El señor tiene 90 años, nació en Boston, Estados Unidos, se llama Frederick Wiseman y es un maestro indiscutido del cine documental. Desde que en 1967 se dio a conocer con su primer largometraje, Titicut Follies -descarnado retrato de un hospital neurosiquiátrico para criminales convictos en el estado de Massachusetts-, nunca dejó de filmar, a razón de casi una película por año, por lo cual a esta altura acumula un impresionante cuerpo de obra de 48 largometrajes, muchos de los cuales se conocieron en la Argentina a través del Bafici, el Festival de Mar del Plata y el DocBuenosAires. Y sigue tan activo como siempre. Su film más reciente se titula City Hall, acaba de pasar por la Mostra de Venecia, integra estos días la programación del Toronto International Film Festival (TIFF) y es la estrella de la edición online del Festival Internacional de Cine Documental de Buenos Aires (Fidba), con proyecciones gratuitas a partir del próximo fin de semana*.

Como todo gran cineasta, Wiseman tiene un tema en común que prevalece en su filmografía. Y un estilo, que determina su personalidad estética. Su tema son las instituciones públicas, ya sean un hospital, una escuela secundaria, una corte judicial de menores, un museo, una comisaria, una legislatura estatal o una biblioteca. Hombre sabio y curioso, Wiseman se introduce en esos ámbitos y quiere saberlo todo sin violentar nada. Su método es puramente observacional: prescinde por completo de la voz en off, de entrevistas, de comentarios, de música o de un narrador. Hay que saber mucho de cine para no necesitar del apoyo de ninguna de estas muletas.

Por más que su obra ha sido difundida en su país básicamente a través del Public Broadcasting Service (PBS), nada en su cine tiene que ver con el fugaz reportaje televisivo. Sus films se construyen con tiempo y paciencia. Y todo lo que el espectador pueda llegar saber de esas instituciones –que es mucho y que en sus escapadas a Europa han incluido el Ballet de la Opera de París en La danse (2009), el único de sus films con estreno oficial en Argentina, o la Galería Nacional de Londres en National Gallery (2014)— lo sabrá a través de su mirada y su escucha, siempre atenta a los menores detalles.

Que su método sea observacional no implica que a Wiseman le falte un punto de vista. Más bien todo lo contrario. “No soy una mosca en la pared”, le lanzó hace un par de años a una periodista de The Guardian que osó mencionar ese término tan trajinado y que el cineasta considera, con toda razón, insultante. “Creo tener un poco más de conciencia que una mosca”. Y vaya si la tiene. Nacido y criado en el gueto judío de Boston, Wiseman conoció desde su infancia el racismo y las injusticias que asolan este mundo, pero nunca se puso a gritar al respecto. Para el realizador, después de más de medio siglo de trabajo, el cine sigue siendo una herramienta de conocimiento: sus documentales no son de tesis, no contienen por adelantado ninguna respuesta, sino que intentan comprender el funcionamiento del mundo, sin que medie protagonista o relator alguno. Sus documentales –que él mismo concibe, produce, dirige y edita, además de hacer el sonido-- son esencialmente corales. Y a través de ellos se expresa toda una comunidad.

Es el caso, una vez más, de City Hall, que Wiseman dedica a la municipalidad de Boston, una de las ciudades más antiguas de los Estados Unidos (su fundación data de 1630), donde él nació el 1° de enero de 1930 y a la que sigue indisimulablemente ligado, por más que hace ya tiempo también vive y trabaja buena parte del año en París. Nada de lo que se hace y se dice en esa municipalidad le es ajeno a Wiseman. Desde el alcalde (un demócrata casi peronista: “la justicia social está en el corazón de nuestra visión”, dice) hasta el bombero o el recolector de basura, pasando por los operadores del callcenter, todo le interesa al realizador, que se toma cuatro horas y treinta y cuatro minutos de película para dar cuenta de ese mosaico, que incluye calles, parques, placas y monumentos. La gran virtud de Wiseman es hacer de lo cotidiano algo extraordinario, que valga la pena ser visto y escuchado. Se trata, simplemente, de prestar atención.

Como en tantos otros de sus films, City Hall es acerca de gente que trabaja. Y trabajar para Wiseman significa por supuesto reparar una calle o preparar comida caliente para quienes no la tienen, pero también pensar. Pensar políticas públicas desde el gobierno de la ciudad y pensar también la manera de mejorarlas desde las asambleas barriales o comunitarias. Como ya lo había hecho magistralmente en State Legislature (2007) y en Jackson Heights (2015), el debate democrático se construye y enriquece en ambos extremos de la representación ciudadana, desde la alta política hasta la acción vecinal.

Es allí donde poco a poco Wiseman va revelando --sin proporcionar él mismo ni un solo dato-- cuáles son las desigualdades sociales, las inequidades de género, las brechas de ingreso y las tensiones raciales a las que está sometida una ciudad como Boston, tradicional cuna de inmigrantes, como lo fueron los padres del propio director, provenientes de Europa del este. Ahora los recién llegados son asiáticos y latinos, pero el grueso de la población es afroamericana y el color de la piel sigue siendo determinante. Y como se hace explícito en una reunión dedicada al tema de la vivienda social, “lo que sucede en Washington nos afecta en las calles de Boston”. Y en Washington está Donald Trump.

Si hay un secreto en el cine de Wiseman es el modo en que estructura sus films. En apariencia la edición en sencilla, clásica: va de lo general a lo particular. Pero esa aparente sencillez esconde la complejidad que significa manejar los tiempos para que cada secuencia (y son más de 50 en City Hall) tenga la duración y el ritmo precisos, necesarios para que el film avance y el espectador pueda pensar a su vez con el film y con sus personajes, aún con todas sus contradicciones. A los 90 años, Wiseman sigue siendo optimista y confía en sus conciudadanos, en su participación, en su compromiso, en su capacidad de debate. Y ese envidiable optimismo es el que transmite su flamante película.

*Consultar días y horarios en Fidba.