Elizabeth fue al supermercado chino de enfrente de su casa y vio las góndolas vacías.

–¿Por qué falta mercadería? –preguntó a la cajera.

–Hay mercadería, falta artículo de limpieza (sic) y bebida porque ahora la gente limpia y bebe, limpia y bebe.

¿El mayor consumo de alcohol estará vinculado a dedicar más horas a la limpieza?, se pregunta Elizabeth. Si uno representa el trabajo, el deber ser, el otro es uno de los pocos placeres que nos deparan estos aciagos días de confinamiento. No solo se toma más sino que hay una progresión en el consumo de bebidas alcohólicas durante la danza ciega que venimos bailando este 2020. “Los primeros meses nos estockeábamos de papel higiénico, harinas; después de chocolates porque venían los primeros fríos y luego de alcohol, aderezos variados y caros. ¿Qué vendrá?”, dice Vanesa. Si no se gasta en ropa, salidas, cenas o viajes; si la vida se estrechó a nuestras cuatro paredes y el muro virtual, por qué no invertir en una bebida que garantice un poco de felicidad, una experiencia, un buen momento. Dicho con filosofía oriental: “Limpieybeba”.

En mayo Ana Clara Camarotti y Daniel Jones, investigadores del Conicet, del Instituto Gino Germani, indagaron sobre este tema con una encuesta entre cinco mil personas del AMBA. Encontraron que el 45 por ciento de las personas toma más alcohol que antes del aislamiento y que se triplicó la cantidad que toma todos los días. El teletrabajo, la falta de, los horarios perdidos, las rutinas cambiadas, el mundo acechado, la incertidumbre, en fin, la pandemia, son los compases que maridan los shows privados del alcohol. Cada une fue venciendo sus propias reglas al respecto. Gladys no tomaba sola y tenía sus argumentos. Tomar en soledad le daba “vino triste”, se decía que eso terminaría mal, en adicción. Pero ahora superó todos sus prejuicios y apenas baja del vino para pasar al ron. Como ella, cada persona avanzó un paso más. Si no se tomaba nada, se empezó. Si se tomaba el fin de semana, aumentaron los días de semana cerrados con un buen trago. Si se lo hacía todas las noches, se sumaron también los mediodías. Claudia tomaba un par de copas con la cena que solía incrementarse los fines de semana. Desde marzo, las dos copas se multiplican por dos más en el almuerzo. Y los viernes, sábados y domingos, agregó whisky. “¡Tales placeres ayudan a sobrellevar!”, dice.

En los comienzos de la pandemia hubo un meme que condensó lo que se olía las conciencias de quienes se encontraban cada vez más profundo en la selva alcohólica: ¿Ya te diste cuenta de que no eras un bebedor social? Tal vez sea el caso de Fernando, de La Plata, que antes de las medidas de aislamiento tomaba solo los fines de semana y en situaciones sociales. “Ahora me tomo una botella de vino por noche y si me quedo despierto de más, un par de medidas de whisky. El gasto se compensa con el ahorro en combustible. Estoy con teletrabajo, asisto una o dos veces por semana a la oficina. Cuando todo esto pase me va a dar mucha bronca volver a levantarme a las seis”, dice.

Silvana, docente también de La Plata, pasó de tomar alguna vez al mes una cerveza o vino a la ingesta casi diaria de al menos una lata de cerveza. “Si abrimos vino tomo también al mediodía (antes jamás lo hacía) y a veces, mientras cocinamos junto a mi compa armamos traguitos con ginebra o whisky o vodka con cítricos y especias de la alacena... tremendo...”. Hay placer en el consumo, pero también hay otra cosa: “Supongo que es angustia, incertidumbre... y debo cambiar ese hábito y el de comer mal y de más. En estos meses, como si fuera un embarazo, aumenté un kilo por mes... Reconozco que me senté el 13 de marzo y casi no levanto el culo. Terrible sedentarismo. Pasé de ir a cuatro escuelas por día a nada. Además, perdí un trabajo el 28 de febrero y nunca llegué a tomar otro cargo”.

La escalada también se sofisticó, quienes pudieron hacerlo profundizaron o diversificaron gustos y pagaron más por cada nueva botella descorchada buscando calidad. “Se sofisticaron todos los gustos básicos que uno tenía. Ya no apelás a una cerveza, pasás hacia bebidas blancas. Ni hablar de que se sofistican las marcas de vino porque no salís a cenar, no ves a nadie, y te preparás comidas caseras más elaboradas. Va de la mano con los nuevos aderezos, los vinos de autor, por eso abundan ahora pequeños lugares de ventas de estas cosas. Todo el gusto que no se puede dar por la vida sexual se da través de este otro formato. Hay una carencia, hay angustia detrás de esa sofisticación. También cierta nostalgia de clase media, no me puedo comprar ni un suéter, pero ¿sabes qué? ¡me compro el vodka más caro!”, dice Vanesa, de Caballito.

