(ADVERTENCIA: en esta nota hay abundantes spoilers. Si aún no vio el final de TWD, absténgase de leerla.)

El Gran Totem de las Cifras de Rating ha dado su veredicto, y nadie debería asombrarse: El primer día del resto de tu vida, el episodio final de la séptima temporada de The Walking Dead, marcó uno de esos records que ningún productor televisivo quiere conseguir, al obtener la audiencia más baja de sus últimos cinco años. El capítulo emitido el domingo en Estados Unidos (en la Argentina pudo verse ese día en la señal premium de Fox, y el lunes en el paquete común) cosechó 11,3 millones de espectadores, muy lejos de los 15,8 que obtuvo el final de la quinta temporada en 2015 y los 14,2 de 2016, aquel episodio que terminaba con Negan blandiendo el bate sobre la cabeza de un personaje no identificado. Es cierto que el cierre de la serie de AMC tuvo serios competidores en WrestleMania (la lucha libre en Estados Unidos es religión), la entrega de premios de la Academia de música country, el final de Big Little Lies y el anteúltimo episodio de Homeland, pero ocurre que la saga de muertos vivos basada en el comic de Robert Kirkman hizo bastante por tener su propio apocalipsis, pagando caro varios errores que terminaron dándole forma a la que quizá fue su peor temporada (la sexta tampoco fue un dechado de virtudes).

Por supuesto, la serie sigue siendo un fenómeno apreciable de esta nueva Era Dorada del formato: es una de las más populares de la TV paga, con un nivel de audiencia admirable para un contenido pródigo en violencia explícita e imágenes gore, que ha cometido varias veces el pecado de liquidar a personajes queridos por el público. La larga vida del comic, que se viene publicando desde 2003, es una posible garantía para su par televisivo, y de hecho sus productores afirmaron más de una vez que la serie tiene un futuro garantizado más allá de los vaivenes del rating. 

Pero en el competitivo mercado televisivo nada tiene una real garantía: Kirkman, Gale Ann Hurd, Scott M. Gimple, David Alpert, Greg Nicotero (leyenda de los efectos visuales que dirigió el finale del domingo), nombres clave de la producción de The Walking Dead, deberán tomar paciente nota de los deslices cometidos durante la séptima temporada, que llegó a colmar la paciencia hasta del fan acérrimo. De hecho, hubo un notorio cambio de ritmo entre la primera tanda de episodios –emitida entre octubre y diciembre– y la segunda: más que indignación por las muertes de Abraham y Glenn, en el midseason afloraron furiosas críticas por el tempo cansino, los diálogos innecesariamente estirados y los tiempos muertos (vaya paradoja) de la trama. Quizá por eso, los últimos ocho capítulos entregaron más acción, momentos gloriosos como el de Rick y Michonne arrasando walkers con un cable tendido entre dos autos a la carrera o su aventura en el parque de diversiones, y batallas épicas como la del cierre, iniciada nada menos que por el tigre del Rey Ezekiel almorzándose a uno de los Saviors justo cuando Negan se aprestaba a liquidar a Carl. El sacrificio de Sasha, la satisfacción de ver por primera vez a Negan aterrorizado –”¡Un fucking tigre!”–, la visión de Carol y Morgan nuevamente aguerridos, el sentido monólogo final de Maggie, le pusieron algo de pimienta a una temporada algo desvaída, de la que vale la pena desgajar algunas particularidades.

