Son muchas las canciones que, a lo largo de la vida, pueden cautivar a personas con cierta sensibilidad. Sin embargo, solo un puñado de ellas se anida en los corazones para siempre. En el caso de Miguel Cantilo, una de aquellas perlas fue “Mule train”. La pieza, popularizada por el cantante Frankie Laine, narraba la jornada laboral de un vaquero que entregaba mercadería con una carreta tirada por mulas. “No era rock and roll, pero su ritmo intenso terminó atrapándome”, aclara el compositor a Página/12, vía telefónica desde la Sierra de Guadarrama, España. La bella “Three coins in the fountain”, tema principal de la película homónima y éxito a través de la versión de Frank Sinatra, emocionaba a Jorge Durietz. “Esa melodía me hacía llorar”, asegura el guitarrista. 

En los hogares natales de ambos, bajo el auge del denominado “boom del folklore”, sonaban discos de Los Chalchaleros, Los Fronterizos y Los Hermanos Ábalos. El futuro cantautor, por influencia paterna, también escuchaba ópera italiana y sinfonías de Ludwig van Beethoven. Mientras tanto, quien sería su socio creativo se deleitaba con “Los Conciertos de Brandeburgo” de Johann Sebastian Bach. El heterogéneo universo musical de los entonces adolescentes voló por los aires con la llegada de The Beatles.

Impulsado por la música de los genios de Liverpool, Miguel se sumó a The Wild Beats. La agrupación ofrecía piezas del cuarteto inglés y de figuras populares de la época. “Interpretábamos canciones de Rita Pavone, Domenico Modugno y Richard Anthony, entre otros”, enumera el vocalista. Tiempo después, junto a compañeros del colegio, formó The Bad Boys. “Si bien teníamos una impronta muy beatle, también hacíamos temas de The Dave Clark Five, The Hollies, The Animals, y de cantantes como Carole King y Petula Clark”, detalla. “Nuestro repertorio era muy eclético porque animábamos fiestas y tocábamos lo que estaba de moda”. Jorge, por su parte, integraba las filas de The Wise Guys. El combo se dedicaba a recrear composiciones de los Fab Four. Uno de sus miembros, Guillermo Cerviño, concurrió a un festival en la Parroquia San Benito y allí se topó con “los muchachos malos”. Tras el evento, invitó a Cantilo a una reunión en la casa de Durietz. Durante ese encuentro, el futuro dúo alumbró su primera obra: una bossa nova titulada “Noche gris”.

El trío, bajo el nombre de Los Cronopios, comenzó a realizar presentaciones en reuniones de amigos. “Tomábamos un tema de The Beatles y lo desmenuzábamos”, asevera Durietz. “Le agregábamos armonías vocales y arreglos, pues todos éramos cantantes y guitarristas”, afirma. “El aprendizaje pasaba por descubrir los acordes de aquellas canciones”, complementa Cantilo. El combo, con sus relecturas de “Blackbird”, “Yesterday”, “You're gonna lose that girl” y “This boy”, ostentaba un repertorio imbatible. 

A comienzos de 1969, los músicos se instalaron en Punta del Este. Por las noches participaban de fogones celebrados en Playa Mansa. Una concurrente a las reuniones les sugirió ir a probar suerte a un local ubicado en Parada 10. La Fusa poseía modestas dimensiones, no contaba con micrófonos ni equipos de amplificación de sonido, pero allí se presentaban artistas como Amelita Baltar, Horacio Molina y Nacha Guevara. Tras una exitosa audición, el terceto pasó a ser el número de apertura de las jornadas del café – concert. “Ese fue nuestro semillero”, define Cantilo.

 

Llegar a las bateas

El 13 de octubre de 1970, Yo vivo en esta ciudad llegó a las disquerías. La portada ofrecía una fotografía, tomada por Mario Krmpotic, de los músicos durante un amanecer en la costanera bonaerense de Vicente López. El LP abría con “¿Dónde va la gente cuando llueve?”, retrato tan bello como descarnado de una metrópoli desigual. “Es una canción romántica, pero con cierta mirada social”, señala Cantilo. “La imagen de los hombres corriendo, para guarecerse del chaparrón, la tomé de ´Esta tarde vi llover´, de Armando Manzanero”, revela. Le seguía “Con ropa de varón”, cuya sonoridad Dixieland fue aportada por Calandrelli. “En una de nuestras tantas charlas, Facundo Cabral reflexionó sobre lo bien que le quedaban a las mujeres los pijamas de los hombres”. “El comentario fue el disparador para escribir la letra”, recuerda Miguel. 

