“¡Qué pasó!”, dijo Kamasi Washington en español, tras aparecer en el escenario de C Art Media en la noche del domingo. Sin embargo, lo que en principio no fue más que un saludo, al terminar el recital tomó connotación de pregunta: ¿qué pasó? Y es que aún no se puede dar crédito de lo que firmó el jazzista estadounidense en su tercer desembarco en Buenos Aires. No sólo por la comunión musical en sí, sino también porque la convocatoria no acompañó, en contraste con su desembarco anterior, acaecido en la misma sala. Quizá tuvo que ver con la situación económica del país (el ticket rondaba los 80 mil pesos) o con el disco que presentó, Fearless Movement (2024), donde el saxofonista sale del solemne eruditísimo jazzísitco para mostrar su mundanidad groovera.

Si bien se trata además de un álbum en el que priman las voces, la banda que lo acompañó en esta ocasión no distó de la que vino en 2022. El primero en salir al tablado fue Miles Mosley, el Jimmy Page del contrabajo, quien lo hizo con el puño derecho en alto, evocando el icónico saludo de los atletas afroamericanos Tommie Smith y John Carlos en los Juegos Olímpicos de 1968 en México. Le secundaron el trompetista Dontae Winslow, el baterista Tony Austin, la cantante Patrice Quinn y el padre del saxofonista, Rickey Washington, a cargo de la flauta y el saxo soprano. Esta vez el tecladista Cameron Graves sustituyó a Brandon Coleman. Y si el atractivo en la pasada gira fue el diálogo entre dos baterías, ese rol ahora recayó en las bandejas del legendario DJ Battlecat.

A pesar de que el artista de 44 años advirtió en su saludo introductorio que traía música nueva para compartir, el show arrancó con “Street Fighter Mas”, incluido en su trabajo anterior, Heaven and Earth (2018). Este track autobiográfico está inspirado en una de las grandes pasiones de Kamasi: los videojuegos. Desde chico, el músico siempre creyó que iba a ser un gamer profesional, aunque el destino tenía otros planes para él. De eso puede dar fe su progenitor, quien se plantó al frente del tablado junto a su vástago y a la trompeta para dar rienda suelta a la espiritualidad que envuelve al tema. Entonces el público recogió el guante y empezó a darle forma a esas voces épicas, a un paso de la trascendencia espiritual, que empujan a su confección. Y todo bajo la guía por Quinn.


Mientras la batería capitaneaba la evolución de la pieza, DJ Battlecat asestaba golpes quirúrgicos en el medio de los silencios, convirtiéndola en un síncope en la que lo digital se debatía con lo analógico. Decantando, al final de cuentas, en un breakbeat. Todo esto sucedía en tanto Winslow y Kamasi se repartían los soleos de sus instrumentos, pero lo del saxo tenor atravesó pasajes que fueron un salto al vacío de la excepcionalidad. Tan así fue ese rapto performático que Rickey se sentó a admirar a su hijo desde uno de los costados del escenario. Y no fue la única vez que lo hizo. No obstante, luego se reincorporó para la coronación de esta reinvención del tema, en la que la audiencia también se sumó para ese coro onomatopéyico angelical. Y esto recién arrancaba. 

    No fue para nada fortuita la elección de esa largada porque allanó el terreno para una pieza ciertamente enraizada en misticismo: “Lesanu”, que inaugura el repertorio de Fearless Movement. Antes que largar orando en ge’ez (lengua de la iglesia ortodoxa etíope), de la misma forma que acontece en el disco, Quinn lo interpretó en inglés. Pero progresivamente esa invocación a lo impalpable se tornó en una suerte de mapeo que aterrizó en el norte de Africa. O más bien en ese punto intermedio entre la cultura árabe y la de “El león de Judá”. Es por eso que los caños alcanzaron una tesitura que por momentos evocó la impronta legada por el legendario jazzista Mulatu Astatke, padre del “ethio jazz”, dejándole luego el protagonismo al tête-à-tête entre batería y teclado, que en realidad se tornó en un mano a mano.

    Cuando la cosa escaló a un nivel de locura y el pianista se quedó con la pulseada, Kamasi apretó los dientes y disfrutó del volantazo que pegó su compañero de banda como si estuviera fuera de sí. Mostraba un rostro salvaje, alucinado, intentando traducir expresión mediante lo que estaba ocurriendo. Sólo volvió a su inmenso y hermoso ser después de que Winslow lo despertara del onirismo a punta de trompetazos. Ahí Graves apretó algo que transformó a su instrumento en un vehículo espacial que se pierde en algún lugar. Acto seguido, Austin se hizo con el control de la situación y lo compartió con Mosley, quien peló el arco y le sacó chispas (y efectos extrañísimos) a su contrabajo, en cuya esquina llevaba escrito en tiza “Messi”, con un “10” justo debajo.


    Durante la explicación del músico acerca de lo que dio vida a Lesanu, híbrido entre Dios, amor e identidad, alguien de entre la multitud le gritó: “Kamasi presidente”, a lo que el músico respondió con una carcajada. No se lo pensó dos veces y aprovechó la coyuntura para revelar el origen de “Asha the First”, compuesto junto a su hija Asha. Si bien hoy tiene 5  años, a los 2 le regaló una melodía que él reprodujo en ese minuto. A ese inicio de torneado fantasmagórico del tema partícipe de su flamante álbum, se subió DJ Battlecat, al que presentó como “una verdadera leyenda”. Y cuando la atención estaba puesta en las bandejas, Graves pidió cancha para empujar a sus teclas hacia una conjunción de armonías distorsionadas. Ahí Kamasi, figura del jazz manufacturado en el siglo XXI, cerró los ojos saboreando el clímax.

    Si “Pops”, como bien solía llamar el saxofonista a su padre, se llevó el centro de la atención en esa oda a la lisergia, los aplausos fueron para Winslow en “Askim”, parte de su obra maestra The Epic (2015). A decir verdad, Mosley se la había dejado en bandeja para que la clavara al ángulo, después de rockearla con el contrabajo y tras habilitar al baterista para que les pegara a sus tambores con todo. Previo a tamaña visceralidad, Kamasi, sentado en su teclado Nord Stage 3, encendió un groove cósmico, que logró sostenerse en el tema y atravesarlo. De hecho, consiguió que sobreviviera en “Vortex”, con la complicidad de DJ Battlecat. Entre los dos hicieron de la pieza de la banda de sonido del anime Lazarus una transmutación de un R&B exquisito al hip hop más glorioso que se haya escuchado. No era de humanos lo que pasaba, sino de deidades.

    Al tiempo que el DJ hacía su solo con golpes de beats y samples de clásicos de la música negra -como “Fantasy”, de Earth, Wind & Fire-, Washington y los suyos se preparaban para el alunizaje. O más bien para la alucinación. Invocaron otra de las nuevas, “Road to Self (KO)”, jazz de desenlace estoico, mas no ortodoxo. Tanto así que terminó perdido en el cosmos. Sólo lo pudieron rescatar apelando por la fuerza de la gravedad y ese envión lo mimetizaron con “Vi Lua, Vi Sol”, a medio camino de Brasil y Nigeria. Sin embargo, para el final apuntaron al Río de la Plata, con la reinvención breakbeatera de “Prologue”, hito de Astor Piazzolla. Y eso decantó en una despedida en la que este querubín sintetizó todo lo que el público sentía por él al decir “Te amo, te amo, te amo”. Y sí: era imposible no salir de ahí amándolo.