Hay quien hasta vio el vino como una buena inversión para contrarrestar tanta desolación por los pesos que se le esfumaban. Es la plata mejor invertida, dirán varios. Para algunas mujeres que este año empezaron con insomnio, una copita de vino o cualquier trago les resultó el mejor somnífero; y más sano.

Marcela, abogada de 42 años, empezó a tomar whisky cuando llegó el frío y se quedaba despierta hasta más tarde por no tener la presión de levantarse temprano para ir a la oficina. También incorporó el Campari y el Borguetti, un licor italiano. El momento de cocinar es de tomar alcohol, dice. Sus amigas empezaron un camino de ida por los tragos. En un momento fueron las caipiriñas. Se pasan el dato de dónde hay limas para poder comprar. “Cuando el chino tuvo el Borguetti fuimos todas y vaciamos el stock. Ya es un hábito. No sé si después lo vamos a dejar. Al principio me preocupaba el vino diario, pero ya me relajé. A nosotros siempre nos gustó tomar. Es uno de los pocos placeres que podés darte. Se generan charlas interesantes con la pareja. Es acogedor. Es algo que podés hacer en tu casa y que está bueno”, dice. Con su pareja solían organizar encuentros con amigos para comer y tomar rico. Ahora se mandan fotos: “Acá estoy con mi Campari”.

Del otro lado del mostrador, Ezequiel Schneer y Marcelo Yanisky, sommeliers de la vinoteca SOIL, sintieron el golpe que impuso el covid-19, porque su negocio está ubicado en Recoleta y trabajaban con el turismo. Pudieron compensar las pérdidas porque se incrementó mucho la venta por delivery. “Tomamos pedidos vía whatsapp con clientes conocidos y se armó un boca en boca”, cuenta Ezequiel. Delivery y cata virtual pasaron a ser sus pilares. “Hace siete años hacemos cata porque tenemos un sótano y con la cuarentena las empezamos a hacer vía Zoom. En general son los viernes a las 19, escuchamos al enólogo y nos cuenta los secretos del viñedo. Otra metodología es para menos personas: cata a ciegas de seis u ocho vinos. Entre todos los comentamos y hacemos un ranking”, dice.

El fuerte de La Malbequería, vinoteca asociada a la parrilla Lo de Jesús, ubicada en Palermo, era el consumo en el restaurante. “Cuando empezó la pandemia hicimos combos temáticos por ejemplo: ‘team cabernet’, ‘imperdible de invierno’, ‘malbequizate 1’. Le damos mucho valor al vino no tan comercial y a que la gente se lleve una experiencia”, cuenta Valeria Juaires, directora de marketing. Al avanzar la cuarentena las ventas por envíos y para llevar subieron. “Pusimos nuestros vinos con 20 por ciento off. Y empezamos con las catas virtuales, experiencia que incluye dos o tres botellas. No fraccionamos, queremos que la persona que lo abre huela el corcho y lo viva desde el principio. Los mandamos con una horma de queso, con un chocolate relleno de distintas cepas y un kit aromático. Son catas individuales. Se coordina día y horario según preferencia del cliente”. Antes hacían muchos eventos corporativos y ahora venden las catas para las empresas, a partir de los 2950 pesos. “Promovemos el buen comer y el buen tomar y que te lleves un plus de aprender un poco más sobre nuestro país vitivinícola. Las empresas vieron que podían mantener a su equipo distendido”, dice.

El aumento del consumo no necesariamente favoreció a toda la industria. Sin embargo, en términos generales el despacho de vino al mercado interno al 30 de junio había crecido un siete por ciento con respecto al año anterior, apunta Cristóbal Lapania, director general de Bodegas Don Cristóbal. El fuerte de su bodega es la exportación y este año se sostuvo el nivel de ventas, lo que Lapania le parece un dato alentador. “Hacia adentro, nosotros hacemos venta online y directa y a partir de abril notamos que creció un 15 por ciento. Ese porcentaje en este contexto vale más”, dice. Sus vinos están en una amplia franja de precios, oscilan entre los 250 pesos y los 1000. Para él, el cambio de hábito es notorio. La gente está comprando más online, muchas bodegas que no tenían plataforma online la tienen. “Aumentó el volumen, pero los precios están muy bajos”, aclara.

Scheer se alegra de que gracias al consumo responsable de vino mucha gente pueda llevar la cuarentena con un poco de alegría. No solo porque es su negocio sino porque el vino es mucho más que una bebida. Dice que la cabeza se te abre al probar vinos de todo el mundo. Y que ese consumo es comparable a la literatura, un universo interminable. Que una copa de vino encierre parte de ese mundo es magia. Y esta es otra forma de darle un porqué al “limpiaybebe”.