Quien nunca haya pasado por el trance de llegar a destino luego de un largo vuelo para descubrir, con el cansancio a flor de piel, que una parte del equipaje ha quedado varada quién sabe dónde, desconoce una de las situaciones más incómodas y estresantes que pueda atravesar el viajero. We Are Who We Are, la nueva serie coproducida por HBO y Sky y dirigida por el italiano Luca Guadagnino, comienza de esa manera. Sarah, su esposa Maggie y el hijo adolescente de ambas aterrizan en Italia luego de cruzar el océano y la valija del muchacho no aparece. El nerviosismo y el fastidio pueden apreciarse en el trío, pero los gestos agitados de las manos de Fraser –con sus uñas pintadas alternativamente de negro y amarillo–, retorciendo y tironeando el cordón de una persianita americana, parecen señalar una condición de base, un incordio propio de la edad que las siguientes escenas demostrarán con creces. Sarah (Chloë Sevigny, con pelo cortísimo y lógica dureza marcial) es una coronel del ejército estadounidense y su mudanza al país europeo tiene como único objetivo tomar el comando de una guarnición militar en Chioggia, una ciudad balnearia de la provincia de Venecia. Maggie (Alice Braga) no es solamente “la esposa de…”: como enfermera, está afectada a la sala de emergencias de la base. El joven Fraser, protagonista absoluto del primer episodio, interpretado por Jack Dylan Grazer (It, Beautiful Boy: Siempre serás mi hijo), debe continuar los estudios secundarios en una nueva escuela, allí, dentro del complejo de edificios para los familiares civiles. Una ciudad en miniatura que incluye restaurantes, un cine, supermercados y varias tiendas comerciales. Precedida por el sello de la Quincena de los Realizadores de Cannes, imagen que revela cuál hubiera sido su lanzamiento mundial de no mediar la crisis del covid-19, We Are Who We Are acaba de estrenarse en su totalidad en el Festival de San Sebastián, donde Luca Guadagnino cumple tareas como presidente del jurado oficial. El realizador nacido en Palermo afirmó allí que entiende el proyecto no como una típica serie sino como un largometraje extenso, dividido necesariamente en capítulos para su comercialización televisiva. Mientras el certamen del País Vasco llega a su cierre, en la Argentina el tercer episodio de un total de ocho será emitido esta noche por la señal HBO.

Fraser, de catorce años recién cumplidos, recorre las instalaciones como si fuera un animal inquieto ante la mudanza a un nuevo hábitat. Su pelo, teñido de rubio furioso, y la vestimenta excesivamente casual llama la atención de todo el mundo, aunque no menos que su condición de “hijo de dos madres” (el contexto histórico es el año 2016, en plena campaña presidencial del futuro presidente Donald Trump, lo cual parece señalar esa cualidad inclusiva, en un espacio tradicionalmente masculino, como un oasis a punto de agotarse). El joven observa (espía) a un pequeño grupo multiétnico de adolescentes, todos ellos hijos de militares, en particular a una chica rubia de carácter afable y expansivo (Francesca Scorsese, hija del famoso realizador del mismo apellido) y a la afroamericana Caitlin (la debutante Jordan Kristine Seamón), que a pesar de tener un noviecito parece sentir una atracción creciente por el mismo sexo. Un hormigueo similar sacude las hormonas de Fraser, quien durante esa primera cartografía impulsiva del lugar se encuentra de pronto en el interior de un vestuario, rodeado de hombres desnudos (entre ellos el soldado encarnado por Tom Mercier, el protagonista de la reciente Sinónimos: Un israelí en París), sin saber qué hacer ni cómo reaccionar, congelado como un venado en medio de la ruta, frente a los faroles de un vehículo cercano. A pesar de su cualidad coral –hay muchos personajes de mayor o menor relevancia, como ese chico que estudia árabe y, tal vez, esté radicalizando sus ideas religiosas–, los protagonistas centrales de We Are Who We Are son, diáfanamente, Fraser y Caitlin. Y el tono dominante no es otro que el del coming-of-age, el relato de crecimiento. Nada nuevo para el director de Llámame por tu nombre, el largometraje que terminó de posicionar a Luca Guadagnino como uno de los jugadores centrales del cine italiano, aunque sus películas están casi siempre marcadas por el cosmopolitismo y la variedad de idiomas, como lo confirma su anterior Suspiria, particularísima “remake” del clásico de terror de Dario Argento.

En la carta de presentación para la prensa de su nueva obra, Guadagnino escribe que, en general, no se siente atraído por “lo que los angloparlantes llaman topics; es decir, temas sensibles convertidos en narraciones. Pero me intrigaba la idea de escenificar una comunidad estadounidense”. En ese breve texto también afirma que el disparador del proyecto fue la infancia de la actriz Amy Adams: “Ella me había contado años atrás que era hija de un soldado del ejército estadounidense y que había nacido y pasado su infancia en el complejo militar de Ederle, en Vicenza. Ese recuerdo se convirtió de alguna manera en una fuente de inspiración que me llevó a pensar lo siguiente: ¿qué pasaría si en lugar de representar los suburbios americanos, que se han convertido en un estereotipo del cine independiente, conjugáramos una comunidad muy específica, como un grupo de soldados estacionados en el extranjero con sus familias? Un microcosmos de militares que recrean su propia América más allá de las fronteras de su país de origen”. No es sencillo describir el estilo de Guadagnino, pero en todas sus películas late una sensibilidad que, en mayor o menor medida, se aleja de los mandatos de la narración estandarizada contemporánea. Algo todavía más evidente en el caso de We Are Who We Are (“Somos quienes somos”), dada su condición de producto televisivo. Desde luego, hay aquí hechos y palabras claras, causas y consecuencias, acciones y reacciones, pero en más de una ocasión el realizador se detiene en instancias descriptivas, como en la magnífica secuencia en la playa del primer capítulo, cuando el novato es auscultado por sus nuevos compañeros de escuela. Hay bastante de crueldad adolescente y una incomodidad que empuja a Fraser a meterse aún más en su mundo interior (léase: sus auriculares, su música) a pesar de estar rodeado de otra gente de su misma edad y condición, bajo el sol y frente al mar. Con el caer de la tarde y la noche llegará el primer ejemplo de una problemática y potencialmente peligrosa relación con el alcohol, aunque en el fondo sólo se trate de llamar la atención. De no pasar desapercibido. De no ser invisible.

