Alba, mamá de cuatro hijos -Tiziano, Benjamín, Kiara y Zaira-, llegó a la toma por el aviso de una amiga. Vivía en lo de su madre y eran demasiadas personas en un mismo lugar: 12. El hacinamiento es una de las causas de esta situación. La casilla de Alba está hecha de palos, bolsas y restos de una pelopincho. Es de las menos rudimentarias del lugar. Cuenta con cocina y televisor. Una planta que la familia sembró tras los cables que delimitan su terreno grafica la búsqueda de una real oportunidad habitacional dentro del predio de 100 hectáreas, abandonado, según dicen, hace décadas. “Voy a seguir luchando como la luché hasta ahora, para que mis hijos tengan algo para vivir”, decía la mujer de 41 años, mientras se preparaba para sumarse a una de las movilizaciones hacia las puertas de la Municipalidad de Presidente Perón.

Estamos en la guerra y vamos a resistir”, asegura Ignacia. En el barrio La Lucha --uno de los cuatro en que quedó dividido el predio en el marco de la toma-- hay un modesto kiosquito empapelado de afiches feministas. Lo atiende ella, exempleada doméstica que siquiera cobra el IFE y ya no podía pagar el alquiler. En los últimos días, muchas familias --más de 600 según el gobierno provincial-- firmaron un acuerdo que implica dejar la toma a cambio de materiales para construir en la casa de algún familiar o dinero para el alquiler, entre otras cosas. Implica también una promesa para una solución estructural dentro de seis meses. “Pero muchos vuelven”, cuenta Ignacia. “Yo fui a las oficinas, me ofrecieron darme por ahora un hotel y una respuesta dentro de tres meses, pero no puedo esperar. Necesitamos ahora. Yo quiero tierra para que yo pueda hacer mi casita ahí y vivir como corresponde.” Ignacia duerme dentro del kiosco junto a su familia.

Tiene participación dentro de la Comisión de Mujeres de la toma y advierte de amenazas que reciben las que están solas. Mujeres, trans y travestis que han escapado de la violencia de género también integran el colectivo de la ocupación. Los fines de semana se han realizado asambleas feministas. “No somos delincuentes. Desde que empezó la pandemia mucha gente se quedó sin trabajo. Padres y madres de familia que podían salir a trabajar para dar un plato de comida a los hijos y ahora ya nada. Alargan el aislamiento y la gente no puede aguantar mucho tiempo con el estómago vacío. Ellos desayunan y almuerzan. Si no tenemos trabajo, ¿qué hacemos? Por esa razón la gente está aquí. No somos vagos ni usurpadores. Usurpadores son ellos. ¿Para qué vamos a decir otra cosa?”

A pesar de que el desalojo es una amenaza de todos los días, se ven jóvenes trabajando la tierra, como Aníbal, que es paraguayo y enseña la labor a Juan, de cuatro años, azada en mano. En Paraguay trabajaba la tierra; en este país en una gráfica, de la que fue despedido recientemente. Ya habían aparecido unas cebollas de verdeo en la pequeña huerta. 

Fuera de la toma, Silvia participa de un comedor evangelista. En el predio prepara buñuelos para la merienda de los chicos que se acercan a uno de los seis comedores a tomar la leche. Los suyos son buñuelos fritos en grasa que consigue haciendo recorridas por distintas carnicerías de Guernica.

Nicolás duerme en una carpa al lado de un arroyo. Construyó un baño; la bandera argentina flamea sobre la construcción hecha de palos y una lona verde. “Vine para el día de mañana tener algo para mí. Vivo acá nomás, acá cerca. Quiero tener mi espacio”, dice. Brian y Joaquín corren por el pasto que parece no tener fin. Juegan, ríen. Son los hermanos de Carolina, pareja de Nicolás.

Una de las características de la fisonomía del lugar ubicado en el tercer cordón del conurbano bonaerense --un verdadero pulmón de pastos crecidos, donde el viento se siente bien fuerte-- es la presencia de arroyos y puentes más o menos rústicos que los atraviesan, por los que se suele ver a los vecinos trasladando leña o bidones de agua, también a las mujeres con cochecitos de bebés. Algunos parecen realmente peligrosos y pocos los transitan. En los arroyos crecen distintas variedades de plantas acuáticas. La mayoría de los puentes están hechos de madera, sostenidos de orilla a orilla con palos; otros flotan en el agua con gomas.

A la toma llegaron desocupados, mujeres que han escapado de la violencia de género y trabajadores de los márgenes: hay quienes queman cables para obtener cobre, otros suelen salir con sus carros, otros acumulan bolsas con latas para después venderlas.

La toma de Guernica es emblemática por distintos motivos. Uno de ellos es por cómo entra en choque el reclamo habitacional con la noción de propiedad privada. Uno de los principales demandantes es la firma Bellaco S.A., que planifica en el predio la extensión de canchas de rugby de un barrio privado. En la zona hay casi una veintena de countries. Y frente a la toma hay un campo de 300 hectáreas custodiado por uniformados que pertenece a Guido Giana, concejal del PRO en Presidente Perón.

Fotos: Leandro Teysseire.
Textos: María Daniela Yaccar.