  • Rick, el líder discutible. Desde que tuvo aquella brillante idea de conducir a una horda de walkers por la carretera (¿En serio, sheriff?), el protagonista de la serie ha demostrado más de una vez ciertas torpezas que justificaron las críticas de Harlan, el malogrado Spencer –y más lejos en el tiempo, de Shane– y las invectivas de Negan (“You suck, Rick!”). Estropicios como la masacre del puesto de los Saviors en la temporada 6 o su ciega confianza en los traicioneros Scavengers deberían minar la confianza de los habitantes de Alexandria. La misma Michonne tuvo que sacudirlo un poco para que despertara de su letargo de sometimiento. Y sin embargo, cosa curiosa, todos siguen considerándolo su líder natural. 
  • Negan y Lucille, esa extraña pareja. Jeffrey Dean Morgan venía de hacer suspirar a las mujeres en The Good Wife y llegó para encarnar a ese villano que los lectores del comic esperaban con ansias. Por momentos se hace difícil odiar a ese ex vendedor de autos usados (¿para cuándo un flashback a su vida pre–apocalipsis?) convertido en líder de los Salvadores, de postura algo descangayada, capaz de los parlamentos más filosos y ácidos y de la violencia más extrema. Negan convirtió al Gobernador en una carmelita descalza; su relación amorosa con Lucille, el bate forrado de alambre de púas, le dio un aura aún más siniestra. Pero a la vez hay que admitir que su liderazgo es mucho más efectivo que el de Rick: sus planes son siempre más astutos, y quienes están bajo su ala obtienen comodidades inéditas para un mundo devastado. Es más malo que la peste, sí, pero no carece de códigos, como lo demostró al atravesar el cuello del hombre que intentó violar a Sasha. Y en esta séptima temporada brilló con one liners de pura malicia, como ese “¡Joder! ¡La viuda está viva!” dedicado a Maggie.
  • El síndrome del doble agente. En un mundo donde solo los hábiles sobreviven, esta temporada presentó dos casos de ambigüedad que quedan por resolver en la próxima. Uno de ellos fue el de Dwight, el hombre a quien Negan no solo le robó la esposa sino también le quemó la cara, y que aparentemente está dispuesto a trabajar para el grupo de Alexandria. El último episodio lo mostró nuevamente al lado de Negan, pero aún puede esperarse un cambio de camiseta. El otro caso es menos sorprendente, ya que Eugene nunca se distinguió por su valentía, y de hecho se garantizó la protección de Abraham y Rosita mintiendo sobre su supuesto conocimiento de un antídoto a la plaga. Aun así, verlo someterse sin condiciones a los Saviors, declarar con su acostumbrada cara de palo “Soy absoluta, irreductiblemente Negan” y disfrutar de su pequeña parcela de poder en el Santuario resultó chocante. Quizá los últimos acontecimientos puedan generar una doble traición, pero más de un televidente quedó deseando que algo se incrustara en su ridículo peinado.
  • Un altar de sacrificios. La temporada comenzó con las demoledoras muertes de Abraham y Glenn –que dadas las líneas argumentales del comic, tenía todos los boletos en el final abierto del año pasado– bajo los implacables golpes de Lucille. The Walking Dead ha hecho una costumbre de matar personajes de peso, hay quien sigue extrañando a Lori, Andrea, Merle, Hershel y Tyreese. Pero a muchos les costó perdonar la caída del colorado y el oriental, y habrá que ver en los foros de fans cómo se digiere la muerte de Sasha. En rigor, desde que se anunció que Sonequa Martin–Green había firmado para encarnar a la primera oficial del USS Discovery en la nueva serie de Star Trek pareció claro que no habría futuro para ella en TWD. Pero su salida tuvo todos los ingredientes de heroísmo para ser a lo grande, suicidándose para ayudar a su grupo. Llevó, además, el hilo conductor del finale, preparándose para la muerte mientras escuchaba “Someday we’ll all be free” (de Donny Hathaway) y rememoraba sus últimos momentos junto al buenazo de Abraham.
  • Lo que vendrá: ¿qué vendrá? “¡Vamos a la guerra!” gritó Negan en el final, y es una firme declaración de principios. The Walking Dead ha tenido sus alzas y bajas, sus agujeros narrativos e incongruencias, pero sigue siendo un producto que los amantes del género saben disfrutar. Y no hay que olvidar que Daryl volvió a enarbolar su ballesta. En octubre, cuando vuelvan a sonar los ominosos violines de la apertura, se abrirá otro crédito. Después de todo, no hay que olvidar que aquí hasta los muertos caminan.