Unos delicados arpegios de las guitarras acústicas del dueto marcaban el inicio de “La quimera del confort”, una crítica a la fiebre de consumo inoculada a la sociedad. “El arreglo de las voces alternadas estaba influenciado por los trabajos del Dúo Salteño”, añade Durietz. En “Asociación Modelos Argentinas” se exaltaba, con gracia, a personajes como Karin Pistarini y Elba “Chunchuna” Villafañe. Las estrellas eran parte del sindicato que agrupaba a los trabajadores de la moda y la publicidad. “La belleza de esas damas era usada para vender productos”, acusa el poeta. “La pieza expresaba mi admiración por sus luchas y, además contenía un velado deseo de seducirlas”, se sincera. “Vivimos, paremos” volvía a denunciar el feroz mandato consumista impuesto por la radio y la televisión. “La única forma de escape a semejante acoso residía, como postulaba en el tema, en la poesía y la espiritualidad”, plantea el compositor. El lado uno del vinilo concluía con la sarcástica “Johnny Bigote”, dirigida al tristemente célebre Juan Carlos Onganía.

El primer tema del lado dos era “¡¡Guarda con la rutina!!”. “Lo compuse después de ver la impactante Nadie oyó gritar a Cecilio Fuentes, película de Fernando Siro basada en un cuento de Dalmiro Sáenz”, destaca Miguel. “Luego, si bien mantuve la línea melódica, modifiqué los versos originales recordando la monotonía asfixiante de mis tiempos de estudiante”, expresa. Tras “La marcha de la bronca”, llegaba el turno de “¡Che, ciruja!”. Un arreglo de cuerdas, con los acordes de unos de los movimientos de la Séptima Sinfonía de Beethoven, daba paso al fueye del “Marinero” Montes quien rubricaba la impronta milonguera de la obra. Cantilo volvía a posar su mirada sobre los desangelados. “Me encantaba la poesía de Horacio Ferrer. Las estrofas evocaban ese lenguaje”, señala. 

Continuaba “Andando a caballo”, única pieza de la placa donde Durietz se encargaba de la voz principal. “Sobre el riff de ´Doctor Robert´, de The Beatles, construí una melodía con cierto gusto a bossa nova”, especifica Jorge. “La letra, que retrataba a una pareja de enamorados, era un tanto adolescente”, admite. “Los perros homicidas” denunciaba, con dosis de humor e ironía, el hostigamiento policial. “Era habitual terminar preso por averiguación de antecedentes”, rememora el cantautor. “El accionar de los uniformados generaba una animadversión que era necesario sacar a la luz”, sentencia. “Para escribirla me inspiré en 'The Kana', de María Elena Walsh”. La canción (titulada en un principio “Los perros policías”) esquivó, milagrosamente, la censura de su época. El cierre con “Yo vivo en esta ciudad” reforzaba el espíritu conceptual del elepé.

Las canciones fueron elaboradas en los estudios de CBS, en la calle Paraguay al 1583. “Primero grabábamos junto a los músicos de sesión. Mientras ellos seguían al píe de la letra los arreglos escritos por Calandrelli, nosotros tocábamos las guitarras acústicas”, recuerda Durietz. “Esa cinta, plasmada en una consola de dos canales, era la que escuchábamos por los auriculares a la hora de registrar las voces”, agrega. “El técnico obedecía un instructivo proveniente de la casa matriz del sello”, aporta Cantilo. El protocolo disponía cómo ubicarse ante el micrófono y de qué manera ecualizar el sonido. “Luego de cumplir las directivas, el empleado pulsaba el botón para grabar y se ponía a leer la revista Gente, testimonia aún azorado Cantilo. 

La compañía prohibía la intervención de los artistas en la mezcla de sus álbumes. El dúo debió acatar la medida. “Si hubiera participado en ese proceso, habría subsanado algunos errores presentes en ciertos temas”, conjetura el cantautor. La multinacional ostentaba férreas reglas, pero le concedió a la pareja debutante instrumentistas de primer nivel. Oscar “Cacho” Tirao y Héctor Costa en guitarras, Mario Fernández en bajo, Juan Carlos Cirigliano en piano, Osvaldo Montes en bandonéon, Jorge Padim en batería y Mario Consentino en saxo y dirección de la sección de vientos.

Apoyado por la poderosa maquinaria mediática de CBS, Yo vivo en esta ciudad se convirtió en un suceso. “Si bien no alcanzamos las cifras de ventas de las estrellas del sello, como Sandro o Leonardo Favio, la repercusión obtenida provocó una mayor demanda de nuestras presentaciones”, comenta Cantilo. “El éxito de Pedro y Pablo se lo debemos a una multinacional”, ironiza su compañero. Más allá de la alta difusión en su época, aquel puñado de canciones tenía destino de clásico. “Jorge y yo pusimos las caras, pero hubo un equipo detrás que le otorgó a las piezas una sonoridad atemporal”, reconoce Miguel. “La gente, cinco décadas después, las sigue recordando”, concluye. “El disco perdura porque fue hecho con el corazón”, subraya Durietz. 

La revista Pelo, en febrero de 1971, vaticinó respecto al trabajo: “Seguramente será antológico como documento vívido sobre la Argentina de estos años”. A medio siglo de su lanzamiento, el álbum continúa retratando, con sus luces y sombras, la sociedad que supimos concebir.