Carolina Bulacio no sabía que estaba embarazada. Cuando llegó al médico porque le dolía la cabeza, el doctor la hizo acostar y le dio la noticia: iba a tener una nena. Martina Raspo llegó de sorpresa para modificar la estructura familiar de mayoría de varones. Pablo, su papá, elegía nombres de jugadores de Boca para sus hijos. El mayor se llama Pablo Sebastián, por Battaglia, el segundo Juan Román por Riquelme. Martina iba a ser Martín, por Palermo, pero tuvieron que agregarle la a. Después llegaría Clemente, el cuarto, por Rodríguez, pero la que le grita al mundo que quiere ser futbolista es ella: la zurda de 9 años que sueña con jugar en Boca y en la Selección, pero que todavía pelea para poder competir por los puntos en la Liga de San Francisco, Córdoba, donde no la dejan ficharse: el problema para los dirigentes es que es mujer.

La historia de Martina y el fútbol arranca desde la primera infancia. En su casa en San Cristóbal, Santa Fe, ya pateaba con sus hermanos. Carolina, su mamá, corrige: dice que ya en la panza tiraba unas patadas que marcarían su futuro. Pero lloraba cada vez que Sebastián y Juan Román iban al club y ella no podía. Hasta que un amigo de la familia le dijo que la iba a llevar. Así empezó a jugar en Independiente.

“Aquel día estábamos todos en ronda y teníamos que jugar al quemado con el pie -recuerda Martina-. Yo ya sabía porque jugaba en casa. Cuando me preguntan qué quiero ser cuando sea grande siempre digo lo mismo: futbolista”.

Los Raspo se mudaron a Córdoba porque Pablo, el papá, necesitaba trabajar. Hoy es empleado en una fábrica de máquinas agrícolas. Martina, entonces, se acercó al club Tiro Federal y Deportivo Morteros. Entrenaba con varones. El problema empezó cuando quiso jugar por los puntos.

“Ella preguntó y su profe le dijo que no se podía pero que si por él fuera estaba encantado. Acá hacen dos partidos. Uno que no es por los puntos y el otro que sí. Martina jugaba el primero, era la única nena que no faltaba nunca. La verdad es que cuando ella pidió eso nosotros ahí nos dimos cuenta de muchas cosas. ‘¿Por qué no?’, pensamos. Y mandamos una carta a la Liga”, cuenta Carolina.

Martina Raspo, pisa la pelota con la zurda.

La Liga Regional San Francisco nunca respondió. A medida que la historia de la discriminación se hacía viral, algunas futbolistas, hinchas, periodistas e integrantes de organizaciones futboleras feministas se sumaban al reclamo. Rocío Correa, jugadora de San Lorenzo, siempre estuvo en contacto con la familia.

Martina y su mamá viajaron a la Ciudad de Buenos Aires y fueron recibidas por las autoridades del INADI (Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo). La presión sirvió, a medias. En su regreso a Córdoba la convocaron del club para armarle la ficha, pero después no pudo jugar. Les dijeron que cuando la buscaban en la computadora, el nombre de Martina Raspo aparecía con una F que remitía a su género: para la Liga si alguien es “Femenino” no puede competir. Ahora la pandemia detuvo el torneo y con eso las posibilidades de seguir dialogando.

Desde sus 9 años, Martina cuenta que sus amigos y sus compañeros nunca la discriminaron. Dice que hubo veces que se enojó porque no la querían dejar jugar, pero que esa bronca fue con adultos. Es tímida para hablar, pero su mamá cuenta que tiene carácter fuerte. Y que nunca quiso bajar los brazos.

“Mirá que le he dicho: ‘Marti, hacé otra cosa, hacé algo más fácil, que pueda ser para vos’ -cuenta Carolina-. Pero nada. Cuando era más chiquita la llevé a danza. Lloró el primer día y no quiso ir más. Fue a patín y lo mismo, nunca más. Quería fútbol. Y bueno. Su papá la apoya mucho a ella también”.

A Carolina le sorprende la convicción de Martina. Y confiesa que ese amor por el fútbol le da temor. “La otra noche nos pusimos a mirar una película, Hombre de fe, en la que un nene se iba de la casa re chiquito para cumplir su sueño de jugar al fútbol. Estábamos las dos solas en la pieza y le dije: ‘Marti, ¿vos estás preparada por si te vas de mi lado?’ Y ella me contestó que sí, sin dudar, que si se tiene que ir, se va”, cuenta.

Mientras tanto, Martina sigue jugando. Así como cuando iba a la escuela dejaba su ropa de fútbol doblada y preparada para ir a entrenar, en cuarentena hace amistades futboleras virtuales. Zoe Puente, una jugadora de Platense de 10 años organiza colectas solidarias de botines a través de su cuenta de Instagram (@zoe13football) para niñes que no pueden comprarse. Ya le envió de regalo dos pares. Felicitas Flores, de la misma edad, le mandó una pelota porque la que Martina tenía ya estaba rota.

Además, la Coordinadora Sin Fronteras de Fútbol Feminista también juntó fondos y le donó material para que practicara en su casa estos días.

“El fútbol es para todos”, dice Martina, que ya tiene también su cuenta de Instagram (@martinaraspo). Cuenta que le gusta jugar de volante por izquierda y que algunas veces la ubican de delantera. Este 21 de agosto esta jugadorita de 9 años también celebrará el Día de las Futbolistas con ganas de seguir pateando para conquistar derechos: “Lo quiero festejar -dice-. Si tuviera que pedir un deseo pediría que todas las nenas puedan cumplir sus sueños”.