El tenis es un deporte que se define por detalles. Y esos detalles, a menudo, quedan minimizados apenas en un puñado de puntos. La final femenina del US Open, el primer torneo de Grand Slam tras la pausa por el coronavirus, lo dejó muy en claro: Naomi Osaka se consagró tras derrotar 1-6, 6-3 y 6-3 a una rejuvenecida Victoria Azarenka que tuvo la victoria en sus manos cuando sirvió 6-1, 2-0 y 40-30. Una verdadera batalla entre dos luchadoras dentro y fuera de la cancha.

La japonesa de 22 años consiguió su tercer trofeo Major inmersa en plena pelea frente al racismo, ante la cantidad de hechos violentos que se sucedieron contra los ciudadanos afroamericanos en los Estados Unidos. Y en ese sentido obró durante su estadía en la burbuja de Nueva York. Primero amenazó con bajarse el Masters de Cincinnati, en forma de protesta por el ataque policial al afroestadounidense Jacob Blake; y luego, en el US Open, decidió homenajear a las víctimas en todas las entradas en calor: apareció en cada partido con un tapaboca que reflejaba los distintos nombres.

"Es triste que no sean suficientes para honrar a todos; espero llegar a la final para poder exhibir todos", había deslizado Osaka. Y vaya si cumplió: no sólo festejó el título sino que logró su cometido y pudo distinguir a Breonna Taylor, Elijah McClain, Ahmaud Arbery, Trayvon Martin, George Floyd, Philando Castile y Tamir Rice. "El objetivo es que la gente empiece a hablar de esto", resumió tras la consagración en Nueva York.

Más allá de haber estado contra las cuerdas ante Azarenka, la japonesa sigue invicta en finales de Grand Slam: antes había ganado en el US Open 2018 ante Serena Williams y en el Abierto de Australia 2019 frente a Petra Kvitova. Con este éxito, la ex número uno escalará del 9° puesto del ranking WTA al 3°. "Me daba vergüenza quedar eliminada en una final en menos de una hora de juego", explicó Osaka, entrenada desde este año por el belga Wim Fissette, quien tuvo dos etapas como coach de la propia Azarenka.

La bielorrusa estuvo muy cerca de encaminar el triunfo, aunque para ella las últimas tres semanas en la burbuja de Flushing Meadows configuran una verdadera resurrección. Recién ante Osaka perdió su primer partido tras once victorias consecutivas, que incluyeron el título en Cincinnati -ganó por walkover de la propia Osaka- y el acceso a su primera final de Grand Slam en siete temporadas.

Vika atravesó años muy difíciles después de haber alcanzado el número uno del mundo en 2012. El ego de haber llegado a la cima de alguna manera la perjudicó antes de que debiera enfrentar una batalla judicial por la tenencia de su hijo Leo, nacido en diciembre de 2016. El tenis había pasado a un segundo plano pero hoy volvió a ser feliz en una cancha.

"El covid fue terrible, pero a mí me hizo poner una pausa y revisar un montón de cosas. Supe que si tenía que hacer este último regreso, había que hacer las cosas de manera diferente. No podía seguir pensando en cómo estaba en 2012 y 2013. Ya ni siquiera recuerdo cómo era. Necesitaba progresar, ser feliz en la cancha y seguir adelante", explicó durante la semana la bielorrusa de 31 años, quien levantó en Cincinnati su primer trofeo como madre -el último había sido en Miami 2016-.

Campeona de Australia y finalista del US Open tanto en 2012 como en 2013, también quedó enmarañada en el status de la mejor jugadora de aquel entonces. Y los duros inicios en la ciudad de Minsk tuvieron mucho que ver. "Cuando salís de la nada y te convertís en la mejor del mundo, a veces pensás que sos invencible y que sos mejor que todos, pero no es cierto. El ego empieza a crecer. Es muy doloroso cuando se daña, así que… En lugar de dañar el ego, intenté eliminarlo y aprender de mis errores. Maduré y supe que ser tenista no te hace mejor o peor que nadie", contó en los últimos días.

La marplatense Bettina Fulco, ex número 23 del mundo y actual entrenadora de la juvenil Solana Sierra, fue quien descubrió a Azarenka en sus años de capitana del Equipo ITF, cuyo programa entregaba becas para jugadores juniors de países en vías de desarrollo. En ese contextó detectó a Vika y avisó que había que apoyarla.

“De chiquita se levantaba a las cinco y media de la mañana y caminaba siete cuadras con la nieve por la cintura para entrenarse una hora en el club; después iba al colegio y otra vez hacía el mismo recorrido para entrenarse toda la tarde”, le explicó Fulco a este medio. Y se explayó: “Cuando yo la tuve en el equipo ITF estaba muy complicada de plata, no tenía un mango. Tuvo una época de mucho sacrificio y también viajó mucho sola desde jovencita; ya con 14 años se manejaba muy bien por Europa".

El título del US Open se lo quedó Osaka, aunque en realidad hubo dos ganadoras. Tanto la japonesa como Azarenka, dos ex número uno que buscan volver a su mejor momento, emergen como dos luchadoras del circuito, cada una en su rubro particular. El circuito WTA está agradecido por el regreso de ambas a los primeros planos.

La final masculina, el partido del recambio

Este domingo quedará plasmado el primer paso rumbo al cambio de era en el circuito masculino. Dominic Thiem y Alexander Zverev disputarán la final del Abierto de Estados Unidos en busca de su primer título de Grand Slam.

Con realidades diferentes, será la primera definición de un certamen grande con vistas al cambio generacional que podría emerger en el futuro próximo como empuje para destronar la dinastía de Roger Federer, Rafael Nadal y Novak Djokovic.

Imagen: AFP

El austríaco jugará su cuarta final de Slam: perdió dos consecutivas en Roland Garros ante Nadal, en 2018 y 2019, y viene de caer este año en un partido muy cerrado frente a Djokovic en Australia. El alemán, por su parte, debutará en partidos de este calibre.

Thiem, entrenado por el chileno Nicolás Massú, lidera el historial por 7-2 ante el menor de los hermanos Zverev: ganó los últimos tres enfrentamientos en Roland Garros 2018, el Masters de Londres 2019 y Australia 2020.

[email protected]