Rosario continúa atacada por la delincuencia y los ciudadanos no tenemos armas para defendernos. Solo sufrimos, lloramos, y enronquecemos al grito de Justicia. 

Grito que no siempre llega a quienes deberían escucharlo. Y las pocas veces que llega, llega tarde porque los muertos, muertos están. Hemos alcanzado el punto tal que cuando nos roban pero no nos matan, decimos que tuvimos suerte. Somos esclavos. 

Salimos a la calle vestidos como para que no importe si nos roban, enrejamos aberturas, cerramos con candados, colocamos alarmas. Protestamos en los barrios. Reclamamos aplaudiendo, exhibiendo carteles de Justicia empapados por las lágrimas. Vivimos como si fuéramos esclavos por causa de la ineptitud de los gobiernos para cuidarnos, para defendernos. 

Hemos perdido la libertad. Y sin libertad, el ser humano se asfixia, no respira. Ahogados por una pandemia, por el humo incomprensible y mucha, mucha pobreza, sorteamos nuestro difícil sendero como podemos, pero para terminar con los asesinatos parece que vamos a necesitar un Bolívar moderno que comprenda que cuando el ser humano no es libre, su vida no tiene sentido. 

Y Rosario, esclavo de la delincuencia, aún no encuentra los héroes capaces de ponerle fin.

Edith Michelotti