Fraser es insoportablemente adolescente: ultrasensible, nervioso, atento a la mirada de los demás aunque seguro de sus gustos y aficiones, amable a pesar de su aspecto arisco. La relación con Sarah (¿su madre biológica?) revela otro aspecto complejo y una breve y temprana escena ratifica que Guadagnino es capaz de poner en tensión los choques madre-hijo de manera mucho más sensata y escueta que, por ejemplo, un realizador como el canadiense Xavier Dolan: bastan una cachetada, un abrazo y un par de líneas de diálogo para que ese costado melodramático (y tal vez edípico) quede asentado sin cargar las tintas. Caitlin, cuyo punto de vista reemplaza al de Fraser en el segundo episodio, volviendo los pasos sobre situaciones ya descriptas previamente, no logra acercarse a su madre de origen senegalés y prefiere la compañía de su padre (encarnado por el cantante de hip hop Kid Cudi), otro militar de rango que apoya la idea de “hacer América grande otra vez”, y cuyo afecto y comprensión de los jóvenes lo acercan a la categoría de “amigo”. ¿O tal vez no sea tan así? Las escapadas diurnas y nocturnas en busca de aventuras, el descubrimiento de la sexualidad y la incomodidad de estar encerrada dentro de un clóset invisible marcan las jornadas de Caitlin, al tiempo que, luego de una fuerte desconfianza inicial, comienza a acercarse a ese extraño de pelo rubio, el nuevo habitante del complejo. Luego de definir nuevamente We Are Who We Are como “una película en ocho actos” y de destacar la influencia del cine del realizador francés Maurice Pialat, Luca Guadagnino afirma que hubo una exhaustiva investigación sobre las bases militares, “un trabajo infinitamente meticuloso sobre los detalles. Gracias a ello, nuestra galería de personajes tomó forma vívidamente: los niños, sus familias, el microcosmos militar. Intentamos darles dignidad a todos sin crear una jerarquía ni un orden de importancia para los personajes. Me gusta pensar en We Are Who We Are como una especie de comedia humana que describe la manera en la cual, en nuestros días, un grupo de expatriados en un complejo militar vive a través de sus idiosincrasias, deseos y neurosis”. En cuanto al trabajo con los actores jóvenes, durante la conferencia de prensa en el Festival de San Sebastián, el italiano ensayó la siguiente definición de su “método”: “La intención es crear una suerte de niño que sale de la síntesis entre el personaje y el actor, para que el personaje esté vivo en pantalla. Intento asegurarme de que, una vez que pongo en pantalla algo, la idea de representación colapse y el espectador pueda ser testigo de algo que puede suceder en la realidad”.

 ¿Una mujer lesbiana dirigiendo una base militar en el extranjero? Cerca del final de las siete horas y media de duración total, algunos hechos de la Historia con mayúscula entran de lleno en el relato de ficción. Durante la conferencia de prensa donostiarra, Guadagnino hizo hincapié en la elección temporal para el trasfondo del relato. “Si se está contando una historia contemporánea, para evitar la abstracción es necesario dar un poco de perspectiva. Si uno quiere decir algo sobre el ahora, es mejor ir un poquito más atrás en el tiempo para contextualizar los eventos, incluso las cosas simples, como qué poster está colgado en la marquesina de un cine. El hecho de que la serie transcurra durante la campaña presidencial de 2016 está relacionado con el cambio que sufre la historia. Comienza de una manera, pero luego cambia hacia otra dirección. Creo que ahora puedo ver que se trata de una suerte de ‘paraíso perdido’ sobre el final de la era de Obama”. Esos Estados Unidos a pequeña escala enclavados en Italia, con su muestrario de adultos y menores, son la excusa para que el realizador y sus coguionistas Paolo Giordano y Francesca Manieri desplieguen un tapiz de relaciones humanas conflictivas, un cuento de chicos en el exilio surfeando los cambios que operan sobre sus cuerpos y mentes a velocidades ultrasónicas, como esos aviones caza que atraviesan el espacio aéreo de la base y alrededores. No es casual que cada uno de los ocho capítulos de We Are Who We Are lleven el subtítulo “Aquí y ahora”, reforzando la singularidad de cada momento, la imposibilidad de que esa energía se repita en el futuro de la misma forma, con la misma intensidad. “Creo que la fluidez géneros es parte de nuestra forma de ser, no es algo específico de los jóvenes de ahora”, afirmó Guadagnino. “Es cierto que el adolescente es alguien fluido en esencia; sus cuerpos están cambiando de niño a adulto, son fluidos necesariamente para poder adaptarse a los cambios”. Pero más allá de esas declaraciones, definir la serie de Guadagnino como un relato sobre la identidad sexual es encorsetar sus ambiciones, que van mucho más allá de cualquier agenda y punteo temático. En el fondo, como ocurría en Llámame por tu nombre (y también seguramente en su inminente secuela), sólo se trata de reflejar con sensatez y sentimientos una etapa irrepetible de la vida.