Una suerte de perplejidad emerge apenas planteada la pregunta por la cuestión relativa a la belleza masculina. No por descuidada, la temática deja de ser materia de interés para ellas, al tiempo que ellos ‑conforme el culto a la estética se acentúa‑ parecen ocuparse cada vez más de su imagen, tanto que por rara paradoja llegan a parecer femeninos. Por el lado de las chicas el gusto no se limita al rostro, estatura o musculatura de los muchachos, sino también a partes del cuerpo que los cánones tradicionales de la seducción reservaban a las mujeres, por ejemplo: la cola. "¿Do you think I´m sexy?", cantaba Rod Stewart mientras, de espaldas al público, bailaba contorneando las caderas; para no hablar de la atracción generada por esos varones que -desde Elvis Presley hasta la Mona Jimenez o Sandro‑ han sabido explotar cierta ambigüedad sexual en el escenario. Como se ve, no es sencillo abordar cuestiones estéticas cuando las mismas se guían por los cánones que traza la imagen de los cuerpos anatómicos. "¿Qué tendrá el petiso?", pregunta la canción de Ricky Maravilla. Aunque, si de belleza hablamos, el petiso tiene Otra Cosa "que las vuelve locas". Freud -en El malestar en la cultura- es tan claro como contundente al respecto: "Digno de notarse es que los genitales mismos, cuya visión tiene siempre efecto excitador, casi nunca se aprecian como bellos; en cambio, el carácter de la belleza parece adherir a ciertos rasgos sexuales secundarios". Así, la belleza se escondería en el intervalo que algunos rasgos transitan al hacerse metáfora del mentado valor genital: dulzura, prestancia, elegancia, armonía, sensualidad; serían ropajes de un enigma tan esencial como esquivo para su elucidación. Es que si, tal como Platón refiere en El Banquete: "el amor [...] no es amor de lo bello" sino de "la generación y procreación en lo bello", el impulso erótico no abreva de objeto actualizado alguno sino de su constitutiva carencia. Por algo "no es eso" enfatiza Lacan al ilustrar los intrincados vericuetos del deseo.

Tomemos por caso el chamuyo, esa arma esencial con la que el varón, charlatán o lacónico, transmite ‑mucho más allá del tema, la información o la opinión‑, su decir en el arte de la seducción. ¿Qué otro ingrediente sería más eficaz para conmover el corazón del partenaire que transmitir la herida con que el amor sacude la impostura masculina? No en vano, "déjame que me calle con el silencio tuyo" decía Neruda, un poeta que a pura belleza supo enamorar hombres y mujeres. Entonces: ¿Qué tendrá el petiso que las vuelve locas? Con probabilidad alguna Otra Cosa mejor que lo que tiene. En todo caso: "no es eso".

*Psicoanalista.