¡Que vivas 100 años!                  5 puntos

Argentina/Italia, 2020.

Dirección y guion: Víctor Cruz.

Duración: 81 minutos.

Estreno disponible en la plataforma Cont.Ar. Única exhibición en la Televisión Pública, domingo 3 a las 22 horas.

El mismísimo Matusalén se asombraría de la vitalidad de los protagonistas de ¡Que vivas 100 años!, el nuevo documental del argentino Víctor Cruz. El director de Boxing Club y El perseguidor visitó tres lugares del planeta para acompañar y registrar a un grupo de hombres y mujeres que rozan o directamente han sobrepasado el centenario de su nacimiento. Si el concepto “tercera edad” les queda definitivamente chico, la negativa de los sujetos a dejarse vencer por las dolencias y tristezas transforma a la película en un ejemplo de relato amable y edificante, con todo lo bueno y lo no tan bueno que esto último trae aparejado. En el primero de los tres segmentos, rodado en Costa Rica, una anciana de nombre Panchita acaba de soplar 109 velitas y recibe en su casa a dos de sus hijos, ambos nonagenarios. Cruz encuadra con ternura las manos de la señora mientras chupa el jugo de una naranja o sus ojos casi ciegos mientras conversa con los visitantes.

Allí cerca, en la localidad de Nicoya, un hombre de 98 abriles insiste en montar a caballo a pesar de los riesgos de una caída, mientras otra vecina recuerda su pasado de bailarina. El segundo “cuento documental”, según los define el propio Cruz, fue rodado en un pueblito de Cerdeña, Villagrande Strisaili, y enfoca su interés en un hombre que está llegando a los 93 años. Mientras los más chicos juguetean con los globos y un grupo de jóvenes practica el milenario arte de la morra –un juego de manos que es todo un clásico de la zona– Adolfo plantea que esta vez el regalo de cumpleaños lo elegirá él mismo: un vuelo en aeroplano sobre los campos cercanos que fue aplazado durante demasiado tiempo. El film desancla allí el registro documental y aporta una ficción con forma de sueño cumplido que acerca peligrosamente a ¡Qué vivas 100 años! al terreno de la sensiblería.

Un plano del magnífico monte Fuji abre el tercero y último de los relatos, protagonizado por una anciana de la isla de Kohama, en Okinawa, que dejó de participar en un grupo de baile kachashi luego de la muerte de uno de sus hijos. Tres años y tres meses después, con el duelo a punto de cumplir su ciclo, la mujer vuelve a reencontrarse con sus compañeras para poner a punto una nueva coreografía. La emoción vuelve con fuerza sobre el final, cuando un rítmico videoclip muestra el recorrido de las “chicas” en varios concursos y presentaciones en territorio nipón. 

Lo mejor de ¡Qué vivas 100 años! son los pequeños apuntes captados por la cámara y el micrófono –gracias al azar o a la paciente espera–, como esa instancia en el cual alguien recuerda, sin pelos en la lengua, que durante la juventud “bailé de todo, corridos, boleros. Y bien puta”. O la breve escena que muestra al viejo jinete acariciando el lomo de su compañero equino durante las últimas tres décadas. Momentos en los cuales Cruz evita cualquier efectismo emocional y se concentra en la simple humanidad de aquello que está observando.