Emilce Moler atravesó un proceso de construcción de memoria que le llevó muchos años y hoy se refleja en su libro La larga noche de los lápices (Marea Editorial). En mayo de 2016 empezó a escribirlo en un contexto socioeconómico difícil, al que se le sumaba el bajón anímico. “Fue un período de introspección y de mucha tristeza”, dice hoy Emilce, y agrega: “Escribir fue mi tabla de salvación. Tuve el tiempo que no ponía en la militancia porque eso se redujo bastante y además traté de protegerme. No quería estar todo el día lamentándome pero tampoco sabía bien cómo protegerme porque una siempre piensa en proyectos colectivos y lo colectivo estaba difícil, porque a todxs nos había pegado fuerte el macrismo”.

Fue así que Emilce se encontró con la escritura, “algo individual pero también colectivo porque es para otrxs”. Empezó a entretejer memorias, silencios, olvidos, presencias y voces que siguen reconstruyendo un pasado en el presente. Y aunque muchas veces relató los hechos que vivió en distintos juicios, charlas, presentaciones y entrevistas, tiene plena conciencia de todo lo que todavía falta contar. “Siento que hablé tanto… Demasiado y sin embargo falta demasiado también. Lo que escribí es un espacio entre estos demasiados. Sentí la necesidad de dejar en palabras escritas cosas que nunca había podido decir y que fueron mi andamiaje, mi sostén, mis sombras, mis miedos y mis pequeños actos heroicos”. En La larga noche de los lápices, Emilce deconstruye un camino para mostrar lo que le tocó vivir. Pero llega hasta un punto. Ahí, corta. Y su voz conforma relatos que se sitúan en un registro muy distinto a lo que tantas veces ha declarado en los juicios.

En el libro se encarga de dejar un legado de historias, hace un recorrido exhaustivo, sensible y profundo de su vida. “Es que lo tengo muy presente”, señala. “Me acuerdo de fechas de cumpleaños de compañeras de la primaria, de cosas muy absurdas, por eso no fue un esfuerzo recordar.” Emilce trae recuerdos sensoriales y signos de una época que sellan su infancia y su adolescencia. Dice que cuenta lo no dicho, quién es más allá de la construcción que se hizo de su nombre. “Pero no siempre yo fui Emilce Moler, sobreviviente de la Noche de los Lápices. No siempre fue así”, escribe en el capítulo que tituló “Emilce Moler y yo”. “Me interesaba no construir el mito de la joven rebelde que se come el mundo. Nada que ver, yo no venía de una familia política. Una se construye y es una sumatoria de circunstancias y decisiones buenas, malas, acertadas o no. Una multiplicidad de facetas y no un personaje alejado. Una construcción de mí misma que traté de hacer con humildad. Una es lo que construye todos los días.”

Mostrás también el camino que recorriste después, cuando saliste en libertad.

-En general lxs ex detenidxs no tenemos un lugar en las cuestiones de la transmisión de la memoria en la historia como sí tienen otros colectivos, que por supuesto se lo merecen. Quedamos en un plano muy olvidado. Muy poco se ocuparon de lo que nos pasó después. Como verás, la reconstrucción no es fácil y eso que yo tuve unas condiciones socioeconómicas favorables. Pensá en quienes tuvieron que salir a trabajar, o no pudieron estudiar, por ejemplo. Muchas marginalidades donde no hubo un reconocimiento social, no hay conocimiento de lo que nos pasó, de lo que vivimos después. La vida cotidiana fue muy dura sin un colectivo político que nos contenga, siendo sospechosa, con prontuario. Yo me la pude bancar porque estuve con mis viejos pero también fue una relación conflictiva. Las actitudes de la sociedad civil, los vecinos que no te tocaban el timbre, el entorno que decía “esto ya pasó, olvídate”. Toda esa complejidad permite entender el hoy, no es un pasado, es un ida y vuelta.

Sos parte de una historia militante que fue creciendo y abrazando cada vez más derechos. ¿Cuándo y cómo llega el feminismo a meterse en esas luchas?

-Siempre reivindico a las pioneras, pero creo que en los últimos años el feminismo fue una de las transformaciones más importantes que nos pasó como sociedad a nivel político. La irrupción de lxs jóvenxs marcó una nueva agenda. Tomaron esas causas, como el derecho al aborto legal, de acuerdo al contexto político y social. Hay un nuevo mensaje, con valores democráticos, que no va en contra de nadie y con ampliación de derechos. Y lo tomaron pibas muy pibitas, es de una fuerza impresionante, y eso a mí me interpela enormemente.

Los últimos 24 de marzo los pañuelos por la legalización del aborto inundaron las calles junto a las fotos de lxs desaparecidxs.

-Se entrecruzan las luchas pasadas y presentes. El feminismo sin igualdad económica y social tampoco tendría sentido. El hecho de que las mujeres tomemos la palabra seguramente ha incidido en mí para asumir esta cuestión pública y contar mi historia.

En el libro decís: “Romper: una vidriera, mi vida legal”. ¿Qué marcó esa escena?

-No la pude romper. Era una ruptura a mi vida legal de buena hija, de buena alumna. Ahí no pude. Soy terriblemente legalista. No soy transgresora. No tiraba piedras en las marchas, cruzar ese umbral me costaba. Me pasó lo mismo con la lucha armada. Lo entendía desde lo teórico pero era muy difícil para mí. Era contradictorio.

Emilce conserva el cuaderno Laprida del año 1977 que tenía en Devoto, y aprovecha la conversación con Las12 también para hablar de eso: “Devoto es otro lugar del que no se habla tanto, es una estructura en nuestra sociedad que no cambió demasiado. Se dan las mismas arbitrariedades. Cuando se cierra el candado no entra nada más. La celadora es dueña de tu vida”.

Cada relato del libro La Larga noche de los lápices, es una pregunta que alguna vez le hicieron. Preguntas que seguirán apareciendo en las nuevas generaciones para seguir escribiendo lo que todavía falta.