Desde hace años Radha Blank recorría el off Broadway con ideas y obras de teatro que nunca se concretaban. Sin embargo, ese camino de rechazos y frustraciones ha arribado a un triunfo inesperado en el pasado Festival de Sundance cuando su historia personal, la de sus amistades entrañables, sus altercados con el establishment teatral y un romance meteórico con el hip hop se convirtió en comedia. Se convirtió en su comedia, modelada en las lágrimas por la muerte de su madre, en su amor por el Harlem que resiste a la gentrificación y a la estética de la pornopobreza, en las risas por sus fracasos y en el encuentro con una tradición musical que prioriza la letra a la apariencia. En las vísperas de su cumpleaños número cuarenta, Radha Blank sacudió las convenciones que delimitan cómo debe ser una artista en ese mundillo neoyorkino de celebrities y cofradías, hizo su excursión a un pasado todavía doloroso, a la sátira del funcionamiento del teatro, a sus propios miedos y descubrimientos, y de ello nació Rapera a los 40, cáustica y divertida, imperdible hallazgo en el nuevo panorama del streaming.

Radha Black

En el suplemento The New Review del diario británico The Observer, Radha Blank responde a la pregunta sobre cuánto se parece su Radha de ficción a la verdadera: “La verdad es que yo nunca ahorqué a ningún productor de teatro… por ahora. Ni gané un premio como promesa teatral antes de cumplir los 30, ni tuve un romance con un rapero de 20 años que conocí en Brownsville. Pero D. [el rapero que descubre en Instagram, interpretado por el debutante Oswin Benjamin] es una amalgama de varios jóvenes con los que he salido, de varias personas que he conocido en el mundo de la música, así que esa parte es verdad”. También es verdad la reciente muerte de su madre, de quien se vislumbra su trabajo como artista plástica, el recuerdo de su padre como baterista de jazz en la escena de Brooklyn, la presencia de su hermano que evoca ese pasado que ambos compartieron en una Nueva York distinta pero que todavía resiste en el blanco y negro que define a la película. Un tono que tiene más de la furia de Spike Lee que de la melancolía de Woody Allen, que ensaya sus batallas tanto en el underground donde el hip hop asume su fuerza subterránea, como en las aulas donde Radha enseña a sus jóvenes alumnos a encontrar una voz propia.

Rapera a los 40 le valió a Radha Blank el cambio del teatro por el cine, un cine que llegó al público de la mano de Netflix, en tiempos de pandemia y pantallas hogareñas. “Soy oficialmente una directora de cine, he filmado una película”, es la frase que clausura su entrevista con The New Review. Y así lo afirma no solo su premio a la dirección en Sundance sino su asombrosa intuición para captar con la cámara ese renacimiento como artista. Sus inspiraciones se rastrean en la fundacional She’s Gotta Have It (1986) de Spike Lee –con quien luego colaboró en el guion de la serie basada en aquella película-, en su trabajo junto a Baz Luhrmann en la cancelada The Get Down (2016) y en su incursión en la kitsch Empire (2015), especie de exótico musical sobre amores cruzados en la industria del hip hop. Radha recogió inspiraciones de todos lados, y su cruce del teatro a la televisión le dio la idea inicial de convertir a Rapera a los 40 en una serie web, idea que se transformó luego de la muerte de su madre en la definitiva chispa de su celebrada ópera prima. “No terminó mi historia de amor con el teatro, espero que todavía tenga chances sobre las tablas. Pero es irónico que la televisión y el cine hayan sido más acogedores con mi universo”.

El verdadero nombre de la reinvención de Radha Blank es RadhaMUSprime, su alter ego como rapera que descubre al joven D. en Instagram y decide aparecer en su estudio con una bolsita de marihuana como forma de pago y seducción. El encuentro se gesta bajo los ritmos del rap que acompañan esas letras confesionales, nacidas del duelo y las ambiciones, de esa lúcida observación de un Harlem que conserva su corazón pese a la gentrificación y la banalidad teatral. Radha ensaya en sus excursiones al hip hop los desafíos a sus propios límites, tanto en la divertida y catártica crisis frente a los asistentes a su primer show como al borde de un ring admirando a las contendientes de un duelo musical. Aquellos límites que le imponen los mandatos de la edad y la belleza, los miedos personales y las sombras del fracaso. “Actuar en esos antros de Brooklyn como rapera fue parte de mi renacimiento, el que trasladé a mi personaje. RadhaMUSprime realmente me salvó. Lo que tiene el hip hop es que si tenés talento con la lapicera no importa cómo te veas. En mi vida normal siempre estoy a dieta pero a RadhaMUSprime la apariencia no le importa. Ella celebra sus rollos”.

Junto con la vital relación que nace entre Radha y D. está la entrañable amistad que la une a Archie (Peter Kim). Amigos de la adolescencia, de cuando Archie todavía estaba en el clóset y Radha lo acompañaba como su cita en la fiesta de fin de año, de cuando él renegaba de su ascendencia coreana y ella de sus jean gastados, de cuando se reían y acompañaban pese a no poder pagar las cuentas. Hoy Archie es su representante y quiere ver el nombre de Radha en las marquesinas del teatro, aunque tenga que lidiar con los patéticos avances de un veterano productor, con sus ideas hipster sobre el Harlem, con sus aspiraciones de convertir a Harriet Tubman en una estrella del musical. La película consigue sus momentos más divertidos y emocionantes en la dinámica de esos amigos únicos, compañeros de rebeldías y arrepentimientos, codo a codo en esa dura calle de frustraciones.

Radha Blank mira a Nueva York de cerca, desde ese espejo donde su vulnerabilidad cobra cuerpo en un errante blanco y negro. El barroquismo propio del hip hop, con sus voces descarnadas y sus ritmos primarios, encuentra la distancia propia del reflejo en la película, en ese espejo en el que la comedia subvierte la amargura de la adversidad. “La comedia sobre el fracaso es el mejor artilugio para pulir el espejo donde uno se refleja. A veces está oscuro, a veces ella no puede verse claramente. Mientras las mujeres negras siempre son representadas de acuerdo a una serie de estereotipos, como la amiga descarada o el oráculo que todo los sabe, yo quise mostrar a una mujer negra mirándose a sí misma”. Y es en ese territorio donde la película encuentra su mejor forma, en el retrato de ese temor a la propia claudicación, a la tentación de someterse a los estándares de la pornopobreza para alcanzar un éxito prometido. Rapera a los 40 funda su comedia en ese espejo donde el reflejo es cercano y conocido, pero la mirada se despeja a medida que el miedo se transforma en una tímida pero encendida sonrisa.