El joven que nunca imaginó que se subiría a un escenario leyó un cartel que le cambió la vida: “Hágase actor, centro experimental cinematográfico”. El mismo día que cumplió 22 años, el 23 de julio de 1965, se regaló la inscripción a la escuela. A los pocos meses ya tenía un “papelito” en una obra sobre Lee Harvey Oswald. “Nadie me saca más de acá. Era la primera vez que algo me importaba”, recordaba Hugo Arana el comienzo de ese largo camino en el teatro, el cine, la publicidad y la televisión; una trayectoria versátil en la que honró el oficio a través de cada personaje que interpretó, desde su debut cinematográfico en El santo de la espada (donde aparece tomando mate con San Martín, encarnado por Alfredo Alcón), pasando por la publicidad del vino Crespi (“la propaganda de los escarpines”) y el homosexual Huguito Araña, hasta sus últimos papeles en la serie Casi feliz y en un episodio reciente de Historias virales. Arana, que murió a los 77 años por coronavirus, fue un actor tan extraordinario que siempre mantuvo encendida la llama del niño que juega.

La picaresca costumbrista le sentaba bien, pero sería un error reducir la prolífica carrera de Arana a dos de los personajes que lo hicieron probablemente más popular como actor: “El groncho” y “Huguito Araña” de Matrimonios y algo más, dos estereotipos de trazo demasiado grueso que hoy serían cuestionados por la misoginia del groncho y por la incomprensión zumbona de la diversidad sexual. La sociedad de entonces, tan diferente a la de estos tiempos, festejaba un humor construido desde la burla hacia los diferentes, un humor misógino y machirulo. Trabajó en más de cuarenta películas, entre las que se destacan La tregua, La vuelta de Martín Fierro, La historia oficial, Made in Lanús, Las puertitas del Sr. López, El lado oscuro del corazón, El verso, Noche de ronda, El inquietante caso de José Blum, El viaje hacia el mar, con la ganó el premio al mejor actor en el Festival de Cine Iberoamericano de Huelva (2003); Cautiva, Peligrosa obsesión, Muerte en Buenos Aires, Delicia y Re loca, entre otras.

Los premios nunca lograron que la vanidad se subiera a la cabeza de Arana. Pocos actores tenían tan domesticado el ego como él. Quizá porque nunca se olvidó su origen: nació en Juan José Paso, un pequeño pueblo de la provincia de Buenos Aires; creció en Monte Grande, donde sus padres eran los caseros de un chalet; después vivió en Lomas de Zamora y Lanús. De las seis veces que estuvo nominado al Martín Fierro, lo ganó en dos oportunidades, como actor protagonista en comedia, por Buenos vecinos (2001), y como actor de reparto en Para vestir santos (2011). En televisión trabajó en La banda del Golden Rocket, Resistiré, Los exitosos Pells, La leona y Tu parte del trato, entre otras series. No había ningún “secreto” como actor. Arana sabía (y lo decía) que la actuación es una profesión. Como un albañil. Él era un laburante con mayúsculas, un actor que estaba convencido de que el 95 por ciento es transpiración y sólo un 5 por ciento corresponde a la inspiración.

Como actor se formó con Marcelo Lavalle (1916-1979) y con Augusto Fernandes(1937-2018) y fue miembro del grupo teatral Errare Humanum Est, junto a Miguel Ángel Solá, Juan Leyrado, Darío Grandinetti y Jorge Marrale. Hizo teatro comercial, oficial y teatro independiente, dirigido por Manuel González Gil, Javier Daulte, Daniel Marcove, Andrés Bazzalo y Julián Howard, entre otros. Su itinerario teatral como actor incluye piezas emblemáticas como Made in Lanús, Más que amigos, Filomena Marturano, Milonga, Baraka, El saludador, Mineros, La nona, 1938. Un asunto criminal, Cyrano de Bergerac, Los mosqueteros, El puente, Aquí vengo Filadelfia, Todas las Rayuelas, Los tutores, Lucharás con el diablo y La ratonera, entre otras. Arana dirigió El cartero, la obra del chileno Antonio Skármeta en la que Grandinetti interpretó al poeta Pablo Neruda; y Locos de contentos. La última obra que protagonizó fue Rotos de Amor, junto a Osvaldo Laport, Víctor Laplace y Pepe Soriano. En tiempos de pandemia participó de una de las Historias virales, “No te olvides”, una obra realizada por streaming junto a Moro Anghileri.

El fútbol era otra de sus pasiones con River a la cabeza. A los cuatro años vio al equipo de sus amores en una tapa de El Gráfico que lo convirtió para siempre a la fe riverplatense. “No recuerdo las caras de los jugadores pero sí que me encantó ese color rojo y blanco. Esa foto me transmitió alegría; era la primera vez que veía algo así de un equipo del que tanto se hablaba en casa. Fue el sello: hincha de River. Y ya en el año 50, a mis 7 años, me llevaron a conocer la vieja Herradura y quedé fascinado”. Por una cuestión barrial, siempre mostró que Lanús también formaba parte de su corazón. “Tengo de estandarte, de bandera, a Pablito Aimar. No digo que fue el mejor que vi. Digo que además de ser un jugador brillante, elegante, tiene una madera sabia como pocas veces vi: Pablito Aimar supo en su alma y en su cabeza que su adversario es un compañero y no su enemigo. Jamás un codazo ni un planchazo. Él sabe que puede jugar al fútbol porque hay un tipo que lo está marcando. Un adversario. Si no, no podría. Su adversario es su socio, su aliado, su compañero de juego. Lo supo siempre. Entonces tiene un grado de sabiduría de verdad profundo”, explicó el actor a El Gráfico.

“Varias veces, me ha ocurrido con actores muy jóvenes, de verlos nerviosos antes de un estreno –recordó en una entrevista con Brújula Barrial-. Es una conversación que he tenido muchas veces: ‘¿Qué te pasa?’ les digo, y me responden que les da miedo, que se pueden equivocar la letra. Y mi pregunta la hice una vez y la conservé para siempre: ‘¿Por qué le querés hacer creer a la gente que sos perfecto? ¿Por qué no te podés equivocar?’. Los que nos miran en la platea no son perfectos. Tenemos que salir a jugar: suena la música y vamos a bailar. Nunca estuve estresado. Hay una adrenalina, lógico, pero no miedo. Al contrario, hay una enorme alegría de poder concretar el hecho. Porque sin un espectador, ¿qué somos? Muñequitos tirando manotazos al aire. Nuestro espectador es nuestro compañero, ¿Cómo no voy a estar feliz de tener un compañero?”. Tus espectadores, tus compañeros en este largo camino, tienen el corazón roto.