Tasas internacionales en niveles cercanos a cero. Precios de las materias primas en aumento con la soja llegando a 400 dólares. La arquitectura financiera internacional alineada para evitar el colapso de las deudas soberanas, principalmente en países de menores recursos.

Esta combinación puede hacer pensar que las economías Latinoamericanas tienen el mundo a su favor para comenzar a recuperarse tras las caídas notables de sus mercados internos en los últimos meses.

Pero el panorama, cuando se lo observa en detalle, no parece tan alentador ni despierta optimismo. El coronavirus provocó un desorden sin precedentes en esas economías, pues continúa habiendo un elevado nivel de incertidumbre sobre las posibles salidas a la crisis sanitaria.

Los altibajos con los que cotizan los activos argentinos, si bien alcanzan niveles de volatilidad extremos, no son una excepción. La Bolsa de Brasil muestra la falta de certezas respecto de cómo será la región tras la pandemia.

El índice Bovespa (principal indicador de las acciones brasileñas) comenzó 2020 cotizando en un nivel cercano a los 120 puntos. Un pico de los últimos años. A comienzo de marzo había bajado a la zona de los 60 puntos, una caída cercana al 50 por ciento.

En abril y mayo hubo un rebote de precios extraordinario y en agosto el Bovespa cotizaba otra vez por encima de los 100 puntos: una suba de 66 por ciento en cinco meses. Septiembre llegó con nuevas caídas cercanas al 10 por ciento y vuelve a potenciar las dudas.

Las estimaciones sobre la economía brasileña muestran datos alarmantes. Los últimos datos de Latin Focus indican que este año la producción interna tendrá una caída del 7 por ciento y que la actividad manufacturera caerá a un ritmo del 10 por ciento.

La inversión, uno de los componentes claves de la demanda agregada, registrará un retroceso del 11 por ciento y las exportaciones bajarán al 9 por ciento. Las importaciones tendrán una baja todavía mayor del 12 por ciento. Este último indicador golpea a la economía argentina.

Las consecuencias de esta crisis tienen un impacto fuerte en el mercado de trabajo brasileño: el desempleo subirá este año hasta el 14 por ciento. El dato no es menor para el país que representa el 34 por ciento de la población latinoamericana y el 35 por ciento del PIB regional.

El desorden económico se observa también en el frente financiero. La deuda pública representaba en 2019 el 75 por ciento del Producto; en 2020 se elevará casi 20 puntos hasta un 94 por ciento. En este mismo período la deuda externa aumenta en unos 15 mil millones de dólares y el nivel de las reservas internacionales baja en 20 mil millones.

Otro indicador que enciende las alarmas de inversores y consultores: el déficit fiscal. El presupuesto de Brasil registrará este año un rojo de 16 por ciento del PIB. Para ponerlo en términos relativos, en la economía argentina se espera en 2020 un déficit fiscal de 7 a 8 puntos, la mitad que el brasileño.

Se trata de un dato que no pasa desapercibido para las principales instituciones del establishment financiero global. Al punto que el Instituto Internacional de Finanzas –de grandes bancos y fondos del mundo y alta influencia entre los inversores- le dedicó un informe especial a la situación fiscal de Brasil.

Apunta que “Brasil muestra los déficit fiscales más elevados entre los países emergentes. Respondió a la crisis del coronavirus con una importante expansión fiscal que es mayor que en otros mercados emergentes y comparable a los paquetes de algunos países desarrollados”.

La suba en términos reales de los gastos supera el 40 por ciento. Una cifra que es cuatro veces mayor a la del promedio de los emergentes y similar a la de Italia o Inglaterra.

La preocupación del Instituto Internacional de Finanzas es la misma de siempre: ¿cómo va conseguir Brasil ajustar ese desequilibrio? No lo dice explícitamente pero advierte al inversor que es improbable que lo consiga en el mediano plazo.

Señala que “la expansión fiscal es positiva para la recuperación a corto plazo. Pero plantea desafíos: hacer retroceder los gastos de emergencia para cumplir con la regla fiscal en 2021. Es una tarea difícil en una economía débil y con presión para expandir el gasto social de forma permanente”.