Los días más felices termina con lágrimas del público y gritos de “presente” y “ahora y siempre”. Su autor y director es Rodrigo Cárdenas, quien se reconoció peronista en 1973, perdió a uno de sus hermanos en la última dictadura cívico-militar y vio cómo su madre se volvía Madre de Plaza de Mayo. Los días más felices es una ficción inspirada en su autobiografía: la historia de una familia argentina signada por el movimiento, “con las tragedias y los momentos felices”, define Cárdenas en la charla con PáginaI12. El Estado de Bienestar, el terrorismo de Estado, la enfermedad y muerte de Eva Perón, los bombardeos del ‘55, entre otros hechos y períodos, aparecen desordenados en la obra, que no sigue un orden cronológico.

“Es un poquito autorreferencial”, subraya el autor, quien trabajó mucho sobre Racing –el club de sus amores, al cual dedicó cuatro espectáculos– hasta que empezó a generar propuestas más políticas, como Ningún cielo más querido, acerca de la guerra de Malvinas. “Me hice peronista el día en que Cámpora ganó las elecciones y vi, por primera vez en mi vida, con mi viejo que me llevó, una fiesta en las calles. No había visto nunca una”, recuerda. Los días más felices no es una traducción de su vida: en su casa eran tres hermanos varones y en la obra son dos hermanas. “Mi viejo estaba en la línea de humanismo y liberación de la Democracia Cristiana y mi vieja venía de familia radical”, detalla el director. En el espectáculo todos son peronistas. 

Incluso los actores –Ricardo Kiko Cerone, Cielo Chaina, Antonia de Michelis, Agatha Fresco– lo son. El autor cuenta que, previamente, ensayó con otros dos elencos. “Todo bien con ellos, pero se disolvieron. ¡Resulta que los cuatro actores que finalmente quedaron en el proyecto son peronistas! Una de las actrices (Fresco) es catalana. Ahora ya dice que es peronista”, cuenta Cárdenas, quien pretende que este trabajo sea “un granito de arena en pos de la memoria, la verdad y la justicia”, en tiempos de declaraciones negacionistas por parte de los funcionarios macristas y en el que se pierden conquistas en el ámbito de los Derechos Humanos. 

Los días más felices es hija de su tiempo: tiene sentido que esté en cartelera en este momento. Su resonancia no hubiera sido la misma años antes. Es un material que no sugiere nuevas reflexiones respecto de los temas que aborda; su valor está en la emotividad que consigue desplegar. Seguramente, tiene que ver con esto el hecho de que sea autorreferencial. “El macrismo no fue un disparador. Empecé antes, en el gobierno de Cristina –aclara Cárdenas—. Siempre me interesó contar la historia de una familia y cómo viví el peronismo”. El espectáculo abarca hasta 2003, porque para el autor “no era necesario” repasar el kirchnerismo. Se lo puede ver los sábados a las 20.30 en Korinthio Teatro (Mario Bravo 437). Las entradas para hoy ya están agotadas.

“El título es medio tramposo. Cuando salió de verla (Guillermo) Moreno nos dijo ‘los días más felices y también los más tristes son nuestros’. Me quedé con ganas de mostrar un poco más de felicidad. Lo forcé y no salía”, admite el director. Uno de los episodios más fuertes de la obra es la desaparición de una de las hijas. Alvaro Cárdenas, el hermano del actor, fue secuestrado a los 23 años, en noviembre del ‘76. Estudiaba matemática y militaba en la Juventud Universitaria Peronista. “Somos tres. Eramos tres”, se corrige Cárdenas, que traslada al espectador lo que siente por la desaparición de su hermano. Dice que no puede ir a las marchas del 24 de marzo. Que cuando ve la cara de Alvaro en la bandera con los rostros de desaparecidos, se quiebra.

–Una particularidad de la obra es que apunta a un público específico: al que está de acuerdo con lo que propone. La postura es explícita. ¿Apela a un público militante?

–El otro día vino Víctor Hugo Morales, que no es peronista. Y dijo: “es una obra para peronistas, pero también es la que te da la oportunidad para que lo seas”. También la vieron radicales, de la línea de Moreau. Por ahí no les jodió tanto lo que decimos. No me sale una reflexión para todas las corrientes. Intentamos mostrar distintas caras del peronismo: la más ortodoxa, representada por el padre, o la más violenta, encarnada en una de las hijas. Pero es controversial esta obra, supongo, para el que no es peronista. La ha visto gente de izquierda, de 50 y pico, y también le cayó bien. Por suerte, el público específico al que puede apuntar es bastante. Por suerte no para la obra, sino para el futuro.

–¿Por qué destaca la presencia femenina en la obra?

–Por las Madres de Plaza de Mayo. Quería desligarme de mi historia personal. Una de las actrices, Cielo Chaina, hace de mí. Podría ser mi versión femenina. Esto es por cómo viví la historia. Por el temor de los varones. No sólo el de mi viejo, también el de mi otro hermano. Y viví los ovarios de mi vieja, de las mujeres. Pienso seguir trabajando sobre este tema. Las mujeres son mejores. Yo soy un poco machista, pero veo que ellas tienen un detalle más. Están un pasito más adelante. Nosotros somos más cagones, en todo sentido. He visto a mi vieja (Alicia Rivarola de Cárdenas, de Madres Línea Fundadora) escondida dentro de un banco, los caballos pasando, ella haciéndome gestos para que me fuera... tengo un Edipo inmenso. Mi mamá murió en 2008. Su último acto político fue el día en que Néstor recuperó la ESMA. Estuvo con Alzheimer desde 2004.

–¿La obra es un exorcismo de su propio dolor, combinado con lo que siente por el peronismo?

–No están disociados. En mi casa siempre hubo política, toda la vida. La mía era una familia muy politizada. Mi vieja fue radical hasta que Alfonsín implementó las leyes de Obediencia Debida y Punto Final. Sí, un poco es eso: exorcizar. Pero voy a estar toda mi vida así. Ya me doy cuenta. Uno debería cicatrizar heridas con el tiempo, pero pasa todo lo contrario. No tengo odio, pero sí me conmuevo más. Los primeros siete años, si bien sospechaba, porque fui medio fatalista, tenía la esperanza de que mi hermano estuviese vivo. Cuando asumió Alfonsín y salieron los últimos presos políticos, me di cuenta de que ya no... es un dolor que se va transformando.