Windows 95 fue mucho más que un sistema operativo con determinada funcionalidad, fue una marca que cambió una época. No es el entusiasmo en conmemorar el logro de una empresa que ideó una interfase bastante amigable, dejando atrás el aura metafísico y sólo para especialistas de los sistemas anteriores sino también lo sirvió a la mesa común del planeta. Y no se trataba de mesas sino de ventanas, una multiplicidad de ventanas que se abrían al mismo tiempo, pestañas de vida, miradas a nuevas posibilidades.

Se podía pasar la vida sin conocer todas sus funcionalidades, pero los beneficios los entregaba fácil, botón de inicio, menú de opciones, guardado automático, posibilidad de nombrar archivos con nombres largos y, por supuesto, mejores condiciones técnicas.

Veinticinco años se cumplen desde que la humanidad pudo abrir múltiples ventanas al mismo tiempo y decidir, sin cerrarlas, para dónde desea ir. Pocos llegaron a la comprensión de que fue la preparación de un tiempo novedoso, que alumbraría con nitidez su cara en este año 2020, el comienzo irrefutable, a todo vapor de viralizaciones y pestes del siglo XXI. Si el siglo XX terminó en 1989 con la caída del muro de Berlín, ¿por qué no sostener que el siglo XXI comenzó “retrasado”comparado al duro almanaque de los siglos redondos? Pocos comprendieron que esa aparente sencillez del Windows 95 escondía una impresionante endiablada espesura filosófica. ¡Ya el problema había dejado de ser el tiempo! No se trataba del tiempo sino del espacio.

Se podía estar en tantos lugares, con tantas ventanas abiertas al mismo tiempo que estallaba la noción de lugar. No había más aquí. Las múltiples ventanas en las múltiples pantallas eran la afirmación del estar en muchos lugares al mismo tiempo, era la infinitización de los “allís”.

Los cuerpos no están aquí, están allí. En este 2020, la educación a distancia es una prueba irrefutable, los estudiantes no están aquí en el espacio áulico, se encuentran allí, ejemplos hay por todos lados, parejas que no viven ni siquiera en la misma cama, ni en la misma casa, ni en el mismo país, duermen con la ventana abierta a los ronquidos del otro y cuando el primero se despierta cuenta cómo durmió y cómo fueron sus sueños esa noche.

La problemática de la multiplicidad no sólo estalla la espacialidad, al tener tantas ventanas abiertas en simultáneo el ser humano se desconcentra, pierde “atencionalidad” y comienza un proceso “evolutivo” que ya se nota en las escuelas, en nuestros hijes y en nosotros mismos: un “leve” retraso mental sólo compensado con nuevas funcionalidades de las aplicaciones que nos permiten seguir adelante.

También se produce por esa aceleración de las miradas, la necesidad de un estabilizador, de una detención frente a un like, que no es otro, una alteridad sino la aprobación del otro es una cuenta, un contar exponencial. La aceleración, ventanas abiertas, una ventana es una pero dos ventanas abiertas no son dos sino muchas más y así sucesivamente y al final nuestra mirada queda atrapada en esa aceleración de los infinitos de Cantor, de esos “no-lugares” que se abren allí. No se trata sólo de filosofía. Los likes, los corazones, son el soplido de tu presencia que está allí al mismo tiempo que alejada, no necesito contestarte sino contarte. Contarte como número, contarte qué es lo que hago y sobre todo lo que hice para llegar allí.

Un nuevo enloquecimiento que cumple una edad donde conviene apelar a la responsabilidad por los beneficios y carencias que han causado: la infinitización de las ventanas ha producido efectos en el cuerpo del ser humano, en la conversión de todes en espectadores en múltiples pantallas simultáneas. Las múltiples ventanas que siempre están abiertas han quitado lugar al protagonismo del sujeto. Hoy en el siglo XXI, este 2020, el problema es justamente el no lugar, la falta de concentración, los problemas de aprendizaje, la ausencia de referentes presentes. No hay aquí. Los cuerpos se quedaron en allí. Hoy conmemoramos a Windows 95, las ventanas, la simultaneidad de allís, la pregunta por lo que somos y deseamos ser. 

Martín Smud es escritor y psicoanalista.