“Atención. Esta emisión contiene escenas de sexo, racismo, violencia gráfica y verbal, puede resultar sensible para el público LGTBQ, y no se recomienda para los menores”. La placa sacude en un tramo de Watchmen, una de las grandes ganadoras del Emmy 2020y no apunta directamente a la serie que puede verse en la plataforma HBO GO. El encriptado mensaje se refiere a American Hero Story, un especial televisivo sobre los paladines que actúa como un “programa dentro del programa”. Ese insert, dedicado a Justicia Encapuchada, es uno de los vínculos más directos de esta ficción con su original. Que quede claro. La versión de Damon Lindelof no pretende ser una secuela o una adaptación muy libre de la novela gráfica. La ucronía a cuadritos opera aquí como una coda, una cadencia expandida en la que se alteran roles, historieta e historia. Y esa actitud, paradójicamente, es muy propia de lo concebido por Alan Moore y Dave Gibbons y que DC publicara en 1985.

En este nuevo mundo paralelo ya no gobierna Richard Nixon. Quien manda en la Casa Blanca es el muy progre Robert Redford. Tampoco se respira el aire del final de la guerra fría ni el miedo a un cataclismo nuclear. Lo que sacude a Watchmen en 2019 es el fanatismo inoculado en los Estados Unidos. El epicentro es Tulsa, una ciudad sureña que tuvo su historia de violencia real contra la población negra y que la entrega usa como trampolín. A esos disturbios acontecidos en 1921, le añade una capa de ficción más cerca en el tiempo. Durante la llamada Noche Blanca, un grupo supremacista llamado La Séptima Kaballería atacó coordinadamente a la policía, y tras hibernar vuelve a la acción. Por su parte, los agentes deben cubrir su rostro con una banda del color más iconográfico de la saga: el amarillo. “Somos nadie, somos todos, somos invisibles”, amenazan los tipos con el linaje del Ku Klux Klan en un video tras haberse cargado a un oficial. Ese homicidio será el puntapié para que se desate una nueva espiral de terror y comience el show.

Una de las sobrevivientes de esos ataques fue Angela Abar (Regina King), una mujer que dejó la institución policial pero sigue operando como vigilante enmascarada bajo el mote de Sister Night. Otro personaje que se incorpora a la banda es Looking Glass (Tim Blake Nelson), un nativo de Oklahoma con temerarios dotes en los interrogatorios. El Jefe de la fuerza es encarnado por Don Johnson ¿Y qué hay de los vigilantes del comic? Sus personajes, objetos e iconografías aparecen con un poder de fuego sugerido. Por ahí se menciona que Doctor Manhattan sigue en Marte, Ozymandias (Jeremy Irons) y Espectro de Seda (Jean Smart) lucen avejentados aunque dispuestos a abandonar su retiro. Que los miembros del grupo segregacionista lleven como distintivo con la máscara Rorschart (el más enigmático de los Watchmen originales) es una de esas perversiones simbólicas con las que se golpea a la audiencia.

Es sabido que Lindelof, como ya lo hiciera en la elíptica The Leftlovers y Lost, adora las epopeyas. Plantea metamensajes en cada escena, juega con sobrentendidos, dosifica la información con audacia, apuesta más al enigma que al desarrollo narrativo clásico. La música incidental, a cargo de Trent Reznor, le suma extrañamiento a este contexto denso y exótico. La entrega rebosa de herramientas y postales postmodernas. Hasta se da el gusto de utilizar, una vez más, “La cabalgata de las Valquirias” de Wagner como lo hiciera D.W. Griffith en El nacimiento de una nación. Si allí los salvadores eran los miembros del El Ku Klux Klan, aquí la pieza musical es utilizada para ensalzar a otra clase de figuras. Unos y otros, sin embargo, necesitan cubrir su cara. 

En definitiva, la propuesta de Watchmen es la de atraer como un espejo invertido con sus comentarios sociales urgentes -e incómodos- sobre el control de armas, el revisionismo y la cultura dixie. ¿Qué resguardo hay frente a vigilantes muy similares en su accionar al de un grupo parapolicial? ¿Por qué las fuerzas del orden ya no tienen el monopolio de la violencia? ¿Quiénes son los buenos y los malos cuando el orden es alterado? La pregunta de otro de los encapotados queda flotando. “¿Quién soy? La máscara es mi segunda piel. Y si tuviera la respuesta a esa pregunta no estaría usando una puta máscara”, lanza.