras que aparecían en los sueños habían sido efectivamente pronunciadas por alguien, cosa que podríamos atribuir a su pasión por la verdad. Pero, de alguna manera, eso no hace sino llevarnos hacia la propuesta de lalengua de Lacan. Lalengua no es una invención propia, es lalengua del Otro a la que nacemos y que habitamos, llamada materna para, metafóricamente, acentuar que es la primera que uno recibe. Sin embargo, lo que sí es inventado, lo que sí es una creación propia de cada parlêtre, es el saber producido a partir de la articulación de esos significantes. Con Freud, la interpretación analítica buscaba sacar a la luz el sentido oculto del sueño, el saber inconsciente. Con Lacan, el discurso analítico se orienta a la producción por el analizante de los S1 que sirvieron para inventar ese saber singular. Freud nos enseñó que el único método posible para su objetivo era la “asociación libre” del soñante, nombre paradójico dado que si servía entonces y sigue sirviendo hoy es, precisamente, por no tener libertad alguna, condicionada como está, de principio a fin, por esos significantes muy concretos que son de lalengua de cada cual y solo de ella. Sin embargo, para abordar el límite de “la interpretación del sueño”, hay que apoyarse más bien en otra lectura posible de esa expresión, la que resulta de responder a la pregunta “¿qué es lo que, al decir, eso quiere?”, donde el acento de la operación se desplaza al goce que se produce en el cifrado mismo del sueño, lo cual, teniendo en cuenta que la única materia prima en juego son los significantes, hace del sueño una muestra más del lenguaje como aparato al servicio del goce.

Si el cifrado produce goce, el desciframiento no se queda atrás. Tanto es así que incluso la pesadilla --que saca al durmiente del dormir por la angustia--, cuando es descifrada también conlleva goce, goce-sentido. Gozamos pues del sentido porque, a falta de relación sexual que pueda escribirse, hay que apañarse con los significantes para dar con un cierto “sentido sexual” más o menos estable y fijo que nos ayude a orientarnos en la vida, ese que Lacan llama “sentido sin-sentido”. Ahí podemos ubicar la función del falo, la del fantasma y también la del sinthome, cada uno proveyendo un cierto límite al sentido que por sí mismo no encontraría punto de detención. No lo encontraría porque el sentido de lo real es imposible de alcanzar, dado que no existe; tan solo hay ese sentido-sin sentido que se inventa “sobre” lo real. Por eso, en el análisis, cuando se han ido despejando los sentidos y se atisba el núcleo de real, pueden aparecer sueños que trajinan una escritura historizada del parlêtre y se presentan acompañados por una certeza que no se abre a seguir en la asociación libre.

*Miembro de la ELP (Escuela Lacaniana de Psicoanálisis). Texto con citas en Papers 5 El límite de la interpretación del sueño, entre sentido y letra. Hacia el XII Congreso de la AMP.